Aitor Sánchez: "Hemos alcanzado una situación de sobrepeso comiendo y se puede revertir comiendo"
Después de denunciar los mitos alimentarios que la industria nos inocula, el nutricionista Aitor Sánchez publica su segundo libro, Mi dieta no cojea, 10 pasos para lograr una dieta saludable.
Después de denunciar los mitos alimentarios que la industria nos inocula, este divulgador científico sin pelos en la lengua publica su segundo libro, ‘Mi dieta ya no cojea’, 10 pasos para lograr una dieta saludable.
En 2011, Aitor Sánchez (Albacete, 1988) comenzó a escribir en su blog de divulgación científica Mi dieta cojea y, desde entonces, este dietista-nutricionista y tecnólogo alimentario se ha prodigado en los medios de comunicación convirtiéndose en el azote de la mala alimentación. Recién publicado su segundo libro, Mi dieta ya no cojea (Paidós), el autor repasa los mitos que desmontó en el primero y nos acompaña a descubrir cómo llevar una dieta saludable.
«Los mitos que la gente tiene más arraigados son aquellos que se han convertido en mantras y se han repetido una y otra vez, aunque no tengan especial repercusión para la salud», comienza explicando Sánchez, que enumera: «Hay que comer cinco veces al día, el desayuno es la comida más importante del día, hay que comer de todo con moderación o una copita de vino al día es saludable». Evidentemente, algunas creencias son más peligrosas que otras, pero el «problema en divulgación y comunicación es que nunca se ha hecho autocrítica de cómo responde la gente ante nuestros consejos».
Por ejemplo, cuando el picoteo de media mañana o la merienda no es una fruta, unos frutos secos o un incluso un pincho de tortilla, sino una chocolatina o un sándwich de la máquina de vending de turno. O cuando el desayuno típico, sobre todo entre los más pequeños, está integrado por productos ultraprocesados como galletas o cereales cargados de azúcar. «Tampoco hay que comer de todo: se puede comer de todo. De hecho, lo que deberíamos tomar es lo más saludable porque con ese mensaje se normalizan los snacks, los dulces, la bollería, las bebidas alcohólicas o los embutidos. Y parece que se compensa una cosa con otra», señala para continuar con el alcohol.
«Se ha llegado a decir que tomarte una copita de vino puede ser saludable cuando eso nunca ha sido cierto y nunca va a ser más saludable que un vaso de agua. Otra cosa es aceptar que se puede vivir con un consumo moderado de alcohol o que tú quieras mantener ese consumo de alcohol en tu dieta, pero esto no te va a hacer bien», explica. En resumen, «una dieta saludable es aquella que está compuesta por alimentos saludables. Hemos pecado de ser demasiado permisivos con cómo hemos categorizado los alimentos malsanos. No hay que comer bollicaos, otra cosa es que quieras hacerlo».
La industria ha logrado alienar al consumidor de la comida y, desinformado o confuso ante los mensajes publicitarios –por no hablar de los gurús con dietas mágicas, internet, las tiendas de herbodietética o nutricionistas poco profesionales– no sabe muy bien qué elegir. De otro modo es difícil explicar la normalización de productos como la picada o el rallado, preparados de carne o queso que reducen el porcentaje del producto original para sumar aditivos que alarguen su vida, mejoren su aspecto o abaraten su precio. O que muchas familias llenen el carro con los mencionados ultraprocesados: insanas creaciones que, aunque son comestibles y están elaboradas a partir de sustancias derivadas de otros alimentos, realmente son largas listas de ingredientes que estimulan el apetito de manera artificial y cuyo consumo se relaciona con enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer. Productos que, además, conforman el 80% de la oferta en los supermercados. Véanse las bebidas azucaradas, los precocinados, la bollería o muchos postres. «La gente está enfermando por comer ciertos alimentos concretos que no son nada sanos», asegura Sánchez.
«Hay dos factores que han contribuido a esta situación. Uno es la gran permisividad a la hora del etiquetado, publicidad y formulación de alimentos. El otro es que el mensaje de salud sobre alimentación no lo han dado el personal científico ni el personal sanitario, sino que ha sido la industria alimentaria la que lo ha articulado», cuenta Sánchez. «Si se es permisivo a nivel legislativo para que formulen lo que quieran y vendan lo que quieran, también a nivel publicitario se puede decir prácticamente cualquier cosa sin ningún tipo de repercusión porque la publicidad, especialmente la destinada a niños en España, se rige por el autocontrol de la industria, que está demostrado que no sirve para nada». Y añade: «Ahora que se está pivotando a consumir salud es también la industria la que ha canalizado ese interés hacia productos saludables o vendiéndolos como saludables, aunque no lo sean». Es el caso de todos esos alimentos funcionales, bajos en o con extra de que, más allá de la característica convenientemente destacada, suelen carecer de otros valores nutricionales.
