Mira en tu estantería. Repasa los libros que has leído o regalado este año. Acuérdate de los que estudiaste en el instituto o de los que encontrabas por casualidad en la biblioteca de tu ciudad. ¿Cuántas autoras recuerdas en las cubiertas? ¿Cuántas mujeres firman los libros que han marcado tu vida? Por desgracia, lo más seguro es que esa respuesta sea exigua, en casi todos los casos, insuficiente. Es probable que no te hayas dado cuenta de que para encontrarlas a ellas hace falta en muchas ocasiones un esfuerzo consciente de buscarlas. No porque no existan, que lo han hecho siempre, sino porque han estado ocultas, silenciadas, invisibilizadas.
De la «profunda convicción» de que entre todos podemos cambiar esta situación nace la iniciativa #EstaNavidadRegalaAutoras, que pretende reivindicar y visibilizar el papel de miles de escritoras. La idea funciona como una cadena. Cada usuario de redes sociales es un engranaje. El objetivo es publicar cada día hasta el final de las fiestas (el 6 de enero) la recomendación de un libro: no importa el país, el género o la época. Solo importa su autora. Todos tienen que estar escritos por una mujer.
Su impulsora, la escritora María del Mar González, asegura a The Objective que solo uniéndonos podemos transformar las cosas: «Los cambios tienen que surgir de la concienciación. Cada vez hay más iniciativas que luchan por la visibilidad de las escritoras como son La Nave Invisible, Adopta una autora o #LeoAutorasOct. Muchas veces no nos damos cuenta de que tendemos a leer más autores que autoras por el mero hecho de que se les publica más. Son este tipo de iniciativas las que ponen el foco directamente sobre el problema».
El movimiento no deja de crecer y recibe más de 100 tuits cada día con recomendaciones. «#EstaNavidadRegalaAutoras está resultando maravillosa, no solo por la alta participación y la gran visibilidad que se está dando a las escritoras, sino porque ha unido a la comunidad lectora, participando escritores y lectores por una misma causa común, hombres y mujeres codo con codo por el cambio«, señala González.
Pero, ¿de verdad están las autoras silenciadas?
«Desde luego. Es un problema que viene de largo y tiene unas raíces tan profundas que aún pueden verse en la sociedad en que vivimos. Durante siglos, la figura de la mujer estuvo invisibilizada en todos los aspectos y sólo a partir de mediados del siglo XX empezaron a contar con derechos fundamentales como el trabajo o el voto. Las obligaciones tradicionales de la mujer han resultado en un menor número de clásicos que la de sus compañeros de generación. Actualmente, el sesgo de género cada vez es más pequeño pero aún nos queda mucho para que la igualdad entre hombres y mujeres sea real«, reflexiona la impulsora de la iniciativa.
Las cifras la respaldan.
Faltan (muchas) mujeres en las grandes instituciones. La RAE se fundó en 1713 y no se admitió a la primera mujer, la poeta Carmen Conde, hasta 1979. En estos más de tres siglos de historia han pasado por los sillones de la RAE 474 académicos. Solo 11 de ellos han sido mujeres. Actualmente hay ocho entre los 46 miembros, con la reciente incorporación este 2017 de la filóloga Paz Battaner. También forman ese 17%: Clara Janés, Aurora Egido, Carme Riera, Soledad Puértolas, Inés Fernández-Ordóñez, Carmen Iglesias y Margarita Salas.
Faltan (muchísimas) mujeres reconocidas en los premios de literatura. Desde el año 2000, solo una mujer ha ganado el Premio Nacional de Narrativa en España: Cristina Fernández Cubas. En estos 17 años, cuatro lo han ganado en Ensayo y cinco en Poesía. Solo tres en la categoría de Letras Españolas, y una de ellas ha sido Rosa Montero este mismo año.
