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En busca del campechanismo o cómo Simón acabó en Planeta Calleja

Simón en Calleja, Irene Montero en Sálvame, Ayuso la mártir. ¿A qué vienen las acrobacias mediáticas de nuestro elenco político?

En busca del campechanismo o cómo Simón acabó en Planeta Calleja

Mediaset España

Hace ya tiempo que en España la política no levanta otras pasiones que las de los políticos. La desafección, dice la RAE, es la condición de no sentir estima por algo o mostrar hacia ello indiferencia. La OMS habla de «fatiga pandémica» para explicar por qué los ciudadanos ya no cumplen las restricciones como en marzo. Esas que ahora son de quita y pon y que se discuten en bucle entre tribunales y ‘grupos de coordinación’. Mientras, en la calle, unos y otros con unas y otras ideas no pueden estar más de acuerdo: todo es absurdo. De casa al trabajo y vuelta, apretujados en el metro y en la fábrica, siguen con sus vidas, ajenos al bailoteo de sus dirigentes. Muchos han dejado de ver las noticias, incapaces de seguir el ritmo. Para ellos, las restricciones se activan cuando afectan a su calle, al colegio de sus hijos, al bar que regentan o a la posibilidad de cruzar la ciudad para trabajar cada mañana. Como bien dice Íñigo Domínguez en un artículo de El País que refleja esta desafección de la que hablamos, «hay mucha gente al margen de los telediarios». La fatiga pandémica también es política, y con razón. 

Ocurre, sin embargo, algo muy curioso. Desde su realidad paralela y lejana, los políticos no quieren renunciar a la cercanía, por artificial que pueda resultar. Héroes, víctimas o campechanos, la persona tras el político ha de mostrarse a toda costa. Estar cerca de los ciudadanos tiene, para Jorge Fco. Santiago, experto en comunicación política, una fórmula sencilla: «Si eres alcalde, tomas decisiones locales y estás con la gente a quien repercuten. Si eres ministro, haces bien tu trabajo, es decir, no te quedas quieto, avanzas». Pero eso de actuar a veces como que cuesta, así que tiran de otras fórmulas: entran en casa de sus ciudadanos como el su Majestad cada nochebuena. Así, una ministra acaba en Sálvame dando declaraciones sobre la gestión de una crisis sanitaria, una presidenta autonómica nos mira desde el quiosco como una virgen mártir y el portavoz de la gestión la crisis en cuestión escala montañas y bucea por cuevas paradisíacas en Planeta Calleja cuando el virus azota por segunda vez en siete meses. 

Una música melancólica suena de fondo. La mirada de Simón en el horizonte, reflexiva. Un hombre sencillo castigado y endurecido por los últimos meses, sobrecogido ante la enormidad de la naturaleza. 3.327.000 españoles frente al televisor en horario de máxima audiencia. El Planeta Calleja con Fernando Simón fue el programa más visto del pasado viernes. En Twitter, un poco de todo: algunas alabanzas, acusaciones de estar «blanqueando» su figura–¿qué nos habrá dado últimamente con este término?– y, sobre todo, giros y giros de tuerca a pequeñas perlas sobre el rol del Gobierno en los últimos meses que Fernando dejaba caer entre cueva y cueva. Que si horas y horas de trabajo, que si decisiones difíciles. En fin, cosas de pandemia.

La búsqueda del campechanismo o cómo Simón acabó en Planeta Calleja
Fernando Simón en Planeta Calleja, a punto de sumergirse en el fondo del mar. | Foto: Mediaset España

A lo que íbamos: ¿qué estrategia hay detrás de estas apariciones estelares?, ¿pesa más el beneficio que la polvareda de indignación y memes? «Aunque su objetivo sea conseguir una cercanía con los ciudadanos mostrando una faceta más ‘humana’, este tipo de acciones disminuyen la credibilidad de los políticos», opina Santiago. «Es una táctica para cambiar la actitud del público y reorientar una imagen que ha sufrido desgaste», añade Ricardo Ruiz de la Serna, experto en comunicación estratégica de la Universidad CEU San Pablo. Ambos atribuyen las apariciones en programas del corazón como Sálvame a una estrategia de alcance, de llegar a segmentos de la población a los que es difícil llegar a través del telediario o de programas de análisis de la actualidad. «La audiencia de estos programas es muy variada, mucho más que la de las tertulias políticas, por ejemplo», apunta de la Serna. 

