La soledad del poder o por qué los presidentes envejecen más rápido
El 20 de enero de 2017, cuando Barack Obama dejó el poder, muchos coincidieron en que algo más que la política norteamericana se había deteriorado con la llegada a la Casa Blanca de un personaje como Donald Trump. Se trataba del físico del primer presidente negro de los Estados Unidos.
Así ha cambiado Pedro Sánchez en ocho meses (ver foto de portada). Es común escuchar en el metro, en estos días, a las personas comentar que la Presidencia le ha robado unos años. Desde que tomó posesión el 2 de junio, tras la moción de censura que sacó del Gobierno central a Mariano Rajoy, las canas parecen tener más prisa por salir. También sus facciones han cambiado.
Rajoy no se quedó atrás, comparar sus fotografías desde que asumió en el 2011 hasta que salió de la Moncloa en 2018, deja claro que algo más que el tiempo pasó.
Los comentarios sobre lo rápido que envejecen los presidentes no son algo nuevo, de hecho, se publicaron numerosos artículos sobre Barack Obama tras su paso por la Casa Blanca, gracias a que ha sido uno de los mandatarios más fotografiados, algo que se debe, sobre todo, al objetivo de la cámara de Pete Souza, el hombre que retrató cada uno de sus pasos desde 2008.
La responsabilidad de haber liderado durante dos legislaturas uno de los países más poderosos del mundo hizo mella de forma visible en su piel, en la que se apostaron nuevas y numerosas arrugas, así como en su pelo, que se tornó casi por entero de color blanco. Lo que nunca se deterioró en Obama fue la sonrisa que lo caracteriza, pero ese es otro asunto.
El efecto de la presión, del estrés, del poder, o de la soledad del poder juntos –consecuencia del cargo– resultó muy evidente durante los dos mandatos del entonces dirigente estadounidense. También es evidente hoy, en apenas ocho meses, en el líder del PSOE. Aquí en España, los periodistas de Política le llaman el ‘efecto Moncloa’.
El deterioro en la apariencia es algo que se repite en la mayoría de los mandatarios del mundo. Toman posesión y, a los pocos meses, es evidente. No es el envejecimiento normal, que también se le suma porque no olvidemos que son seres humanos normales con trabajos menos comunes, sino que parece que en ellos el tiempo pasara más rápido.
Alejandro Muriel, psicólogo clínico y uno de los fundadores del Instituto de Psicoterapia Térapin.es, ha explicado la relación entre el envejecimiento rápido y el poder desde el punto de vista psicológico y físico. Sostiene que un factor importante es la respuesta que los políticos pueden tener hacia el estrés.
“El estrés es universal, se confunde con ansiedad o angustia, pero es cuando la persona percibe, aunque no tiene que ser realidad, que no tiene los recursos suficientes para afrontar una situación. Un presidente habitualmente va a percibir que tiene pocos recursos para afrontar las múltiples situaciones y conflictos por la dimensión de lo que se le presenta”, explica Muriel.
La canciller de Alemania, Angela Merkel, lleva 14 años ya en el cargo, desde el 22 de noviembre del 2005. Aunque son muchos años, en cuatro meses, tras asumir el puesto, ya se notaban algunos cambios, aunque leves.
“Hubo ocasiones en las que notaba que estaba influyendo en los acontecimientos, y otras en las que me limitaba a observar con impotencia cómo esos acontecimientos escapaban a mi control; disfruté de momentos de felicidad al pensar que iba a ser capaz de hacer grandes cosas por los demás y ahora vivo con la pena de que nunca seré capaz de hacer nada. En resumen, viví esa vida. Pagué un precio por lo que aprendí. Perseguí el fuego del poder y contemplé cómo la esperanza quedaba reducida a cenizas”, escribió Michael Ignatieff en el libro Fuego y Cenizas. Ignatieff es un intelectual conocido por sus libros y columnas de opinión que no había sido político hasta que un domingo corriente tres hombres tocaron la puerta de su casa y le propusieron gobernar Canadá.
En el libro relata su experiencia, que no fue muy buena, ya que mientras lideró el Partido Liberal, el de Pierre Trudeau y Lester Pearson, el más poderoso para esa época del parlamento de Ottawa, la organización política obtuvo los peores resultados de su historia.
Por su parte, Muriel también sostiene que una diferencia de los presidentes con otras personas que tienen trabajos más cotidianos es que el estrés que ellos sienten no lo pueden compartir fácilmente con las personas de su entorno, debido a motivos como la apariencia hasta incluso razones de seguridad de Estado. “La soledad del poder es una de las primeras causas de ese envejecimiento veloz”.
En Fuego y Cenizas Ignatieff también habla sobre cómo mantener las apariencias en política. “Cuando entras en política dejas atrás el mundo amable en el que la gente te concede un cierto margen de error, acaba tus frases por ti y acepta que en realidad no querías decir lo que has dicho, para entrar en un mundo de literalidad hasta extremos impensables en el que solo cuentan las palabras que han salido de tu boca”.
“Nosotros tenemos mecanismos de defensa ante el estrés como contar lo que nos pasa a los amigos. Esto hace que vivas con más distancia emocional las cosas que te ocurren. Los mandatarios no pueden hacer esto”, añade Muriel.
Desde el punto de vista físico, el deterioro se da de forma más rápida en estos personajes porque el estrés activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenocortical (HHA) que segrega principalmente dos hormonas: cortisol y adrenalina. Esas hormonas son las que, por ejemplo, se activan en situaciones de tensión, como durante un asalto o cuando hacemos ejercicio, que nos llevan a estar más atentos o a tener, incluso, más tono muscular. El problema es cuando el estrés se vuelve crónico, ya que el cortisol, al ser segregado de manera continua, aumenta la oxidación celular que está detrás del envejecimiento.
El deterioro Emmanuel Macron es menos visible, pero, además de la genética, hay una explicación que quizá no se debe dejar de lado: en cuatro meses gasta unos 26.000 euros en maquillaje.