Faltan (sin parar) mujeres en los manuales escolares. Un estudio que realizó la Universitat de València arrojaba ya en 2013 cifras demoledoras: las mujeres solo aparecían en los libros de texto escolares en un 12,8% de las ocasiones. La profesora que realizó la investigación, Ana López-Navajas, habla de una genealogía del conocimiento femenino ocultada. «La presencia de las mujeres en los libros de texto es anecdótica y su ausencia, sistemática. No forman parte de la información relevante ni son protagonistas del relato general que transmite la enseñanza. Su presencia disminuye a medida que los cursos aumentan de nivel». Se trata de un «sistemático ocultamiento de las mujeres en el relato de la historia«.
Faltan (todas) las mujeres en las calles del Barrio de las Letras de Madrid.
Faltan hombres que lean a mujeres. En su último libro La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, Siri Hustvedt recoge que «el 80% de lo escrito por mujeres es leído por mujeres», mientras que la cifra de lectores de libros escritos por hombres es del 50%-50%.
¿A qué nos lleva todo esto? A una literatura incompleta y amputada. A una cultura amputada e incompleta. A una sociedad a la que le han arrancado como referente a la mitad de la población, porque seguimos siendo el 51%.
Y, ¿de verdad siguen siendo necesarias estas iniciativas?
«Cuando llega el momento de alzar la voz como autoras, de que se reconozca nuestro trabajo, nuestra escritura, pueden ocurrir dos cosas: que sintamos que no somos lo suficientemente buenas —el familiar síndrome de la impostora— o que se produzca una sordera colectiva y nadie oiga nuestra voz«, reflexionaba la editora y escritora Carmen G. de la Cueva en un artículo en CTXT. En él, la autora cuenta el camino «autodidacta, torpe y muy accidentado» que emprendió como lectora para encontrar a todas esas escritoras invisibilizadas porque «la genealogía literaria femenina está tan fragmentada y rota que el descubrimiento de autoras dura toda la vida».
Laura Nuño, del Observatorio para la Igualdad de la Universidad Juan Carlos I de Madrid, redundó en una idea parecida en eldiario.es: «Mientras no se visibilice a las mujeres escritoras, artistas y científicas se lanza el mensaje de que la creación es solo de hombres».
Y los efectos de la invisibilización de las mujeres no son inocuos. Pueden llegar a ser la base de un orden social excluyente, del techo de cristal, e incluso de la violencia de género. Así lo advierte la investigación de Ana López-Navajas: «La escasa relevancia de las mujeres en los textos escolares transmite con suma eficiencia unos patrones de desigualdad social que fragilizan la posición de la mujer y la dejan en inferioridad de condiciones. Estos patrones están ligados a la falta de referencias socioculturales que se les proporcionan a las chicas. Son estos patrones los que se encuentran en la base de un amplio abanico de comportamientos discriminatorios que van desde la brutalidad de la violencia de género a la sutileza del techo de cristal, asentando, de esta manera, un orden social excluyente».
Recomendaciones del equipo ‘The Objective’
La redacción de The Objective también se ha unido a la iniciativa. Aquí van nuestras propuestas, una para cada día, y algunas más.
Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozie Adichie. En menos de un centenar de páginas, Chimamanda nos explica de manera sencilla, directa, honesta y transparente la razón por la que todos, sí todos, deberíamos ser feministas. Una lectura obligatoria.
Poesía completa, de Idea Vilariño. Porque compartió todo su dolor y toda su resignación en sus versos, porque amó mucho más de lo que fue amada. Es una de las grandes poetas que dio América Latina.
La casa de la fuerza, de Angelica Liddell. Es una descarnada reflexión sobre la condición de la mujer en el siglo XXI, en un mundo “colorido por fuera y podrido por dentro“. El texto nos habla sobre cómo “el amor fracasa, la inteligencia fracasa, y nos destrozamos los unos a los otros, por cobardía, y humillamos y somos humillados hasta el final”, según palabras de la propia Liddell (Premio Nacional de Literatura Dramática).