Este intento de cercanía no tendría mayor importancia en una normalidad al uso, según Santiago. Simón no ha sido el único en pasar por Planeta Calleja. El mismísimo Pedro fue uno de los primeros invitados cuando estrenaba su cargo como líder del PSOE. Rivera y Soraya Sáez de Santamaría también estuvieron allí. Rufián y Colau fueron tertulianos en Sálvame. Jorge Fernandez Díaz, el principal implicado en la trama ‘Kitchen’, fue a Cámbiame a opinar sobre las últimas tendencias. Twitter es una herramienta más –si no una de las principales– de comunicación política. YouTube y TikTok se postulan como opciones interesantes, según Ruiz de la Serna. Aparecen nuevas oportunidades, nuevas vías de comunicación de político a ciudadano. Pero, como toda herramienta, tiene su doble filo: el contexto en el que se utiliza. En lo de gestionar esta crisis, lo hemos hecho peor que nadie. A esa pregunta que en abril sonaba tanto, ¿la bolsa o la vida?, nuestros dirigentes han decidido que ninguna. Por eso Santiago lanza una pregunta: ¿es el momento de hacer acrobacias comunicativas?

La realidad que vivimos –aunque diluida tras lo abstracto de las cifras y las declaraciones cruzadas– se concretiza en el día a día de la gente de a pie. «Hay quienes lo vemos y no le damos mayor importancia, pero cuando alguien lo está pasando mal, no tiene dónde agarrarse y ve que la política se convierte en un espectáculo, lo que piensa es: ‘¿A qué estamos jugando aquí?». Dedicarse a la política, según Santiago, es un trabajo continuo de representación de la ciudadanía. «Cada uno ha de ser consciente del rol que desempeña. Es como si, a la entrada del hospital, ves a tu médico fumando. ¿Qué credibilidad puede tener?»

David García-Amaya ha estado detrás del objetivo encargado de retratar a gran parte del elenco político actual. Le gustó fotografiar a Margarita Robles –«muy tímida»–. Rivera, Sánchez, Garzón, Casado o Montoro también se han puesto frente a su cámara. «El político, por lo general, se deja hacer. Es lo que hizo Ayuso cuando la fotografiaron para El Mundo», cuenta. Las de Irene Montero o las de Ayuso son, para él, los típicos posados que se han hecho toda la vida. Una vez más, lo que falla es el momento escogido para publicarlas. No hay nada en esta vida como ser oportuno. Además, añade Santiago, Europa no es –de momento– Estados Unidos. «Los políticos no son estrellas del rock». Y eso no está mal: «La política no se debe banalizar hasta convertirse en un espectáculo». El fotógrafo García-Amaya opina lo mismo, que en España nunca veremos esas imágenes en la intimidad, que allí son más conscientes de la fuerza que tiene la fotografía como herramienta de comunicación política si se usa bien. Le pregunto a Santiago si le viene a la cabeza alguien que lo haga bien: «Revilla, sin duda», me contesta. «Sabe manejarse en programas de contenido no-político, pero hablando de lo que sabe y de lo que puede hablar, aunque lo cuente bien y lo adorne con anécdotas, al final está hablando de política».

Las formas y, sobre todo, eso: el momento. Durante la campaña electoral, las acrobacias no molestan, son parte del teatro; pero, en teoría, la campaña termina y da paso a la gobernanza. «En campaña se hace poesía, pero se tiene que gobernar en prosa», afirma Santiago. «Tal vez una forma de reconstruir la relación con los ciudadanos sería empezar a tratarlos como personas inteligentes, responsables y capaces de formarse su propia opinión, es decir, tratarlos con respeto», apuntala Ruiz de la Serna.

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