¿Cómo hacer frente a esta situación? «Ahora que ya nos hemos enterado de todas las mentiras que nos rodean» en su primera obra, llamada como su blog y su álter ego en redes sociales, Mi dieta cojea, «vamos a emprender este camino juntos» en Mi dieta ya no cojea. El libro se articula en 10 fases de aprendizaje donde los lectores descubrirán cuáles son los alimentos saludables, cómo identificarlos, cómo comprarlos y cómo leer los enrevesados etiquetados.
Su consejo a este respecto: «Obvia todos esos mensajes de salud y vete directo al único apartado que es sincero, que es la lista de ingredientes, aunque luego hay triquiñuelas», como los mil y un nombres del azúcar, también conocida como jarabe, glucosa, dextrina o fructosa. «No es lo mismo comprar un filete o un embutido que sea el 90% carne o un alimento que ves que sus primeros componentes son azúcar, fécula de patata y solo el 40% de carne».
Identificada la dieta saludable, toca llevarla a cabo. Ya en el súper, Sánchez recomienda actuar como si estuviéramos en el mercado. «Comprar sano no significa tener un máster en etiquetas sino comprar alimentos simples o materias primas» como coles de bruselas, aunque sean congeladas; o judías verdes, también las de bote. En este punto, «y para ir a por nota, toca controlar cuestiones que se escapan a la rutina dentro y fuera de casa», señala mientras pone algunos ejemplos: «Es que viajo mucho, es que tengo poco dinero, es que tengo una persona enferma en casa, es que no sé cocinar, es que en mi trabajo hay un catering horrible».
El libro finaliza con un apartado para ‘nutrifrikis’ donde aborda cuestiones como la producción ecológica, el comercio justo, el impacto de la carne, los productos locales y de temporada y cómo contaminar menos. «La alimentación no es únicamente salud. El acto de comer es un acto político y de consumo, el segundo gasto fundamental después del alquiler y con él contribuimos a un tipo de sociedad», afirma en este sentido.
Ser crítico con la industria alimentaria y tratar de empoderar a los consumidores para que decidan qué comer de manera informada ha tenido consecuencias para Sánchez. «Me han despedido de sitios, se han cancelado conferencias, han ejercido presión desde empresas públicas y privadas y también he recibido amenazas«, cuenta. «Creo que molesta cuando señalas que un alimento no es saludable o que hay relaciones entre la industria y sanitarios y científicos. La corrupción y la mezcla de poderes y de conflictos de interés en la alimentación no es diferente a la que hay en cualquier otra área de nuestro sistema como el urbanismo o la energía», asegura el nutricionista.
Entre los grandes problemas alimentarios que España debe afrontar, Sánchez destaca la obesidad infantil y los datos le avalan: más del 40% de los niños de entre seis y nueve años sufre obesidad o sobrepeso. «En horario infantil puedes publicitar alimentos destinados a niños con un perfil nutricional horrible y encima tienen mensajes para las familias diciendo que son súper sanos y les van a ayudar al crecimiento». De ahí que, entre las medidas que sugiere, se encuentre legislar la publicidad, limitar el acceso a los productos ultraprocesados, acercar y reducir el precio de comida sana como la fruta e incorporar la asistencia nutricional a la sanidad pública.
A modo de conclusión, una idea queda clara: «Igual que hemos conseguido alcanzar una situación de sobrepeso u obesidad comiendo comida se puede revertir comiendo comida. No hay nada que adelgace, la gente vuelve a un normopeso comiendo saludable o dejando malos hábitos, no comprando extracto de alcachofa», explica Sánchez. Y frente a la percepción de que comer sano es caro, sentencia: «No hace falta irse a cosas elitistas como tostadas de aguacate, pan de espelta, kamut, quinoa hinchada o arroz salvaje. Te puedes comprar unos garbanzos, unas alubias, unas acelgas o unas patatas y con eso hacer tu dieta saludable».