Carlos Hernández: "Nos han robado el derecho a saber qué pasó durante el franquismo"
Autor de ‘Los campos de concentración de Franco’, desvela uno de los capítulos menos conocidos de la dictadura
Casi 300 campos de concentración, más de 10.000 muertos, esclavitud, adoctrinamiento, exterminio…No hablamos de Alemania sino de España, pero poco o nada se sabe de este capítulo de la historia ocurrido durante el franquismo. El libro Los campos de concentración de Franco (Ediciones B) pone fin a este oscurantismo y su autor, el periodista y escritor Carlos Hernández de Miguel, nos presenta de forma descarnada y con toda crudeza uno de los episodios más oscuros de la dictadura liderada por Francisco Franco tras el golpe de Estado de 1936, resultado de más de tres años de investigación.
Quedamos con Carlos en un bar del madrileño Paseo de Extremadura, donde ha vivido desde niño. Consciente de que cuando se habla de campos de concentración lo primero que nos viene a la cabeza es Auschwitz, antes de adentrarnos en el tema que nos ocupa, introduce una matización importante respecto a su libro.
“Auschwitz era lo peor de lo peor en el sistema represivo nazi. Pero en el franquismo era diferente, el sistema de campos de concentración que incluye los batallones de trabajadores que se forman en los propios campos, por los que pasaron cientos de miles de españoles, fueron una pata más del sistema; había unos más duros que otros, pero algunas cárceles eran más duras por su situación geográfica, por el frío, el hambre. Lo que quiero decir es que el sistema concentracional en España lo creó Franco de acuerdo a sus necesidades, fue terrible, exterminio selectivo, castigo, reeducación, trabajos forzados, hambre, pero era sólo una pata más del régimen. Poner en la balanza si fueron peor los campos que las cárceles o los destacamentos, creo que no es acertado ya que dependía de quién estuviera al frente de unos y de otros».
Franco ordenó abrir campos de concentración por todo el territorio nacional, al aire libre o en conventos, en universidades o en plazas de toros, daba igual; lo importante era que sirvieran para sus fines. Y los mantuvo, bajo otras formas estéticamente menos duras y más políticamente correctas de cara al exterior, hasta el final de sus días.
-¿Cómo te quedas cuando empiezas a tirar del hilo y encuentras que hubo cerca de 300 campos de concentración? – pregunto.
«Perplejo, muy sorprendido«, contesta. Y admite: «Si llego a saber la magnitud del tema, no sé si me habría metido a investigarlo; es verdad que yo tenía una noción general de que había habido campos, pensaba que en un número menor, pensaba también que había sido más investigado el tema, con lo cual creí que sería más un libro recopilatorio, pero me di cuenta de que era uno de los capítulos menos investigados de la represión franquista«.
«Nos falta a día de hoy una buena ‘enciclopedia’, un buen lugar donde se recoja toda la magnitud y las modalidades que hubo dentro de la represión franquista, de centenares de recintos, con distintas denominaciones: campos de concentración, prisiones, colonias penitenciarias, colonias agrícolas penitenciarias, un listado interminable, y en cuanto a los batallones de trabajos forzosos, igual. Una infinidad de recintos que no conocemos porque ellos no quisieron que las conociéramos».
Memoria robada
Cuenta el autor en el Preámbulo del libro que él nunca estudió la Guerra Civil en el colegio, ni el franquismo. Ni él ni nadie de su generación. Los nacidos en pleno franquismo nunca estudiaron esa parte de la historia de España. El temario nunca llegaba a esos años.
“De alguna manera, nosotros”, explica mientras tomamos un café y un té, “aunque no fuimos víctimas directas del franquismo porque nacimos en los últimos años de la dictadura y éramos muy pequeños cuando muere el dictador, somos, en cierto modo, víctimas de otro estilo”. ¿En qué sentido? “En el sentido que crecimos con una Historia totalmente tergiversada. Nos han robado el derecho a saber qué había pasado en nuestro país, qué habían pasado nuestros padres, qué habían pasado nuestros abuelos durante el franquismo”. “Nos lo robaron directamente, no nos lo quisieron contar, no nos lo quisieron enseñar”, incide.
