Entiendo que muchas de las personas que siguen la política estadounidense ya lo saben, pero para aquellas que todavía no lo tienen claro vamos a recapitular. A ver: el famoso Colegio Electoral. Qué es, cómo funciona y por qué, tras su pronunciamiento este lunes, muchos aliados de Donald Trump[contexto id=»381723″] han tirado públicamente la toalla y han reconocido a Joe Biden como el próximo presidente de los Estados Unidos. Algo que no habían conseguido ni las sentencias judiciales, ni las declaraciones del fiscal general, ni lo dicho por la Corte Suprema.
En la primera potencia del mundo no es el voto popular quien elige al presidente. Es el Colegio Electoral; una institución formada por 538 personas repartidas entre todos los estados del país. ¿Y cómo se hace ese reparto? Pues obedece a una lógica bastante sencilla: cada estado cuenta con un número de ‘electorales’ equivalente a sus representantes en el Congreso. California, Texas y Florida, tres de los estados que más presencia tienen en Washington, cuentan con 55 ‘electorales’, 38 ‘electorales’ y 29 ‘electorales’, respectivamente. Al otro lado de la balanza se encuentran las dos Dakotas, con tres ‘electorales’ cada una, o Nuevo México, que solo tiene seis ‘electorales’.
Bien. Explicada la estructura vamos con el proceso. Cuando un ciudadano estadounidense deposita su papeleta en la urna esa papeleta termina directamente en un contador estatal. En 48 de los 50 estados el candidato que gana el voto popular es el candidato por el que los ‘electorales’ de ese territorio se decantarán semanas después, cuando el Colegio Electoral se reúna para designar al presidente. Ejemplo: como el 3 de noviembre Biden logró ganar el voto popular del estado de Arizona los once ‘electorales’ de Arizona han votado este lunes, durante el cónclave de la institución, por Biden. «Oiga, pero es que Biden ganó Arizona por solo 10.000 votos y en muchos de sus condados Trump sacó más papeletas». Da lo mismo. Quien gana el voto popular de un estado, aunque sea por la mínima, se lleva los votos ‘electorales’ de ese estado. Es una lógica de todo o nada, para entendernos.
Esto sucede, como digo, en 48 de los 50 estados y en Washington D.C. (que tiene tres ‘electorales’). Los dos territorios que no siguen este modus operandi son Nebraska y Maine, que tienen un sistema proporcional. Pero como Nebraska y Maine son lugares con una presencia relativa en el Congreso y en consecuencia tienen pocos ‘electorales’ no vamos a detenernos en su singularidad.
Lo siguiente que conviene saber es cuántos votos ‘electorales’ necesita un candidato para ser nombrado presidente. Necesita 270. Es decir: algo más de la mitad. Por eso durante la noche del pasado 3 de noviembre muchos analistas no estaban contando el número de papeletas (un millón, dos millones, veinte millones) sino quién conseguía el estado tal o cual y, en consecuencia, cuántos votos ‘electorales’ sumaba cada candidato. Porque eso es, a fin de cuentas, lo que realmente importa.
Usted puede pensar, llegados a este punto, que una cosa va con la otra. Que aunque lo determinante es el voto ‘electoral’ ambas cifras van a la par. Que si se gana el voto popular se ganará, qué duda cabe, el voto ‘electoral’. ¿No? Pues no, no siempre. Lo normal es que así sea, pero hace cuatro años, sin ir más lejos, Trump ganó el voto ‘electoral’ habiendo perdido el voto popular (consiguió 306 votos ‘electorales’ pese a tener menos papeletas que Hillary Clinton). En las elecciones del año 2000 sucedió lo mismo. Y en tres comicios presidenciales del siglo XIX también. En cualquier caso, no es lo habitual.
Frente republicano
Este lunes tuvo lugar la reunión del Colegio Electoral para certificar el voto popular y designar, ya sí que sí, al próximo presidente del país. Muchos simpatizantes de Trump esperaban la cita del Colegio Electoral con ganas porque, al sostener que ha existido fraude, preveían la ruptura del consenso en el seno de la institución. Puesto de otro modo: confiaban en ver a muchos ‘electorales’ saltarse la disciplina descrita más arriba (votar en línea con el resultado estatal) y decantarse por Trump en lugar de por Biden. Esperaban, por seguir con el mismo ejemplo, ver a una parte de los once ‘electorales’ de Arizona romper la línea y votar por el Donald.
