Por qué el CIS debería preguntar a los españoles por la Monarquía
Hablamos con el periodista Alberto Lardiés y el politólogo Lluís Orriols sobre las razones por las que el CIS omite un asunto de interés general tras las revelaciones sobre el rey emérito
«Informaciones inquietantes que nos perturban a todos». Así calificó Pedro Sánchez las noticias que revelaban nuevas prácticas corruptas por parte de Juan Carlos I. El escenario para hablar de un asunto tan espinoso fue una rueda de prensa conjunta con el primer ministro italiano, Giuseppe Conte. Sánchez habló sin vacilar, con confianza. Hasta entonces, su tono había sido más comedido en lo referente a los negocios opacos reales. La severidad de sus palabras evidenciaba que el nivel de descontento había crecido, a pesar de que el presidente subrayó que la Casa Real estaba marcando distancias con el rey emérito. «Y eso es algo que agradezco», añadió.
En los últimos años, los españoles (todo el mundo, a decir verdad, pero no en todo el mundo hay Borbones) han asistido a un goteo de noticias que informaban de las actividades deshonestas, cuando no ilegales, de Juan Carlos I. A su vez, la Casa Real viene realizando esfuerzos por desligar a Felipe VI de las actividades de su padre. Y, paralelamente a estas actuaciones opuestas, el Centro de Investigaciones Sociológicas mantiene su apagón demoscópico. El CIS, cuya principal ocupación consiste en realizar encuestas para conocer la opinión pública, lleva cinco años sin preguntar por la monarquía. Se trata de una omisión especialmente ruidosa en el contexto actual, con revelaciones continuas sobre el rey emérito. Como las mejores elipsis, la del CIS con la Monarquía más que omitir, subraya.
Lluís Orriols, doctor por la Universidad de Oxford, profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III de Madrid y rostro habitual en análisis televisivos, cuenta a The Objective que la ausencia de preguntas sobre la monarquía en el CIS «llama la atención». Orriols comenta que ha tenido la oportunidad de preguntarle al actual presidente del CIS al respecto. La contestación de José Félix Tezanos, habituado a la polémica desde que le auparon a la dirección del centro, no deja de ser sorprendente. «La respuesta desde el CIS es que no es una cuestión de actualidad, de interés público. Si damos por cierto este argumento, debería caer en las últimas horas», explica Orriols.
Sabana, desierto, volcán
El crédito de la Monarquía como institución se resiente con cada noticia que cuestiona la ejemplaridad de Juan Carlos I. Una breve cronología: el carrusel de informaciones de los últimos años comienza con la partida de caza en Botsuana. Ya allí, en el calor de la sabana, estaba presente Corinna Larsen, la empresaria alemana íntima del rey. Botsuana es el temblor previo a la erupción del volcán. El 13 de abril de 2012, el entonces rey de España se fracturaba la cadera. Golpe, caída, derrumbe. El célebre «lo siento mucho mucho, no volverá a suceder» precedió al CIS de abril de 2013, en el que los encuestados valoraron la Monarquía con un 3,68 sobre 10. El 19 de junio de 2014, el volcán estalla: Juan Carlos abdicaba al trono y daba paso a Felipe VI.
La institución sacrificaba al padre para salvarse. No es nuevo, Freud podría apuntalar el análisis. Sobre la autonomía de Felipe VI respecto a Juan Carlos, Lluís Orriols opina que «desvincular el padre del hijo, en una institución familiar, hereditaria, resulta muy complicado. El hijo puede ser beneficiario por una cuestión de familia, de herencia… Por eso la monarquía no pude permitirse el lujo de equivocarse».
Después, la lava descendió y arrasó el paisaje: ascenso de Podemos, noticias sobre una comisión de 65 millones de euros por la licitación del AVE a La Meca en el desierto árabe, Villarejo y el espejo del pantano, tira y afloja con Corinna, revelaciones abrumadoras de exmiembros del CNI. «Majestad, Corinna es una relación muy peligrosa», llegó a decirle a Juan Carlos el entonces jefe de inteligencia, Saiz Cortés. A continuación, la lava se solidificó. Urdangarin entró en prisión en 2018 por malversación, prevaricación, tráfico de influencias y fraude a la Administración. Mantra: «La justicia funciona». Felipe VI trató de presentarse como un monarca responsable, ajeno a los desmanes de su predecesor. Siguiendo esta línea, el 15 de marzo de 2020, con el estado de alarma decretado, anunció que renunciaba a toda herencia que pudiera corresponderle personalmente de su padre. La decisión llegaba a raíz de una noticia que le situaba como beneficiario de Lucum, una fundación de Juan Carlos investigada por presunto blanqueo de capitales. Felipe también le retiró la asignación prevista en los Presupuestos. Y a principios de junio, a modo de fin de fiesta con fuegos artificiales, la Fiscalía del Supremo asumió a la investigación a Juan Carlos por la fortuna oculta en Suiza. El rey emérito podría ser investigado. Ya en los créditos, Corinna Larsen declaró que los 65 millones que le entregó el rey suponían «una muestra de gratitud».
«Un déficit democrático»
En medio de esta espiral de ruido, el CIS escoge el silencio y deja de preguntar por la Monarquía. Tal y como señaló Maldita, la última vez fue en el barómetro de abril de 2015. La ausencia es llamativa puesto que el organismo está destinado a conocer la opinión de los españoles sobre temas de actualidad. Y el asunto lleva tiempo de actualidad. Este miércoles se publicó el CIS de julio en el que la cuestión de la Monarquía no aparecía de forma específica, sino como posible respuesta ante preguntas como «¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?». De este modo, el CIS evita una pregunta directa.
