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Gero von Randow: "El liberalismo y la izquierda aún tienen mucho que aprender el uno del otro"

Revoluciones. Cuando el pueblo se levanta, de Gero Von Randow es un repaso panorámico a las principales revoluciones de la historia moderna y contemporánea.

Gero von Randow: «El liberalismo y la izquierda aún tienen mucho que aprender el uno del otro»

Abundan los libros de revolucionarios e intelectuales veteranos que, con el paso del tiempo, defienden postulados del extremo contrario con la misma intensidad. Cambia el lado del espectro, pervive el carácter. Le ocurrió al escritor húngaro y otrora comunista Arthur Koestler tras su paso por nuestra guerra civil, e involuntariamente creó escuela. Sobran los ejemplos españoles de antiguos compañeros de viaje alineados ahora con las posiciones más críticas con la izquierda a la que pertenecieron. Y alguno hay en sentido inverso, aunque no es tan habitual. Estos autores suelen presentar la situación con la fe del converso, con cierto aire redentor del que necesita iluminar al resto de un error de juventud imperdonable.

No pertenece a ese grupo tan visible el periodista Gero Von Randow (Hamburgo, 1953), que ha ocupado diversos puestos como editor, enviado especial y corresponsal de Die Zeit. Para este diario alemán ha cubierto algunas de las revoluciones recientes, como la Primavera Árabe de Túnez o el Maidán de Ucrania. La editorial Turner publica ahora en castellano Revoluciones. Cuando el pueblo se levanta, un repaso panorámico a las principales revoluciones de la historia moderna y contemporánea. Desde la Revolución Francesa hasta las Primaveras Árabes, pasando por Revolución de Octubre o Mayo del 68. Von Randow no esconde su antigua militancia en la izquierda radical y marxista alemana, la contempla con distancia irónica y es capaz de condenar o reírse de sus postulados sin necesidad de abjurar de una izquierda reformista a la que dice pertenecer. Revoluciones aporta perspectiva histórica y epistemología a un concepto pervertido por la historia y las nostalgias. Para Randow, «las revoluciones no son cosas del pasado», aunque sí ve en el reformismo el futuro de la izquierda, un porvenir ante el que –contrariamente a los resultados electorales recientes– se muestra optimista.      

Dice que las revoluciones no son cosas del pasado. No obstante, las últimas revoluciones (Primavera Árabe, Maidán en Ucrania, etc.) no han funcionado, e incluso en muchos países ha habido una regresión política considerable. ¿Dónde y por qué razones cree que puede haber revoluciones?

No comparto la idea de que la Primavera Árabe haya fracasado. Sería como decir durante el Segundo Imperio francés que la Revolución Francesa había fracasado. La Primavera Árabe ha dejado una huella en el imaginario colectivo de muchos países en cada rincón de una región importante del mundo, desde Marruecos hasta Siria. Y en Túnez derrocó a la dictadura de Ben Ali. Seguimos viendo levantamientos como los de Nicaragua o Armenia. Siempre los habrá cuando se frustran las expectativas, las instituciones no son capaces de reformarse y cuando el régimen niega abiertamente la dignidad humana.

Cada revolución tiene sus características y el concepto se utiliza para defender cosas dispares. ¿Hay algún patrón común para hablar de revolución?

No hay una definición clara y específica que nos diga qué hace de algo una revolución. Pero sí hay patrones y similitudes. Son elementos típicos de la revolución grandes dosis de frustración, indignación, expectativas y empoderamiento. Ese momento maravilloso en el que, como dicen en Francia, la peur change de camp [el miedo cambia de bando]. Todo esto conduce a una participación de gran cantidad de gente en un proceso que termina en una nueva fórmula política, en una nueva distribución del poder político, económico y cultural. Y la nueva era da comienzo.

Cita al historiador norteamericano Crane Brinton para estudiar características identificables que nos pueden llevar a concluir que puede haber una revolución en un determinado país y contexto. ¿Cuáles serían esas características?

Crane Brinton sabía que las revoluciones son impredecibles. Siempre llegan por sorpresa, inesperadamente. Pero si ciertas contradicciones se profundizan –como la que puede haber entre la ideología del poder y la realidad, o entre las expectativas reales y el día a día de los menos favorecidos, o entre las aspiraciones del pueblo y el margen de maniobra político o financiero de las clases dominantes– y si, y este condicional es muy importante, las instituciones tienen dificultades para contener este potencial auge de fuerzas subyacentes, entonces aumentan las posibilidades de que se produzca un estallido revolucionario. Es como un compuesto químico altamente inflamable. Puede prender en cualquier momento, pero no sabemos ni dónde ni cuándo.

¿Cuál le parece la revolución más importante de la historia moderna y contemporánea? ¿Por qué?