Y esto fue así porque “no había un relato histórico de ese momento construido en democracia. Sólo permanecía el relato histórico construido durante la dictadura, con aportaciones muy importantes, es verdad, de historiadores y periodistas que ya, después de la muerte de Franco hacen trabajos excepcionales, pero la verdad histórica que permanece es la franquista y, sobre todo, permanece en un terreno de opinabilidad”.
En España, a pesar de las atrocidades, no se ha juzgado a nadie. Franco murió en su cama después de casi 40 años de dictadura y la Transición optó por hacer borrón y cuenta nueva. Algo impensable en otros países.
“Mientras que en Alemania nadie discute la perversidad del régimen nazi, donde se puede hablar también tranquilamente de los excesos cometidos por los aliados, pero nadie utiliza esos excesos para justificar el nazismo, aquí, sin embargo, nos encontramos con esa situación: la opinabilidad sobre los hechos; una cosa son los hechos y otras las opiniones, pues aquí está todo entremezclado, hay gente que se atreve a discutir si realmente fue una dictadura o no lo fue; si Franco fue o no un dictador; si fueron asesinatos o fueron poco menos que crímenes justificados porque quienes morían habían hecho algo, eran criminales, etcétera, ese es el nivel en el que estamos en este país”.
Ahora sí se estudia la Guerra Civil, pero en opinión de Carlos Hernández «hay una dulcificación. Se tiende a caer mucho en la equidistancia en la propia enseñanza. Se habla de una guerra entre dos bandos, en los dos lados se cometieron excesos, cosa que es cierta, pero las estrategias de los dos bandos eran diferentes, y eso objetivamente también habría que contarlo, porque está demostrado documentalmente que en el bando franquista había una estrategia predeterminada por las directrices del General Mola y en todas las frases que decían ellos mismos de que el objetivo era exterminar, adoctrinar y amedrentar al resto de la población».
Las víctimas
El libro, ya de por sí duro, se convierte en algo mucho más descarnado cuando quienes hacen el relato de la vida en los campos de concentración son los propios presos. No es fácil leer la descripción de las condiciones deshumanizadas en las que vivían, de insalubridad, el hacinamiento, la falta de comida y de agua, las enfermedades no tratadas, los chinches y piojos, los excrementos. Es duro leer cómo cuentan los traslados a los campos, a pie, en tren, en camiones o en barco. Era el inicio del camino hacia el infierno, cuentan. Unos trayectos llenos de humillaciones, golpes y saqueos por parte de los soldados.
-Has hablado con algunos de los presos o con sus familias, ¿qué te dicen sobre su situación, esperan algo de la Justicia?
“Pasa una cosa un poco llamativa, que es comprensible después de casi 40 años en los que ellos mismo han sido víctimas del bombardeo de propaganda y de información del franquismo, y es que llegaron a normalizar el que les hicieran eso, en cierto modo”.
“Me explico”, añade ante mi cara de asombro. “Fue horroroso pero, después, cuando salieron en libertad, lo hicieron con mucho miedo – es verdad que muchos de ellos con las mismas convicciones que entraron en los campos – en una sociedad tan aborregada y tan reprimida, en la que no podían hablar, no podían contar lo que había ocurrido porque, obviamente, aparte de que no les iban a creer, les iban a marcar todavía más como republicanos y su vida iba a ser mucho más complicada; guardaron silencio durante tanto tiempo que acabaron, de alguna forma, interiorizando como algo que ellos mismos debían olvidar y que era mejor no recordar para que no les creara problemas”.
«A mí me lo ha dicho alguno de ellos: ‘es de las primeras veces que se cuenta lo que ocurrió de verdad porque hasta ahora cuando tú decías que habías pasado por una cárcel franquista, poco más o menos que se decía algo habrá hecho’. Cuando ya sí, la sociedad empieza a saber que ellos fueron las víctimas, que pasaron por todas esas barbaridades, se sienten un poco reconfortados y legitimados para poder contar su historia, pero han sido muchísimos años de silencio».
Confiesa que, cuando fue recopilando todos los testimonios directos – que fueron muy poquitos porque quedan muy pocos con vida – y muchos a través de memorias que habían dejado escritas publicadas o que se las habían dejado para sus familias, se planteó, por la crudeza de algunos de los testimonios, si meterlos o no. Al final los incluyó. “Hay que meterlos, es la realidad y si nosotros mismos nos aplicamos un primer filtro, al final ya empezamos a dulcificar la imagen que transmitimos al lector, y ya bastante se ha dulcificado y se ha blanqueado la historia del franquismo como para que no se conozca con toda la crudeza”.