El periodista y escritor Alberto Lardiés, autor de libros sobre la Corona como La democracia borbónica, cuenta a The Objective que en este sentido el CIS se ha comportado como «un elemento al servicio de las élites». «Lo normal sería que con el nuevo rey se hubiese seguido preguntando periódicamente, es lamentable que no se haga. En un momento convulso, de muchas crisis e incertidumbres, qué mejor que tener el termómetro del CIS para tomar la temperatura de una institución que ocupa nada más y nada menos que la Jefatura del Estado».
Según Lardiés, el hecho de que el CIS incluyese la cuestión no implicaría un debate de gran trascendencia, simplemente preguntar con total naturalidad para que se conozca la opinión de la sociedad. Bajo su punto de vista, es una cuestión a la que hay que restar dramatismo. «Se intenta mantener la Corona impoluta, sin que nada de la actualidad política la roce. Eso es un error y un déficit democrático».
«Una especie de omertà»
Lardiés, que en 2017 publicó junto a Daniel Forcada La corte de Felipe VI: Amigos, enemigos y validos: las claves de la nueva monarquía, considera que, eludiendo la pregunta sobre la monarquía de los barómetros, se está «sobreprotegiendo» a la Corona. Lardiés coincide con Orriols en la dificultad de desligar al hijo de su padre: «Se está intentando hacer una especie de cortafuegos mediático, desligando a Felipe VI de los problemas. Es una estrategia burda, si realmente Felipe VI no tiene nada que ocultar, no tendría por qué existir este silencio. Si la Corona actual no tiene problemas, si los negocios opacos son cosa del pasado y Felipe VI realmente renunció a ser beneficiario de la Fundación, ¿por qué no lo comunicó? ¿Por qué tuvo que pasar más de un año hasta que se hizo público gracias a los medios de comunicación?», se pregunta.
Lardiés señala también que existe «una especie de omertà» en torno a la figura de Felipe VI. «Es importante conocer la verdad. Todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia, pero se ha demostrado que la actitud de Juan Carlos I ha sido de todo menos ética y ejemplar. De Felipe no se puede hablar. Felipe VI sí lo está intentando, pero debe esclarecerse por qué aparecía como beneficiario de las fundaciones suizas».
El 1 de julio, la Fiscalía suiza envió a la española los documentos sobre los 65 millones de euros que Juan Carlos I había recibido de Arabia Saudí. La larga relación de ayudas y favores del Borbón con la Casa de Saúd es otro de los puntos que erosionan la ética: en 2007 Juan Carlos concedió el Toisón de Oro, la más alta distinción que otorga la Casa Real, al rey Abdulá. Esto suponía honrar al líder de un país teocrático en el que las relaciones extramaritales se pagan con lapidaciones, y que diversos informes han acusado de financiar al yihadismo. «Tras el asesinato de Khashoggi, Juan Carlos I fue el primer mandatario internacional en hacerse una foto con los miembros de la Casa Real Saudita», apunta Lardiés.
La inviolabilidad constitucional constituye la argamasa de la impunidad. Pero la norma se recubre de una película protectora de lugares comunes: «monárquico no, juancarlista», «el rey campechano», «Felipe está excelentemente preparado», «el hijo no es culpable de los pecados del padre». El problema nuclear es que la naturaleza de la monarquía, su misma esencia, reside en su carácter hereditario. Por eso resulta arduo separar la parte personal/familiar de la pública/institucional.
El papel de la Corona
Según Luís Orriols, el enorme crédito que tenía la monarquía se debía a la valorización positiva que la gente tenía de Juan Carlos, sobre todo por su labor durante la Transición, pero también a un consenso por parte de las élites políticas. Ahora, cuando hay élites políticas con un discurso crítico respecto a la monarquía, la situación cambia. «Hay una izquierda que valora negativamente la monarquía y una derecha que ha pasado a defenderla con fervor», apunta.
Esta situación se explica por algunos gestos del actual rey. «Felipe VI es un monarca prudente, moderado. La única vez que ha abandonado esa senda fue el 3 de octubre de 2017, con su discurso sobre Cataluña. Ahí estuvo a punto de meterse en un papel político y saltarse la neutralidad que le otorga la Constitución», señala Lardiés.
Lluís Orriols es más contundente en este aspecto y argumenta que Felipe «entró en el debate político, tomando partida. Esto puede suponer un problema no porque el rey adoptase una posición ‘constitucionalista’, sino porque apoyó un discurso siendo un actor que no está sujeto a rendición de cuentas, que no tiene función política sino de mera representación».
Cabe preguntarse, haciendo política-ficción (partiendo de que la política a veces traspasa la frontera de la realidad), qué sucedería si el CIS incluyera de nuevo la cuestión de la Monarquía en sus barómetros y la opinión de los encuestados fuera ostensiblemente contraria a la institución.
Con esta pregunta, Lluís Orriols duda. Permanece callado unos segundos y después declara que no podemos dar por sentada ninguna institución. «Las instituciones se crean, nacen y mueren. La monarquía debería estar muy preocupada por el descrédito generado. No podemos dar por sentada ni la democracia, estamos viendo cómo en muchos países se está degradando». Por su parte, Alberto Lardiés señala que la monarquía puede estar muy tranquila, y que si el CIS retomase la pregunta y la respuesta fuera negativa, «no tendría que provocar que pasase nada más».
En cualquier caso, independientemente de la ambigüedad del PSOE respecto a esta cuestión, sus aliados conforman el bloque de hielo de la oposición a la Corona: su socio de gobierno mantiene su discurso republicano, y Sánchez tiene apoyos puntuales pero decisivos de partidos independentistas alérgicos a la Casa Real. Falta por conocer la opinión mayoritaria de la ciudadanía. Si el CIS se atreve.