Transnistria: una provincia rebelde entre la órbita rusa y la presión de Bruselas
Transnistria es conocida como el paraíso de los gánsteres, el último pedazo de la era soviética o el país que no existe. ¿Cómo pinta su futuro?
Odesa, Ucrania. Febrero de 1998. Un coche se detiene a pocos metros de Leonid Kapelnyushy, director de la Comisión Electoral de la ciudad, que tiene el tiempo justo de ver cómo tres hombres se apean del vehículo, le encañonan y abren fuego. Si hubiese muerto en ese momento, Kapelnyushy se hubiese convertido en la enésima víctima de una ola de asesinatos que ya se había llevado por delante a varios políticos y empresarios locales de primer orden. Pero tuvo suerte; consiguió sobrevivir a pesar de las heridas.
Unos años más tarde el periodista británico Misha Glenny, experto en la región de los Balcanes y en las dinámicas del crimen organizado en el Este de Europa, contactó con Kapelnyushy para solicitar una entrevista. Glenny estaba metido en una investigación sobre la mafia ucraniana y quería saber hasta qué punto el crimen organizado había estado detrás de la matanza ocurrida a finales de los 90 en Odesa. Durante la conversación que mantuvieron, el que fuera director de la Comisión Electoral de la ciudad dijo algo que el reportero inglés encontró francamente esclarecedor.
– Antes de caer inconsciente me fijé en un detalle: el coche del que salieron aquellos hombres tenía matrícula de Transnistria.
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El paraíso de los gánsteres. El pedazo olvidado de la era soviética. El país que no existe.
Esas son las definiciones que suelen acompañar a Transnistria en los libros y artículos que la mencionan. Sirve para hacerse una idea de la realidad imperante en este territorio de 4.000 Km cuadrados que recorre la frontera entre Moldavia y Ucrania y que está habitado por algo más de medio millón de personas. La mayoría de la población reside en una ciudad llamada Tiráspol que hace las labores de capital. Su bandera todavía luce una hoz y un martillo.
Para comprender las descripciones que se refieren a Transnistria como un terruño sin garantías hay que remontarse a 1990, concretamente a los meses inmediatamente posteriores a la caída de la Unión Soviética y la consiguiente proclamación de independencia de Moldavia. Resulta que tras la independencia una porción importante de la población eslava de la provincia más oriental, la que toca con Ucrania, decidió que no quería formar parte de Moldavia. El resto del país, culturalmente vinculado a Rumanía, no se tomó demasiado bien este órdago a su futuro y las tensiones terminaron por desembocar en una guerra de baja intensidad que duró un par de años, terminó con la vida de 1.500 personas y dejó las cosas más o menos como estaban.
A cualquier persona que agarre un mapa y se ponga a analizar aquel conflicto le asaltará una duda muy razonable: ¿cómo pudo Transnistria mantener todo su territorio original? Es cierto que el río Dniéster ejerce de frontera natural entre la provincia rebelde y el resto del país pero las fuerzas moldavas podrían haber intentado atravesarlo de mil maneras. ¿Entonces? La respuesta tiene un nombre: el 14º Ejército ruso estacionado en la región desde antes de la independencia de Moldavia que las autoridades rusas, conscientes de las tensiones que recorrían el país, dejaron en Transnistria. Sobre el papel el 14º Ejército ruso actuó como “fuerza de paz”; su misión era evitar que el conflicto se desmadrase. Sin embargo, sobre el terreno los militares rusos se erigieron como protectores de los intereses separatistas.
En 1992, dos años después del inicio de las hostilidades, y tras conseguir que éstas no degenerasen en una guerra abierta, las autoridades rusas lograron sentar a la mesa de negociación a los moldavos y los separatistas de Transnistria. El alto el fuego resultante, firmado de mala gana por los primeros, garantizó la independencia de facto de Transnistria pese a que ningún país del mundo –tampoco Rusia– reconoció su estatus como Estado autónomo.
Así fue como el gobierno de Moldavia perdió el control sobre su región fronteriza y una de las más industrializadas del país, que pasó a estar gobernada por Ígor Smirnov, un ex militar del Ejército Rojo. Misha Glenny sostiene que Smirnov accedió al poder gracias al apoyo de varios oligarcas rusos y de una camarilla formada por ex agentes del KGB. Sea como fuere, se mantuvo al frente del territorio hasta el año 2011.
Fue durante el mandato de Smirnov cuando Transnistria se convirtió en una suerte de refugio para señores de la guerra, contrabandistas y criminales de todo pelaje y condición. Una afirmación, ésta, que algunas personas –y las propias autoridades del lugar– refutan alegando que es fruto de la propaganda moldava. En cambio el veterano periodista estadounidense William Finnegan, ganador del Pulitzer en 2016 y autor de varios reportajes sobre el narco en México, definió en una crónica sobre el tráfico de mujeres a Transnistria como “un páramo sin ley” incluso para los estándares de la región. “Los mafiosos de Rusia, Ucrania y Moldavia vienen aquí a esconderse y la desconfianza hacia la policía local es tal que cuando las familias sospechan que un ser querido ha terminado en la trata de blancas rara vez se llama a las autoridades por miedo a que estén coludidas con los traficantes”, escribió Finnegan.
Aunque quizás el caso más llamativo, el que otorgó a Transnistria la fama de ser el paraíso de los gánsteres, fue el que protagonizó el traficante de armas Víktor Bout. Bout, apodado “el mercader de la muerte” por el volumen de armas que movían sus redes de contrabando, encontró en el territorio controlado por Smirnov grandes oportunidades de negocio. De hecho, se dice que parte del arsenal que terminó revendido por medio mundo procedía de los almacenes custodiados por el 14º Ejército ruso.