Una historia sencilla, de Leila Guerriero. Una de las mejores cronistas de nuestra época escribe sobre Rodolfo González Alcántara, bailador de malambo, un héroe común, emocionante, orgulloso, valiente, mortal. Quién iba a imaginar antes de leer a Leila que le iba a cortar el malambo la respiración.
El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers. Porque fue una de los más grandes y precoces autoras de Estados Unidos. Publicó esta novela con 23 años y logró la fama, tras no alcanzarla como pianista. Un prestigio que consolidó con sus cuentos, algunos eternos, como Un árbol, una roca, una nube. Ella estaba tan segura de su talento que llegó a afirmar: “Tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner».
Un invierno en Sokcho, de Elisa Shua Dusapin. Es el primer y único libro de esta escritora franco-coreana, que nació en 1992. Destacaría, sin duda, su estilo. Con un lenguaje sencillo y elegante construye secuencias que te hacen sentir el frío de Sokcho. Creo que algún día merecerá la pena haber conocido a esta autora desde sus inicios.
La niña de Luzmela y La esfinge maragata, de Concha Espina. Reiteradamente ignorada por parte de la Real Academia de la Lengua de su tiempo, está de total actualidad recordar y reivindicar la vida y obra de una autora pionera: Concha Espina (1869-1955). La escritora española que más cerca estuvo del Premio Nobel. Sus personajes y tramas son cotidianos pero profundos, un fiel reflejo de la sociedad de su época. Su arrojo a la hora de visibilizar a las mujeres en la literatura en un tiempo en que aquello, más que una reivindicación popular era algo raro, la convierten no sólo en la gran escritora que fue sino también en un brillante espejo para las autoras de hoy.
La voz dormida, de Dulce Chacón. Madrid y el frío y el dolor de la posguerra. Ventas y el dolor y el frío de la cárcel. Es la historia de unas mujeres valientes, como no se podía ser entonces de otra manera, contada por otra mujer valiente.
Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe furiosa, de Joumana Haddad. La periodista y poeta libanesa Joumana Haddad, fundadora de la revista erótica y cultural ‘Jasad’ (cuerpo en árabe), pretende con esta obra romper los prejuicios de la mujer árabe sumisa y tradicional. Con un relato autobiográfico, rechaza la visión occidental estereotipada sobre las mujeres árabes e intenta diluir la imagen de que existe una única mujer árabe. En el prólogo se puede leer: «Querido lector, en este libro haré todo cuanto esté en mi mano por defraudarle. Intentaré decepcionarle, desencantarle, desposeerle de sus quimeras y opiniones preelaboradas. Queda avisado».
Tiempos de hielo, de Fred Vargas. Cuando un «libro corto» consigue condensar toda la tensión posible de una novela negra es porque es Frédérique Audoin-Rouzeau. Tras cuatro años de sequía, volvió con una serie de asesinatos enmascarados como suicidios en el Círculo Polar Ártico.
En esta noche, en este mundo, de Alejandra Pizarnik. Porque es un mujer frágil y terrible que escribió sobre la dificultad de vivir y que nunca se sintió tan alegre como en los momentos en que escribió sus poemas, que son los más tristes.
Dulceagrio, de Stephanie Danler. Una perspicaz y sensual novela que nace de la experiencia de la autora como camarera en Nueva York, según contó a The Objective. Este es su primer libro, nombrado como uno de los mejores libros de 2016, según el New York Times y del que la cadena Starz hará una serie de TV.
La vida de las mujeres, de Alice Munro. Su protagonista pasa de la niñez a la madurez en medio de una vida anodina; sin embargo, encuentra refugio en la literatura. A lo largo de toda la obra se muestra bastante crítica con el mundo que tiene alrededor, especialmente con el destino reservado a las mujeres. Esta novela de Munro (Premio Nobel de Literatura en 2013), está escrita en primera persona y guarda muchas similitudes con la biografía de la propia autora.
