Hay una noticia en la que no se ha fijado mucha gente pero que, sin embargo, tiene importancia: la policía estadounidense está agotada. En los últimos meses –desde la muerte de George Floyd– cientos de agentes han anunciado que se retiran del cuerpo. Algunos lo han hecho porque están hartos de tanta protesta. Otros porque la mala prensa les genera demasiado estrés. También hay quien señala el aumento de policías muertos en acto de servicio (37 en lo que va de año; dos más que en 2019) como un motivo de causa mayor. El caso es que en algunas ciudades la policía tiene cada vez menos efectivos porque las bajas prematuras o inesperadas no consiguen compensarse con la llegada del típico recluta entusiasta; según explica un artículo del Washington Post de estos cada vez hay menos.
La noticia tiene su importancia no solo por su impacto directo –lo que puede significar para aquellos lugares que han visto cómo baja su número de agentes– sino porque toca directamente una de las grandes bazas electorales de Donald Trump: aumentar, o al menos preservar, la Ley y el Orden.
The brave men & women of law enforcement have been attacked & ambushed across the country. They want a strong leader that’ll #BackTheBlue. There hasn’t been a more outspoken supporter of the police than @realDonaldTrump
We need #FourMoreYears of America’s Law and Order President pic.twitter.com/n1v4C6zIDP
— National Fraternal Order of Police (FOP) (@GLFOP) October 14, 2020
No obstante, es poco probable que el Partido Demócrata se ponga a meter el dedo en la llaga a solo tres semanas de las elecciones. Por una razón muy sencilla: el presidente sostiene que el Partido Demócrata, al haber criticado duramente la muerte de Floyd y haber mostrado sus simpatías por el movimiento Black Lives Matter, es cómplice de lo que está ocurriendo. Así que ante la posibilidad de salir trasquilado, casi mejor no ir a por lana. Es preferible, a juzgar por los sondeos, ponerse de perfil y esperar la llegada del Día D.
Frente republicano
Es cierto que las encuestas pintan bastos para Trump. Sin embargo, tal y como explica Emilio Doménech, un periodista español afincado en Nueva York, el Donald todavía puede revertir la situación. ¿Cómo? Pues recuperando algo de popularidad, lógicamente. ¿Y cómo recuperar esa pizca de popularidad? Pues centrando el mensaje de su campaña en las buenas noticias que llegan desde la trinchera económica (los últimos datos de empleo y las predicciones del PIB sonríen al presidente) y presumiendo de logros como su reforma de impuestos del 2017, las facilidades a los pequeños negocios o los acuerdos logrados en política exterior. Puesto de otro modo: esquivando el tema del coronavirus.
Pero uno tiene la sensación de que eso sería como pedirle peras al olmo. Sobre todo ahora que ha superado la infección y va por ahí diciendo que se siente especialmente poderoso. Literalmente. I feel so powerful, dijo durante el mitin ofrecido a comienzos de esta semana en Florida ante miles de simpatizantes. “Voy a mezclarme con el público para repartir besos y abrazos”, añadió. Y sus seguidores al borde del delirio, claro. ¡El virus chino no ha tumbado a nuestro comandante! Con él no ha podido, cierto, pero cuando tienes a más de 200.000 familias (y subiendo) llorando la muerte de seres queridos y casi ocho millones de infectados (y subiendo) conviene ser prudente. Máxime si existe una grabación que demuestra que sabías el peligro que encerraba todo el asunto semanas antes de ponerte manos a la obra… y te pusiste manos a la obra muy de aquella manera.
Así las cosas, no sorprende ver cómo el siempre comedido Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas, empieza a estar seriamente cabreado. Horas antes del mitin en Florida, Fauci declaró que organizar una performance multitudinaria tan pronto (Trump dio positivo hace un par de semanas) eran ganas de liarla pepina. “Cuando se dan situaciones en las que se congrega muchísima gente sin mascarillas, los datos hablan por sí solos. Y ahora mismo es todavía peor idea teniendo en cuenta la situación de Estados Unidos”, añadió Fauci refiriéndose a la segunda ola.
Frente demócrata
Existe otra manera de revertir las encuestas: con alguna metedura de pata, o varias, del Partido Demócrata. Y teniendo en cuenta los vientos que corren en eso que llaman “guerra cultural” –la lucha por la imposición de unos valores determinados– entre progresistas y tradicionalistas cabe hablar de la posibilidad.
Ayer, sin ir más lejos, sucedió algo que hizo enarcar la ceja a más de uno. Ocurrió en el Senado, durante la batería de preguntas que varios senadores lanzaron a la jueza conservadora Amy Coney Barrett, que es la candidata a ocupar la silla que ha quedado libre en el Tribunal Supremo. Resulta que ante una pregunta sobre sus creencias religiosas –Barrett es católica– y cómo estas podrían afectar al ejercicio de su función, la nominada contestó que ella nunca ha discriminado a nadie por su preferencia sexual.
¿¡Preferencia sexual!? A la senadora progresista Mazie Hirono aquella respuesta le pareció una falta de respeto. “Si, en su opinión, la orientación sexual es una preferencia la comunidad LGBTQ tiene razones para preocuparse”, dijo Hirono. Tras la reprimenda Barrett, todavía preguntándose qué había dicho mal, se disculpó diciendo que no pretendía ofender a nadie y recalcando que, en fin, ella tiene la costumbre de relativizar sus valores religiosos a la hora de dictar justicia.
La intervención de Hirono causó furor en ciertos círculos universitarios y en las cabezas de unos cuantos activistas, pero a los votantes indecisos del Midwest y otros lugares en disputa que está intentando meterse Joe Biden en el bolsillo estas son las cosas que les suelen tocar la moral. Y son las cosas que luego, cuando el Partido Republicano argumenta que la extrema izquierda está intentando lavarle el cerebro a la sociedad estadounidense, hacen que ese votante indeciso se rasque la cabeza.
Por cierto: no, no se me olvidan los debates presidenciales como eventos que pueden condicionar el voto. Lo que ocurre es que el segundo debate presidencial, previsto para mañana, se ha cancelado después de que la organización que monta los saraos dijera que tras el positivo de Trump era mejor realizar un encuentro virtual y el Donald se negara a participar. Así que, si todo va bien, solo queda en la agenda el debate que tendrá lugar en una semana. En cuanto al debate celebrado hace unos días entre Kamala Harris y Mike Pence, no hay mucho que decir. Ambos mantuvieron las formas, lo cual es de agradecer, y dejaron poca sustancia para analizar.