Pero… ¿acaso pueden los ‘electorales’ romper la tradición? Es un debate peliagudo. En teoría pueden romper la disciplina del Colegio Electoral porque la Constitución no exige fidelidad perruna y sí garantiza, en cambio, cierta autonomía. Sin embargo, hay muchas leyes estatales que obligan a los ‘electorales’ a votar en línea con el sentir popular de sus respectivos territorios y, además, el pasado mes de julio una sentencia de la Corte Suprema estableció que esas leyes estatales tienen carácter constitucional.
Así que no ha habido sorpresas. Este lunes el Colegio Electoral certificó el resultado de las elecciones del 3 de noviembre y 306 de sus 538 miembros, los que correspondían según las urnas, votaron a Joe Biden. En otras palabras: lo de «presidente electo» ya es oficial.
Poco después varios conservadores de renombre que hasta la fecha se habían mantenido en línea con Trump rompieron con el presidente saliente y reconocieron la victoria de Biden. El más destacado fue Mitch McConnell, líder del Partido Republicano en el Senado y la persona con quien Biden se verá obligado a negociar cada dos por tres si los conservadores terminan por asegurar, el próximo mes de enero, el control de la Cámara Alta. Thom Tillis, de Carolina del Norte, y Lindsey Graham, de Carolina del Sur, también se vieron obligados a reconocer, finalmente, la victoria a Biden.
El Donald, por su parte, sigue sin asumir la derrota. Es más: el mismo lunes, coincidiendo con el pronunciamiento del Colegio Electoral, anunció que el fiscal general de los Estados Unidos, Bill Barr, abandonará su puesto la semana que viene. Barr ha sido muy criticado por el Partido Demócrata durante sus años en el cargo y ha sido acusado por el progresismo gringo de permitir que sus simpatías trumpistas condicionaran el desempeño de su función. Para entendernos: Barr ha sido uno de los aliados más importantes del presidente durante estos últimos cuatro años. Casualmente su salida se produce dos semanas después de haber cuestionado la narrativa del fraude electoral.
https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1338614499981602819
Es cierto que Trump anunció la marcha de Barr en un tono sosegado y recalcó que la relación con él sigue siendo buena. Lo que ocurre es que llueve sobre mojado y ya son legión los miembros de su administración que han sido largados tras dudar del líder o matizar alguna de sus declaraciones.
Frente demócrata
Biden, por su parte, sigue recogiendo aplausos y críticas a partes iguales. Los aplausos suele recibirlos tras algún discurso o alguna declaración que pone de manifiesto su afán unificador. En una de sus últimas intervenciones, por ejemplo, subrayó que entendía por qué muchos miembros del Partido Republicano todavía no han reconocido su victoria y dio a entender que, Trump being Trump, no se lo iba a tener en cuenta.
Las críticas suele recibirlas cada vez que anuncia quién ocupará un puesto relevante en su administración. Bueno, «cada vez» tampoco. Hay nombramientos que han sido recibidos con un encogimiento de hombros generalizado o incluso con gestos de asentimiento. Pero otros han mosqueado al personal.
La semana pasada hablé del general escogido para encargarse del Pentágono (un puesto que, en teoría, debería ocupar un civil) y la anterior me referí al conflicto de interés que parece acompañar a las personas que van a encargarse de los asuntos relacionados con la Defensa (incluyendo al citado general). Esta semana el fuego está en otro departamento: el de Transporte. Al parecer, su hombre allí será Pete Buttigieg.
Este ex alcalde de South Bend, una ciudad de Indiana, es gay. Lo cual encaja con la idea de Biden de presidir la administración más ‘diversa’ de la historia del país. El problema es que la ‘diversidad’ puede ser un arma de doble filo y tras filtrarse el anuncio Biden se ha topado con las críticas de la comunidad negra, que dice que Buttigieg no hizo nada por mejorar las condiciones de vida de los afroamericanos de South Bend cuando tuvo el poder de hacerlo. Otras críticas señalan que Buttigieg, que solo tiene 38 años, no tiene la experiencia para ocupar un puesto de tamaña responsabilidad.
Sin embargo, a Biden todo esto parece darle igual. Me refiero a las críticas en general. Además, sus ruedas de prensa empiezan a ser… algo opacas: las preguntas las escoge un miembro de su equipo y, curiosamente, la gran mayoría sigue versando sobre Trump. Al principio, y debido al ruido que hace el Donald, colaba. Ahora, sin embargo, muchos empiezan a darse cuenta de que a pocas semanas de asumir la presidencia siguen sin discutirse las políticas que pretende llevar a cabo en cuanto llegue a la Casa Blanca.