“Aquí había prisioneros que se desmayaban y se caían a las letrinas repletas de mierda porque no podían defecar debido al hambre y a la sed. Esto es durísimo, es brutal, pero era la puñetera realidad y, además, no sólo en un campo sino en muchos campos hay testimonios similares”.
“Aquí, el único ‘pasatiempo’ que tenían los prisioneros de los campos de concentración era despiojarse, lo llamaban la descubierta, pasar horas y horas para intentar quitarse los piojos y las liendres que les atormentaban, y casi todos acababan diciendo que como estaban todos los compañeros haciendo lo mismo, al final solían acabar con más piojos casi de los que tenían la principio”.
“Aquí, los prisioneros se morían literalmente de hambre. Morían también por falta de atención médica. Cuando se dictan unas directrices de funcionamiento de los campos de concentración, el ‘caudillo’ se preocupa, y así aparece en las directrices, de que en cada campo, en cada batallón de trabajadores haya un capellán, pero no aparece reflejado que haya un médico o un enfermero. Y esa es la realidad, y hay que contarla tal cual fue porque, si no, la gente va a pensar que aquello fue mucho menos de lo que fue. Para que el paso del tiempo no acabe convirtiendo aquello poco menos que en una anécdota o en algo menos grave».
Las mujeres
En los campos no hubo muchas mujeres, pero fueron tanto o más víctimas del franquismo que los hombres.
“Yo destacaría una primera fase, con una represión exactamente igual de dura o más que la de los hombres porque ellas, encima sufren una serie de vejaciones, violaciones, todo tipo de humillaciones más extremas que las que sufren la mayoría de los hombres. Con lo cual, una primera fase de represión en las que pasan por las cárceles, por campos de concentración aunque sea de forma más puntual. Y a esto hay que añadir un sufrimiento extra en muchos casos porque iban con sus hijos de corta edad, que ven cómo sus bebés acaban muriendo de hambre. Hay testimonios terribles. En algunas cárceles, las reclusas hacían guardia para que las ratas no se comieran a los bebés…una atrocidad».
«En algunas cárceles, las reclusas hacían guardia para que las ratas no se comieran a los bebés».
«La mujer sufrió, yo creo que doblemente que el hombre porque a esa condición de republicana se unió ser inferior según la mentalidad machista del franquismo, que las llevó a sufrir otro tipo de vejaciones y violaciones».
«Y luego hay una cosa generalizada, más allá de la represión, y es que hubo una regresión para la situación de la mujer, que de ser uno de los países de Europa en la que podían votar, pasaron a la cocina y a ser fábricas de hacer hijos, ese era el único papel que tenían. A los blanqueadores del franquismo les molesta mucho hablar de esto».
La Iglesia en los campos
-¿Cuál fue el papel de la Iglesia?: “Fundamental”.
-¿No hizo nada por esta gente?: “Al contrario. No sólo no hizo nada por ayudar sino que contribuyó al sufrimiento. La Iglesia es una parte fundamental en la legitimación del golpe de Estado y de la posterior guerra, juega ese papel absolutamente indigno. Es curioso y por eso he querido mencionarlo, que en la época de la república, es verdad que hay un anticlericalismo muy importante pero es que esto venía motivado porque la Iglesia estaba siempre del lado del poderoso y olvidándose del más débil».
“En los campos de concentración nunca faltaba un cura que se dedicaba generalmente, por los testimonios que tenemos de los prisioneros, a insultarlos a humillarlos e incluso a violar el secreto de confesión que provocaba detenciones».
«Hubo excepciones» – añade – «como en campos de concentración de Galicia donde los prisioneros recuerda cómo el sacerdote del pueblo se llenaba debajo de la sotana con ropa y comida y se la repartía a los presos a escondidas. Pero en general, como institución, la Iglesia en muchos casos llegó a alentar la violencia contra los republicanos, tal y como aparece en papeles de la época. Es terrible y no ha habido una petición formal de perdón, hubo un amago tras la muerte de Franco pero quedó en un amago porque el texto original fue retocado. Una de las deudas pendientes que tiene la Iglesia católica es pedir perdón por lo que hizo en esos tiempos».