La Revolución Francesa, porque sirvió de modelo a muchas otras, y porque sus consignas fueron universales. Pese a que no trajo la paz ni la igualdad, más bien al contrario. De hecho, las francesas no pudieron participar ni votar en unas elecciones generales hasta 1945.

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Portada de «Revoluciones». | Imagen vía Editorial Turner.

Joseph Heat escribió el libro Rebelarse vende. Resume cómo el capitalismo es capaz de integrar y fagocitar cualquier expresión revolucionaria, que enseguida se convierte en mercancía pop, como ocurre con las camisetas del Che Guevara. Slavoj Zizek dice que es más fácil imaginar un apocalipsis zombi que una alternativa al capitalismo.

Al menos parece cierto que es más fácil llegar a un consenso sobre lo que significa un apocalipsis zombi que a una definición ampliamente aceptada de capitalismo. Pero si damos la razón a Karl Marx cuando afirma que el capital no es un objeto sino una relación social, con el trabajo asalariado en el centro, y que el capitalismo conforma una sociedad en la que esta relación social es dominante, entonces sí, nunca ha habido una revolución anticapitalista exitosa.

El capitalismo, con todos sus defectos y catástrofes, tiene una impresionante capacidad para integrar corrientes y contracorrientes, símbolos de todo tipo y de las ideas más diversas. Todo lo convierte en parte de sus cimientos. El capitalismo es el metabolismo social más refinado. Lo que no es necesariamente malo. Esto significa que el capitalismo puede transformarse a sí mismo, es reformable y puede ser una herramienta para una sociedad más humana y decente.

Dice que en una revolución «en lugar de la desesperación individual aparece la experiencia de la fuerza la comunidad». Últimamente, cada vez que hay un movimiento en comunidad, sea una manifestación feminista o de un grupo de trabajadores, muchos analistas aluden con desprecio a «la masa» irracional como contrapunto al individuo racional y pensante. ¿Hay comunidad racional lejos de la caricatura de la masa?

Cualquier persona puede ser irracional sin pertenecer a la masa, como individuo. De la misma forma, la interacción social puede incrementar la racionalidad. Al menos esa es la razón por la que preferimos la deliberación pública en la toma de decisiones colectivas a las decisiones que los distintos poderes puedan tomar en privado. Aunque sabemos que las acciones políticas masivas son siempre actos emocionales, pueden conducirnos a un orden social más racional. Es el caso de una república burguesa que sustituye a un régimen aristocrático. Por ejemplo: ¿de qué lado se encontraba la racionalidad cuando el pueblo tunecino se levantó contra la cleptocracia de Ben Ali?

Parafraseando a Hegel, dice que «Vivimos en tiempos de gestación y de transición hacia una nueva época». ¿Tiene algún pronóstico sobre cómo será? ¿Una con menos desigualdad? ¿Seguirá siendo democrática? ¿O todos nos echaremos en brazos de regímenes económicamente eficaces a cambio de nuestras libertades políticas?

Me cuesta hacer predicciones. Lo que sí veo –¡como todos!– es que el mundo ha entrado en una etapa más caótica, y que cualquiera que sea el nuevo equilibrio al que se llegue, será el resultado de luchas amargas.

Por último, escribe que «lo nuevo que se está conformando está abierto a la izquierda». Sin embargo, lo que vemos son partidos reaccionarios y conservadores ganando elecciones por todo el mundo. ¿Por qué lo nuevo es de la izquierda? ¿En qué temas debe insistir la izquierda política en los próximos años?

Vivimos una etapa histórica en la que vemos que disponemos los medios materiales para que la humanidad tenga una vida digna. Los oprimidos, los desfavorecidos, los marginados, los que están más abajo en la escala social, están mejor informados que en cualquier tiempo pasado sobre lo que ocurre. Esa es unas de las razones de los grandes movimientos migratorios de nuestros días. Se puede decir lo que se quiera de las redes sociales, pero son una herramienta que refuerza a aquellos que quieren salir de la miseria. Tienen un potencial enorme y, a veces –como en Túnez en 2011, donde me encontraba–, un potencial revolucionario.

En cuanto a la izquierda… quizá el marco no es las fuerzas reaccionarias versus la izquierda y sólo la izquierda. El potencial político del liberalismo está lejos de haberse agotado. En cualquier caso, me gustaría ver una izquierda que deja atrás la trampa de la derecha reaccionaria: el esquema del nacionalismo proteccionista. Es una forma paternalista de ver a las clases desfavorecidas como víctimas a las que hay que proteger del cambio, del mundo abierto y de la globalización. Esto va contra la tradición del movimiento obrero, que era un movimiento de empoderamiento y de participación en la modernidad. En mi opinión, el liberalismo y la izquierda aún tienen mucho que aprender el uno del otro.

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