Cuando la URSS prefirió perder un partido antes que refrendar a un dictador y otros momentos políticos de la historia del Mundial
En la eliminatoria del 1973, ante la ausencia de la URSS la FIFA ordenó que se marcase un gol simbólico, a puerta vacía,que sellase la clasificación chilena
“Retornarán los libros, las canciones,
que quemaron las manos asesinas”
11 de septiembre de 1973. De entre las humeantes ruinas del palacio presidencial de La Moneda, bombardeada por su propio ejército, se apaga el eco del último discurso radiofónico de Salvador Allende. Pocos días después, muerto ya Víctor Jara, símbolo de tantos otros miles de asesinados, la terrible dictadura de Pinochet manda a la selección nacional a Moscú, como ejemplo de normalidad que oculte la sangre. Empate a cero, sin cámaras ni periodistas y con las familias de los jugadores chilenos bajo vigilancia en su país. La clasificación para el Mundial de Alemania 1974 se decidiría en el partido de vuelta, en la ciudad de Santiago.
El Estadio Nacional de Santiago de Chile había sido convertido por la dictadura en el mayor centro de detención del país, pasando por sus instalaciones hasta 40.000 prisioneros. Por el graderío, los militares guiaban a un chivato encapuchado, que señalaba a los supuestos líderes izquierdistas antes de ser asesinados. Entre ellos se encontraba el periodista estadounidense Charles Horman, cuya historia haría famosa la película “Desaparecido” (Costa Gavras, 1981).
Aun con la sangre de los miles de torturados derramándose por las gradas, el Nacional sería el escenario elegido por la dictadura de Pinochet para la celebración del partido definitivo. El 21 de noviembre tendría lugar uno de los encuentros más tristes de la historia del fútbol, el conocido como el “partido fantasma”. Un partido sin rival, sin vítores y sin alegría, pero con el que los chilenos se clasificaron para el Mundial.
A pesar de la situación política del país, y de la negativa de la URSS de desplazar a su combinado nacional hasta el país sudamericano, la FIFA obligó a que se celebrase el encuentro. Una comisión del organismo visitó el estadio, con los presos escondidos en pasillos y estancias, y determinó que el campo estaba para jugar. Antes del partido, varios miles de detenidos fueron evacuados y llevados al desierto de Atacama, mientras los técnicos de la FIFA miraban para otro lado.
Pero los soviéticos no llegaron a viajar, y la selección chilena se encontró sola en el campo, acompañada por un árbitro, también chileno. El máximo organismo futbolístico ordenó que se marcase un gol simbólico, a puerta vacía, que sellase la clasificación chilena. 1-0 por incomparecencia. La URSS no podía permitirse perder contra una dictadura de derechas y, con la ausencia, se anotaban una victoria moral ante el mundo.
Al estadio acudieron apenas 15.000 personas, frente a las prácticamente 80.000 localidades disponibles, inmerso como estaba el pueblo chileno en un ambiente de represión y miedo. Muchos miembros de la propia selección temían por amigos y familiares. Los militares seguían repartidos por el estadio, mientras los jugadores avanzaban ante un rival invisible y el capitán, “Chamaco” Valdés, marcaba el gol de la vergüenza poniendo fin a un partido que no duró ni 30 segundos. Chile iría al Mundial, pero sin celebración ni honores. Caerían en primera ronda, en el mundial de Cruyff y la “Naranja Mecánica” que ganaría la Alemania de Beckenbauer.
Argentina 78 y los mundiales de Mussolini
En la siguiente Copa del Mundo, Argentina 78, sería la dictadura del general Videla la que aprovecharía la celebración en su país del campeonato para cohesionar a la población y presentarse como un régimen fuerte ante la comunidad internacional.
Al igual que en Chile, la dictadura argentina contó con la colaboración americana en el contexto de la Guerra Fría. Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, aparecería por el vestuario y el palco, desde el cual los generales argentinos habían dado a su equipo la orden tajante de alzarse con el campeonato a cualquier precio.
A Perú, Argentina le endosaría seis goles, en un partido que la FIFA retrasó para que los argentinos supiesen el resultado de Brasil, con la que competían en número de goles para clasificarse. El portero peruano, Quiroga, fue acusado de aceptar sobornos…
3-1 en la final, con Kempes como estrella, mientras a unos pocos centenares de metros, en la Escuela Mecánica de la Armada, centro torturador de la dictadura, el asesino Jorge “Tigre” Acosta les grita, “¡Ganamos!”, a los prisioneros, antes de sacarlos por la ciudad para festejar el triunfo con una pistola apuntándoles a los riñones. Después, muchos de ellos partirían hacia los “vuelos de la muerte”.
Pero el uso del fútbol como arma para el control de las masas no es algo sólo propio de las dictaduras sudamericanas, sino que es algo que ya pusieron en práctica los totalitarismos en la Europa de entreguerras. Mussolini se encargó de que Italia ganase el Mundial del 34, con árbitros amenazados personalmente por el propio dictador, que miraban para otro lado ante las agresiones de los italianos, costillas rotas incluidas. Igual táctica se siguió en el 38, con nueva victoria incluida, en el mundial en el que Hitler, tras anexionarse Austria, fagocitó también al combinado de ese país con el fin de demostrar el poderío de la raza aria… Fútbol y poder, una extraña relación que hoy, en pleno siglo XXI, sigue presente en muchos estadios.