Léxico familiar, de Natalia Ginzburg. Sus novelas —muchas con tintes autobiográficos— están llenas de recuerdos y vivencias en las que te reconoces con frecuencia. Natalia Ginzburg a través de lo cotidiano, los pequeños gestos y los diálogos espontáneos te lleva a reflexionar sobre emociones más complejas. Es un libro para subrayar y releer.
Fin y principio, de Wislawa Szymborska. Porque era una poeta, como atributo, con una gran sensibilidad, inteligente y brillante todo el tiempo. Era inconformista –escribió en un poema que quería tener los ojos verdes solo porque los suyos eran oscuros– y rebelde –como polaca se rebeló contra los soviéticos, tras sufrir un profundo desencanto por la revolución– . Llegó a ser premiada con el Nobel de Literatura en 1996. Un gigante de las letras polacas, Czeslav Milosz, dijo de ella: “Szymborska es, ante todo, una poeta de la conciencia. Esto significa que nos habla a nosotros, reservándose para sí misma sus asuntos privados, pero haciendo referencia a lo que cada uno sabe de su propia vida”.
Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett. Es el relato de la mayor pérdida de amor que alguien puede tener. Ella habla sobre el suicidio de su hijo, abordando uno de los grandes tabúes.
El fin del totalitarismo, de Hannah Arendt: Por su inteligencia y brillantez, porque se hizo valer en un escenario reservado a los hombres, porque hizo uno de los análisis más concienzudos del siglo XX.
El corazón helado, de Almudena Grandes. Es difícil escoger una novela de Almudena Grandes. Sus episodios de una guerra interminable, tributo a Pérez Galdos, son para coleccionar. Pero El corazón helado tiene el alma. Sus protagonistas y sus historias son de los personajes más impactantes que han pasado por mi vida literaria.
Los privilegios del ángel, de Dolores Redondo. No todo es el Baztán y un Premio Planeta, y para eso hay que remontarse al origen. Una amistad entre dos niñas aparentemente acaba cuando una de las dos fallece tras una larga enfermedad. El duelo que acompaña a la superviviente es el hilo conductor de una historia que se desarrolla en la zona pesquera de San Sebastián.
En las orillas del Sar, de Rosalía de Castro. Esta obra es en castellano y es de los libros más canónicos en nuestra querida lengua. La RAE lo ha incluido en su Biblioteca Clásica, una colección de las 111 obras más importantes en español desde el alba de los tiempos hasta finales del siglo XIX.
Qué vas a hacer con el resto de tu vida, de Laura Ferrero. Ferrero tiene magia en sus palabras, tiene magia, alma y el don de expresar eso tan difícil qué tú también sientes y no sabes cómo nombrar. Para leerla despacio.
Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute. Historia del reino de Olar a través de personas reales y de ficción. Fantasía y aventura, ‘Olvidado Rey Gudú’ está considerada la mejor novela de Matute.
Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Los caprichos del destino son -como para los católicos los caminos del Señor- inescrutables. Por dichos caprichos, Lucia Berlin -así, sin acentos- se ha convertido en la nueva musa de la literatura contemporánea norteamericana más de diez años después de su muerte, en 2004. Casualidad o no, a través de sus relatos cotidianos e íntimos, con ese inapelable aroma a autobiografía, Berlin ha logrado cautivar a millones de lectores. Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena, y leer la vida pasar por los ojos de Lucia Berlin lo es.
Dispara yo ya estoy muerto, de Julia Navarro. Es quizás una de las novelas de mayor envergadura y calado argumental de los últimos tiempos en España ofreciendo un friso histórico que arranca a finales del siglo XIX y llega hasta 1948. Julia Navarro es, además de una soberbia escritora, una persona preocupada en los más mínimos detalles de cada obra, y así se puede ver en esta gran novela.
