Millón y medio de infectados versus treinta millones de parados o algo más de 70.500 muertos versus el 4,8% del PIB. Estas son las cifras que rondan la cabeza de un pueblo, el estadounidense, que no para de preguntarse: y ahora qué. ¿Mantenemos gran parte del país funcionando bajo mínimos para detener la expansión del virus o levantamos la persiana para no figurar junto a Burundi en el próximo gráfico de la revista The Economist?
Aunque teóricamente la Casa Blanca tiene poderes para establecer cuarentenas y restricciones a la movilidad en casos extraordinarios, Donald Trump no ha querido invocar esos poderes y lleva semanas delegando el engorro de la reapertura en los gobernadores de cada estado. El presidente opina (más de la cuenta) y sugiere, pero no impone.
¿El resultado? Pues el esperado. Algunos lugares como Georgia se han embarcado en la “nueva normalidad” mientras que otros, como California o Nueva York, siguen manteniendo el parecido con los escenarios de Soy leyenda. Y entre unos y otros se encuentran casos como el texano; allí el gobernador –un compañero de filas de Trump llamado Greg Abbott– ha ordenado una desescalada por fases similar a la española.
Frente republicano
Este martes, durante la visita que pagó a una fábrica de mascarillas en Arizona, el Donald se mostró a favor de reabrir cuanto antes. En unas declaraciones recogidas por los medios de comunicación reconoció que la situación está lejos de ser perfecta y que algunas personas van a sufrir, y sufrir mucho (“badly”), con la reapertura económica del país, pero que no queda otra. No han sido pocos los observadores que han calificado estas declaraciones como las más transparentes de todas las que ha realizado hasta la fecha. “Es la primera vez que comparte, sin reservas y con claridad, su análisis sobre el coste-beneficio de la situación”, rezaba la crónica de Bloomberg.
En paralelo Mike Pence, su vicepresidente, reveló que en la Casa Blanca ya se plantea disolver el panel de expertos creado para asesorar al Donald durante la crisis vírica. Pence, que la semana pasada acaparó titulares por no ponerse mascarilla durante una visita oficial a la Clínica Mayo, comentó que lo más probable es que los expertos regresen a casa a lo largo del mes de mayo. Preguntado que por qué la Casa Blanca está pensando en prescindir del panel de expertos justo ahora, cuando varios estudios advierten que la reapertura del país puede traer una segunda ola de contagios peor que la inicial, Pence contestó que la disolución se puso sobre la mesa tras ver “el progreso tan tremendo que hemos hecho como país”.
Es bien sabida la obsesión de Trump por la economía. A fin de cuentas, hasta que el virus tocó a la puerta la hojita del Excel era una de sus grandes bazas para lograr la reelección en noviembre. Lo sigue siendo, de hecho. Pero el tiempo se agota. Tiene seis meses para remontar la caída registrada en las últimas semanas; seis meses para devolver a los millones de nuevos desempleados su puesto de trabajo. Sin que se le muera medio país por el camino, claro.
Frente demócrata
En la trinchera que ocupa el Partido Demócrata los últimos días han sido algo más complicados de lo habitual. La causa: una señora llamada Tara Reade. Reade formó parte del equipo de Joe Biden a principios de los años 90, cuando el ahora candidato presidencial era senador. Según la mujer, en 1993 su por aquel entonces jefe se propasó. Es cierto que Biden arrastra cierta fama de gañán, y que son varias las mujeres que le han acusado de comportarse, en su momento, “de forma inapropiada”. Caricias, apretones en el hombro, guiños y cosas así. Pero el testimonio de Reade va un paso más allá: ella dice que él metió mano sin su consentimiento.
En un primer momento, hace semanas, Biden hizo caso omiso de la acusación. Entre otras cosas porque los reporteros de los principales periódicos del país, cuando se pusieron a investigar, no encontraron nada que avalara los comentarios de Reade.
Sin embargo, el escenario ha cambiado en los últimos días tras conocerse un par de cosas. Primera: una vieja vecina de Reade recuerda que por aquella época la mujer le confesó que Biden se había propasado con ella. Segunda: una señora que podría ser la madre de Reade llamó de forma anónima al programa de Larry King ese mismo año –1993– buscando consejo para una hija suya que estaba teniendo “problemas” con un “senador importante”. (La madre de Reade murió hace unos años y no puede, por tanto, aclarar si fue ella quien realizó esa llamada.)
I wish we had @JoeBiden‘s leadership in the Oval Office right now.
Americans deserve a president who will manage the COVID-19 crisis with the compassion, competence, and respect for science we need to save lives and revive the economy.
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— Hillary Clinton (@HillaryClinton) April 28, 2020
Ante estas informaciones Biden se ha visto obligado a salir a la palestra para desmentir tajantemente que sucediera nada con Reade. Y para reforzar su desmentido ha pedido al Senado que rebusque en sus archivos, a ver si encuentra la queja que Reade, supuestamente, redactó a raíz de lo sucedido. Además, el desmentido de Biden ha sido confirmado por varias personas que compartieron oficina con Reade en 1993. Nadie parece recordar que sucediera nada.
De momento, las mujeres más prominentes del Partido Demócrata han cerrado filas en torno a Biden mientras él sigue buscando una mano derecha que le acompañe en el camino a la presidencia. Trump, por su parte, ha preferido no hacer sangre.