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Pese a los quebraderos de cabeza que Transnistria ha generado con cierta frecuencia en el cuartel de la Interpol, las autoridades de la autoproclamada república independiente vivieron en relativa paz y armonía, sin ser molestados por las potencias occidentales, durante un buen puñado de años. Quizás nadie consideró inteligente menear un avispero de semejante calibre, sobre todo teniendo en cuenta que entre el río Dniéster y la frontera oriental de la Unión Europea sólo hay 200 kilómetros. O quizá la contención tuvo más que ver con las amistades de los mandamases locales en el Este; en Kiev y en Moscú. A saber. En cualquier caso, toda esa tibieza desapareció en 2014 tras el estallido de la guerra civil en Ucrania.
El conflicto ucraniano, que todavía continúa en activo, enfrenta al nuevo gobierno de Kiev –más cercano a la Unión Europea– con los separatistas pro-rusos del oriente del país y, en última instancia, con Moscú. De momento la guerra ha hecho que Ucrania pierda los territorios limítrofes con Rusia, que ahora están en manos de los citados separatistas, y también la península de Crimea, que ha ido a parar directamente a las manos de Rusia. En este contexto la asociación de Transnistria con Moscú ha pasado factura. Las autoridades ucranianas, que hasta el 2014 no se preocupaban demasiado por lo que ocurría en ese pequeño territorio enmarcado en su frontera occidental, optaron por un cambio de actitud.
“Lo que ha ocurrido en Crimea y en las provincias orientales –el Donbáss– ha transformado por completo la relación que mantenían Transnistria y Kiev”, explicaba hace unos días el politólogo Anatolii Dirun, de la Universidad Interregional de Tiráspol, a la revista Foreign Policy. “Ahora no es tan sencillo como antes cruzar la frontera entre Transnistria y Ucrania. Desde el 2014 el nuevo gobierno ucraniano ha impuesto controles fronterizos en los que se detiene a cualquier ciudadano de Transnistria que tenga pasaporte ruso y esté en edad militar”, añadía Dirun. La guerra civil ucraniana también ha afectado severamente a la economía de la pequeña república; hasta el año 2017 prácticamente no hubo exportaciones hacia Kiev. “Ahora la situación ha mejorado un poco –comentaba el politólogo– aunque el mercado ucraniano sigue sin recuperar el atractivo que tenía hace cinco años”.
Aunque en el año 2017 el gobierno ucraniano decidió abrir un poco la mano, también estableció una serie de check-points a lo largo de los casi 300 kilómetros de frontera. Su intención era golpear a una de las principales fuentes de ingresos de la provincia rebelde: el contrabando. ¿Los principales afectados? El puñado de empresarios locales que hasta entonces hacían y deshacían a su antojo. Por primera vez en su historia estos magnates notaban el bolsillo bajo asedio.
Casualmente, este ‘ataque’ a las arcas de Transnistria desde el lado ucraniano coincidió con un movimiento sumamente interesante por parte de Moldavia. Resulta que en el año 2014 su gobierno firmó un acuerdo comercial con la Unión Europea que garantizaba el acceso de productos moldavos al mercado comunitario sin necesidad de pagar aranceles. Lo novedoso es que las autoridades de Moldavia permitieron que el acuerdo incluyese también a las empresas de Transnistria… siempre y cuando éstas estableciesen una sede en la orilla occidental del Dniéster –es decir: en Moldavia– y accediesen a estar bajo la tutela de sus agentes de aduana.
El resultado de esta concesión no se ha hecho esperar. Mientras que en el año 2015 sólo el 27% de los productos de Transnistria terminó en el mercado europeo, el año siguiente, en 2016, ese porcentaje aumentó hasta el 58%. En otras palabras: a raíz de la guerra civil en Ucrania y gracias a las concesiones realizadas por Moldavia, la población de Transnistria, por muy rusófila que sea, depende cada vez menos de Moscú y cada vez más de la Unión Europea.
Este nuevo panorama deja unas cuantas preguntas en el aire. ¿Cabe la posibilidad de que, conforme vaya creciendo su dependencia de la Unión Europea, Transnistria rebaje su actitud separatista y se integre, poco a poco, en el país al que oficialmente sigue perteneciendo? En cuanto a Rusia, ¿está vigilando la situación? En caso afirmativo: ¿tiene planes al respecto?
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Cuando Misha Glenny contactó con Leonid Kapelnyushy para hablar de la ola de asesinatos que sacudió Odesa a finales de los 90 muchas de aquellas muertes todavía no se habían resuelto. La gente sospechaba del crimen organizado, que además era particularmente fuerte en Odesa, una ciudad portuaria por la que pasaba, y pasa, muchísimo petróleo, pero en muchos casos faltaban pruebas. Sin embargo, el hecho de que las tres personas que atentaron contra la vida de Kapelnyushy saliesen de un coche con matrícula de Transnistria despejaba unas cuántas incógnitas. Así lo dice en McMafia, un ensayo monumental en el que Glenny propone al lector recorrer las redes criminales más influyentes del mundo.
– La pequeña provincia separatista de Moldavia es la quintaesencia del Estado mafioso; el lugar perfecto para el delincuente que busca escabullirse tras llevar a cabo su misión.
Esta afirmación deja una última pregunta en el tintero: ¿qué futuro le espera al entramado criminal establecido en Transnistria si el último pedazo de la era soviética se deja seducir por Bruselas?