Nuestra casa en el árbol, de Lea Vélez. La escritora hace de la novela un canto a la infancia como un momento crucial de la vida de todo ser humano; un momento, nos dice Vélez, donde todo es posible, donde la felicidad debería ser plena y donde el aprendizaje es siempre diversión y descubrimiento, un juego motivador.
Manolito Gafotas, de Elvira Lindo. Ocho novelas que marcaron mi infancia. Destacan por la caracterización de unos personajes que son típicos de la sociedad española. Todo un clásico de la literatura juvenil española.
La liberación de la señora Wharton, de Edith Wharton. La Wharton ahonda en los diversos “modos de exclusión de las mujeres” en las primeras décadas del siglo XX. Pero ahí no iba a dejar de ofrecerles un agarradero de esperanza: sus protagonistas rara vez están llamadas a conocer los destinos fatales que les reservaban los Flaubert y los Tolstoi. La propia Wharton había mostrado que era posible esquivarlos.
Valerosas, de Pénélope Bagieu. Las vidas que recopila y dibuja —con un mimo exquisito— Pénélope encogen, impactan, atropellan, pero sobre todo, inspiran. La historia de Nelly Bly, Sonita, Temple Gardin, Mae Jemison, Hedy Lamarr, son objetivamente imprescindibles. Ellas eran, como describe su autora, mujeres que solo hacen lo que ellas creen. Nosotros pudimos entrevistarla y entendimos todo un poco mejor.
Nada, de Carmen Laforet. Relata la historia de una joven que vive con sus tíos en Barcelona en los años posteriores a la guerra. Es una historia algo gris y lúgubre que refleja a la perfección el pesimismo de aquella época. Es una novela que refleja, a la perfección, a la sociedad española postfranquista, la pobreza y la picaresca.
El tiempo entre costuras, de María Dueñas. Un relato de espías, romances inesperados y de superación. La protagonista de esta novela va fortaleciéndose con el paso de los acontecimientos. Es una oda a la valentía de la mujer. Dueñas te transporta a lugares mágicos como la Tánger colonial, Casablanca, Lisboa o la Madrid franquista (al Embassy que ha permanecido abierto en el Paseo de la Castellana hasta hace poco). En fin, es un novelón.
Cumbres borrascosas, de Emily Brontë. La única novela escrita por una de las afamadas hermanas Brontë, Emily, es una de la obras más aclamadas de la literatura romántica inglesa, donde las pasiones y los odios, a partes iguales, centran la trama protagonizada por el inolvidable Heathcliff. La obra ha sido llevada al cine en varias ocasiones.
Paula, de Isabel Allende. En esta carta a su hija Paula, que entró en coma en 1991, la autora cuenta su historia y la de su familia en una de sus novelas más personales.
La clavícula, de Marta Sanz. Toca la ficción desde un punto autobiográfico, un enfoque muy interesante. Es la confesión íntima de cómo se puede vivir con dolor crónico.
También esto pasará, de Milena Busquets. Otra confesión íntima. Es la carta de despedida a su madre.
Había mucha neblina o humo o no sé qué, de Cristina Rivera Garza. Un libro de escritura de resistencia, un libro difícil que gira alrededor de Juan Rulfo, el gran Rulfo de la escritura mexicana. Un libro incómodo: “Yo sabía que tenía la posibilidad de meterme en grandes problemas”, nos dijo.
Amantes y enemigos. Cuentos de parejas, de Rosa Montero. En este libro de relatos cortos, Rosa Montero retrata la historia de numerosas parejas en situaciones totalmente dispares.
Violación en Nueva York, de Jana Leo. A Jana Leo la violaron en su apartamento de Nueva York y de ahí escribió un libro, porque «le jodía» que fuera algo que tenía que ocultar, que automáticamente fuera algo que no podía contar, nos dijo en una entrevista. Es un testimonio de supervivencia.
También recomendamos dos obras en inglés: The Best We Could do, de Thi Bui, y Hunger: A menoir of (My) Body, de Roxane Gay. Muy acordes al tono del año.