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Por qué la lucha de Zuckerberg y Musk por la inteligencia artificial es una lucha de egos

Existe un debate feroz y llamativo que aborda la cuestión de la inteligencia artificial como un todo benigno o un todo malicioso, nunca equilibrado, donde las máquinas no solo serían eficientes, sino conscientes de su propia eficiencia. Y, en un paso más hacia el futuro, serían capaces de tomar decisiones por sí mismas y, quién sabe, comprender emociones como el amor o el miedo. Pues bien, Mark Zuckerberg y Elon Musk, que no solo conocen el tema sino que persiguen la forma de sacar rendimiento económico de este, se han enzarzado recientemente en un reparto de golpes en el que nada está improvisado.

Por qué la lucha de Zuckerberg y Musk por la inteligencia artificial es una lucha de egos

Existe un debate feroz y llamativo que aborda la cuestión de la inteligencia artificial como un todo benigno o un todo malicioso, nunca equilibrado, donde las máquinas no solo serían eficientes, sino conscientes de su propia eficiencia. Y, en un paso más hacia el futuro, serían capaces de tomar decisiones por sí mismas y, quién sabe, comprender emociones como el amor o el miedo. Pues bien, Mark Zuckerberg y Elon Musk, que no solo conocen el tema sino que persiguen la forma de sacar rendimiento económico de este, se han enzarzado recientemente en un reparto de golpes en el que nada está improvisado.

Elon Musk, conocido por su capacidad creativa, avivó el fuego al describir un mundo de la robótica donde la inteligencia artificial podría volverse contra los hombres. “Sigo haciendo sonar la señal de alarma”, dijo en un encuentro organizado por la National Governors Association. “Hasta que la gente no vea robots recorriendo la calle y matando a personas, no sabrán cómo reaccionar”. El disparo de cerbatana fue directo contra las autoridades, a quienes responsabiliza de vivir despreocupados y sin legislar ante un peligro que se acerca a toda velocidad.

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Mark Zuckerberg, fundador de Facebook. | Foto: Jonathan Ernst/Reuters

Aquellas palabras retumbaron en los oídos del alma máter de Facebook, Zuckerberg, que con un tono sereno y sin levantar la voz acusó a Musk de ser un “pesimista” y un “irresponsable”. Musk devolvió el golpe directamente a la mandíbula: “He hablado con Mark sobre el tema. Su comprensión de la materia es limitada”.

El cruce de reproches fue espectacular y revelador y dejó a las claras que existen dos personalidades opuestas y enfrentadas y dispuestas a ganarse el terreno o a retroalimentarse con su existencia. Resulta sorprendente que dos grandes empresarios –tradicionalmente, los empresarios han preferido mantenerse alejados de los focos y construir su influencia más allá de los micrófonos- expongan sus planteamientos tan abiertamente, y además que lo hagan sin profundizar en absoluto. A fin de cuentas, todo se debe a un moldeamiento de la imagen, a un atiborramiento del ego.

Varios expertos han comparado a Elon Musk con Tony Stark, protagonista de Iron Man

El profesor Ian Bogost supo caricaturizarlo con acierto en un artículo de The Atlantic; en este queda patente que la inteligencia artificial queda en un segundo plano cuando hablamos de imagen y de marca. Debemos tener en cuenta que nuestra imaginación se ha nutrido de las historias de ciencia ficción, de las películas fatalistas, de los cómics de Marvel. También la de los magnates. Bogost se esfuerza por encontrar paralelismos y acaba dando en la diana: hay mucho que ver entre Tony Stark y Elon Musk.

Para quien no conozca los libros –o las películas- de Iron Man, Stark es un ingeniero que aprovecha una herencia económica generosa para desarrollar todo tipo de inventos innovadores. Un día, un grupo de terroristas lo secuestra para que fabrique un arma de destrucción masiva y, durante su cautiverio, Stark crea una coraza de metal que incorpora las armas de las que se vale para escapar y convertirse en un superhéroe. El paralelismo con Musk, aunque hiperbólico, tiene su explicación: Musk tenía 28 años cuando vendió su primera compañía, Zip2, por 307 millones de dólares a Altavista; y 31 cuando hizo lo propio X.com –rebautizada como PayPal– por 1.500 millones de dólares a eBay. El dinero de la última operación lo repartió con su socio Peter Thiel, quien decidió convertirse en un inversor de riesgo.

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Elon Musk, ante una pieza de Hyperloop. | Foto: Mónica Almeida/Reuters

A diferencia de Thiel, Musk apostó por crear una compañía que liderara la carrera aeroespacial (SpaceX), una compañía de coches eléctricos y autónomos (Tesla), una compañía que produjera energía solar (SolarCity) y una compañía que diseñara y construyera el medio de transporte más rápido y revolucionario hasta la fecha (Hyperloop). El estadista norteamericano Mark Palko llegó a llamar a Musk el “Tony Stark real”.

Por otra parte, encontrar paralelismos con Zuckerberg resulta más complicado, incluso para el imaginativo Bogost. Si lo trasladaran al cómic, ¿quién sería? ¿Peter Parker? ¿Reed Richards?

Cuando Musk y Zuckerberg hablan de inteligencia artificial, lo hacen construyendo templos: posicionándose políticamente, creando el personaje público. También incorporando sus deseos como padres espirituales de las empresas que están transformando el mundo. En este sentido, quizá Musk tenga la capacidad de conectar de un modo más intenso con los usuarios; mientras Facebook trata de tomar el sistema y extender su poder a todos los sectores –la influencia de la red social en las últimas elecciones de Estados Unidos así lo evidencia–, Musk habla de buscar vida más allá de la Tierra, de colonizar planetas, de crear túneles supersónicos, de producir energía barata e infinita. Musk es el hombre que construye sueños.

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