Catalina Martín-Chico: “Los bebés, los perros y los móviles son el símbolo de la paz en Colombia”
Catalina Martín-Chico recibió el premio a la Mejor Fotoperiodista del festival Visa Pour L’Image por un reportaje sobre las guerrilleras de las FARC.
Catalina Martín-Chico acaba de recibir el premio a la Mejor Fotoperiodista del festival Visa Pour L’Image de Perpiñán por un reportaje sobre las ex guerrilleras de las FARC.
Española afincada en París, la fotoperiodista Catalina Martín-Chico es amable, humana, sincera y una de las mejores fotógrafas de Europa. Ha pasado alrededor de diez años fotografiando Oriente Medio, sobre todo, la República de Yemen. Por su trabajo sobre la revolución yemení, la cruenta guerra civil que vivió el país en 2015, fue galardonada con una Visa de Oro Humanitaria que otorga el prestigioso festival de Fotoperiodismo Visa Pour L’Image. No obstante, no es la historia de una guerra y sus atroces consecuencias la parte favorita de su trabajo. A la fotógrafa le interesan esas otras vidas aún no contadas en imágenes, historias que a veces están llenas de esperanza, posibilidades y optimismo.
Su reportaje sobre las ex guerrilleras de las FARC en Colombia, que fueron reclutadas de adolescentes y tras el acuerdo firmado entre el gobierno y la milicia pueden ser madres –más de trescientas mujeres están embarazadas- y reunirse con sus familias, le ha otorgado la Visa de Oro a la Mejor Fotoperiodista Mujer en esta edición del festival.
The Objective ha hablado con Catalina Martín-Chico sobre fotografía, pero, sobre todo, acerca de historias muy humanas.
Has trabajado muchos años en la zona del Yemen, ¿cómo acabaste en la selva colombiana con las guerrilleras de las FARC?
Fue una pura casualidad. Había leído un artículo sobre ciento cuarenta embarazos en las FARC y empecé a investigar. En Francia se habla muy poco en general de América Latina y del proceso de paz en Colombia y me dije: ‘Esto es tan importante en la vida de esta gente… La guerrilla más larga; la última’. Pensé que era una buena manera de hablar de este proceso de forma positiva, con esperanza, a través de la historia de estas guerrilleras.
Luego traté de vender el proyecto a varias revistas francesas, pero era una mala época, con las elecciones presidenciales en Francia y el Festival de Cannes, así que hice algo que nunca hago, cogí mis ahorros y me marché a Colombia. Sabía que no podía perder tiempo, necesitaba ver a esas mujer cuando todavía estaban en la selva, con sus uniformes, para poder explicar lo que va a ocurrir después.
Entonces, volverás a la selva…
El premio es una beca y me ayudará a volver y seguir documentando dentro de unos meses y hasta el festival del año próximo.
Lo más importante para mí en aquel momento era ver si era verdad lo que se decía, y me di cuenta de que era mucho más que eso. Es decir, había más de trescientas mujeres que se quedaron embarazadas al mismo tiempo y en cada uno de los tres campamentos que visité, vi niños, incluso de diez u once años. Para mí es una historia de reencuentros, porque muchas son chicas que se quedaron embarazadas durante la guerrilla, no abortaron y dejaron a los niños con sus familias y llevan diez años sin verles. Es una historia muy simbólica de lo que está sucediendo en Colombia: los bebés, los móviles y los perros son símbolos de la paz.
¿Los móviles?
Sí, porque llevaban años sin contacto con sus familias y ahora vuelven a estar localizables; se crean perfiles de Facebook y un hermano te encuentra, te escribe y te dice: “Oye, ¿eres tú?”.
A las FARC no les gusta mucho la prensa. ¿Fue difícil que te permitieran convivir con ellos?
La verdad es que no. Están en una fase de apertura total y pude estar con las guerrilleras durmiendo en sus camas y viviendo en sus caletas. Lo que más me interesa es estar lo más cerca de las personas y pasar tiempo con ellas; es imposible contar la historia que quiero en cuatro días y ningún medio tiene presupuesto para que te quedes tres semanas.
Supongo que hay mucha diferencia entre trabajar por encargo de un medio y realizar un proyecto personal. ¿Hay algo que éticamente no cubras como fotógrafa?
Si una revista me contacta suelo aceptar. Al final intentas trabajar lo mejor que puedes y toda historia tiene algo interesante. Lo que no hago es montar escenas; por ejemplo, que una revista me diga que ha vendido un tema y que una persona debería estar en un lugar determinado para que aparezca en las fotos.
De todas maneras, no sólo cuentan las imágenes, el texto también añade elementos informativos y tiene su poder. Y luego el editor de fotografía elige las imágenes y qué tamaño tendrán, así que es toda una cadena de información de la cual yo, como fotógrafa, no soy actriz de principio a fin. Pero los proyectos personales son otra cosa, porque tú eliges qué historia quieres contar, cómo y qué tiempo necesitas.