Las cifras
Durante los tres largos e intensos años de investigación, el autor identifica cerca de 300 campos de concentración por los cuales pasaron, según sus estimaciones, entre 700.000 y un millón de prisioneros. El número de víctimas directas supera con creces los 10.000 y el de indirectas es incalculable porque los campos fueron, para muchos hombres y mujeres, lugares de paso que acabaron fusilados o en cárceles convertidas en los primeros años en “verdaderos centros de exterminio”.
“Las cifras que menciono son un mínimo muy mínimo”, explica. Esa cifra de 10.000 muertos la dio Javier Rodrigo, historiador que hizo un primer trabajo sobre campos de concentración hace bastantes años “y a mí se me antoja muy, muy corta”. “No he querido hacer proyecciones pero sí he querido decir ‘sí sabemos esto’: sólo en 15 campos de concentración se han podido documentar 6.000 muertos. No podemos hacer la extrapolación porque hubo campos más y menos letales, más grandes y más pequeños. Pero si en 15 ya tenemos documentados un mínimo de 6.000 muertos, es obvio que en el 300 campos, esa cifra de 10.000 se queda muy pero que muy corta”.
“Nunca se sabrá el número exacto de víctimas del franquismo, la cifra de 150.000 es orientativa y se queda corta”.
Y esto es así porque son muchos los testimonios de cómo se los llevaban para fusilarlos la mayor parte de las veces, y cómo sacaban camiones con los muertos también por hambre o enfermedad. “Esa es una escena que se repite, un testimonio que se repite no sólo por parte de prisioneros sino por vecinos de los pueblos e incluso algunos de los guardianes de los campos”, cuenta Carlos Hernández, que subraya que “como no queda registro de estas muertes es imposible dar una cifra”.
“Nunca se sabrá el número exacto de víctimas del franquismo”, sentencia. “Se baraja la cifra de 150.000 global como de mínimos y orientativa”. Luego están las miles y miles de personas represaliadas. “Con la liberación de los prisioneros no llega la libertad, salen del campo de concentración y entran en el gran campo de concentración que era toda España, en el que todo el mundo estaba vigilado, todo el que ha tenido algún tipo de relación con la república está permanentemente señalado con el dedo, marginado, humillado, si no le han incautado todas sus propiedades y a los que les resulta reconstruir su vida porque no pueden acceder a un puesto de trabajo mínimamente digno”.
Negacionistas
Desde que en España se aprobó la Ley de Memoria Histórica, primero, y el compromiso después de Pedro Sánchez de exhumar a Franco del Valle de los Caídos, España ha vuelto a dividirse. A esto hay que añadir la presencia del partido de extrema derecha Vox que lleva en sus listas electorales a reconocidos franquistas, mientras el PP de Pablo Casado y el Cs de Albert Rivera critican que se abra el debate de los desaparecidos tras la Guerra Civil.
«Mientras que los negacionistas del holocausto son una minoría y están perseguidos judicial y socialmente, que es lo importante, aquí está socialmente aceptado», comenta Carlos Hernández. «Los estamos viendo todos los días en las tertulias de las televisiones y de algunas radios a estos negacionistas del franquismo, mintiendo, dando datos falsos, haciendo apología de la dictadura y, por lo tanto, insultando a las víctimas. Hay mucho negacionismo en la derecha de este país».
«Echo de menos una derecha a la europea, a una Merkel o a un Macron, con los que puedes estar de acuerdo o en desacuerdo en política económica, en política social, en política exterior, pero el partido de Ángela Merkel se define como antifascista. Echo de menos una derecha en España claramente antifranquista. Aquí no se ha producido, en gran medida, por lo mal que se hicieron las cosas sobre todo en los años posteriores a la Transición, porque si se hubieran puesto las cosas en su sitio en aquel momento, es la propia sociedad la que habría obligado a estos partidos de derecha a ‘centrarse’ al menos en este terreno porque habría conocido lo que fue el horror de la dictadura y habría estado muy mal visto que alguien la justificara o blanqueara. Estamos mucho peor preparados que el resto de Europa para afrontar la llegada de la extrema derecha».