La mirada siempre es diferente…
De una decena de fotógrafos que están en un lugar, ninguno sacará la misma foto y todos contarán una historia diferente. Nuestra profesión es subjetiva…. Es una mezcla de lo que hay delante de ti y lo que te dan las personas, además de que inconscientemente cada cual cuenta algo de él mismo a través de las imágenes.
¿Una imagen puede cambiar el mundo?
Modestamente, intento ser una ventana abierta a un mundo que la gente no ve. Me gustar contar historias que no han sido contadas y arrojar luz sobre zonas de oscuridad. Relatar, por ejemplo, una historia que me parece injusta sobre gente que no tiene voz y tratar de conmover. Aunque no todas las fotos sean icónicas, algunas sí han cambiado cosas.
Pero si acaban cambiando al fotógrafo…
Es inevitable que acabes haciendo tuyo algo de lo que estás reflejando con tus fotos. Si no tenemos esa cosa tan personal, tan visceral, no podríamos ejercer una profesión tan dura y tan precaria. Ese cinco por ciento de algo muy humano nos ayuda a seguir.
Debes tener un montón de anécdotas de la selva colombiana.
Sí, pero no son momentos espectaculares, sino muy sencillos: La primera vez que vi al comandante reuniendo a todos los guerrilleros a las cinco de la mañana, con el día levantándose en las montañas, dije: “¡No puedo creer que esté aquí con las FARC, que llevan cincuenta años de conflicto en estas montañas…”. Y piensas en tantas cosas… En las luchas de mi padre cuando era joven, en sus ideas revolucionarias.
O dormir al lado de Chachis, esta guerrillera que de madrugada hablaba por whatsapp con su madre, que estaba llorando porque acababan de operar al padre y no despertaba, y ella quería salir del campamento para ir a verla, pero no le daban autorización porque era peligroso. Y también ver un cubo en la selva con dos bebés allí bañándose, y los biberones, y esas chicas que han dado a luz allí mismo. ¡Qué valientes son todos y qué duro!
Es lo que me apasiona de trabajar sobre el terreno, que en esos lugares vives momentos excepcionales. Aquí tenemos demasiadas capas, siempre queriendo mostrar que somos más fuertes y más listos, pero ellos viven con lo esencial y cuando llegas allí a trabajar debes abandonar todas esas capas y ponerte en pelotas. Y entonces, se produce una conexión muy humana, y en mi caso favorece que me abran las puertas de sus casas y pueda vivir con ellos.
Hay fotógrafos que trabajan sin plan y otros que viajan a un lugar sabiendo qué quieren contar y cómo. ¿Cuál de ellos eres?
Yo empecé con esa inocencia de voy y cuento lo que sienta, pero una historia debe construirse poco a poco. Debes pensar previamente en qué situaciones distintas necesitas reflejar para documentar esa historia y dar el máximo de información, como, por ejemplo, si tienes que ir a las casas de los familiares, a la universidad para ver cómo estudian, y, paso a paso, armarlo todo.
Lo más importante de mi trabajo es dar una información real, porque no soy artista, sino fotoperiodista. Eso me lleva también a ir a un lugar sin juzgar y sin tener una opinión muy marcada. Por ese motivo, nunca haría un reportaje sobre el Ku Klux Klan, porque imagino que sería imposible distanciarme.
Cuando viajo, voy abierta a lo que quieran mostrarme. Trabajo mucho en Yemen y cuando algunas personas ven mis fotos y dicen “Ay, qué horror, pobres mujeres…”, cometen un error. Si vas con una idea muy marcada no vas a entender la cultura. Hay que vivir con los poros abiertos y llenarlos del aire que haya.
¿Yemen es el lugar más duro donde has trabajado?
Sé que la gente piensa que el oficio de reportero de guerra es el más complicado y que son quienes viven situaciones más duras, pero no es así. Yo he estado en la guerra, he visto gente herida y muertos, pero cuando llegas, la situación ya está delante de ti y cualquier fotografía que hagas va a ser impactante.
Hay otro tipo de reportajes de investigación, como los que se centran en la violencia en América Latina, que sí son realmente peligrosos y difíciles. Pasas meses tratando de conseguir tan sólo un acceso, debes vivir a menudo en el gueto y ganarte la confianza de narcos para que pasen otras tantas semanas antes de que saquen un arma o te enseñen la droga y la puedas fotografiar. Pienso, por ejemplo, en el periodista Christian Poveda, que dedicó años a documentar la vida de las maras en El Salvador, y que fue asesinado mientras estaba rodando un documental.
Después del atentado terrorista de Barcelona se hicieron duras críticas a los medios por publicar imágenes de la masacre. Como fotoperiodista, ¿tú qué opinas?
Si la situación es dura no es culpa del fotógrafo, sino del hecho en sí. Creo que debe ser contado por dramático que sea.
No te veo muy cómoda con que te tomen fotos…
Prefiero estar detrás de la cámara, la verdad. Además, en muchos casos es como si la cámara fuera una protección ante la dureza de las situaciones. Por ejemplo, en Yemen, cuando la gente se muere es como si la cámara absorbiera las emociones de un lado y del otro. Sí, ahí creo que se forma la foto.