El acto reflejo es inmediato para muchos fumadores. Van al bar, piden un gin tonic, dan el primer sorbo… y encienden un cigarrillo. Les ocurre incluso a los exfumadores, a quienes les vuelve el mono meses después de haber dado la última calada a un pitillo, pero solo segundos después de dar el primer trago a una cerveza. Alcohol y tabaco se relacionan y logran engañar al cerebro para caer en un doble consumo, pero ¿cómo? Lo explica a The Objective José Antonio Molina, doctor en Psicología, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y autor del libro SOS… Tengo una adicción. Por una parte, el alcohol «es un desinhibidor, o sea que te lleva a otras conductas que pueden ser perjudiciales»; por otra, si los fumadores «tienen asociado» fumar con beber alcohol, «eso les puede llevar» a encenderse un cigarrillo al abrir una botella de cerveza.
Ilustra este segundo caso con un ejemplo el doctor José Miguel Gaona, psiquiatra y director médico del centro de desintoxicación de adicciones Neurosalus, que también ha hablado con The Objective: «Algunas personas toman un café mientras fuman y eso hace que, en un momento dado, quieran un cigarrillo nada más oler el café. A los que fuman con alcohol les pasa lo mismo». Es decir, si uno se acostumbra a fumarse un cigarro cada vez que toma una caña, llegará un momento en el que ambas consumiciones irán tan aparejadas que, cada vez que entre al bar, se meterá inmediatamente la mano en el bolsillo en busca del mechero de la misma manera que el perro de Pavlov salivaba cuando su amo tocaba la campanilla.
Gaona aporta una tercera razón que explica por qué estas dos sustancias se retroalimentan de ese modo. «Existe a nivel neurológico una relación entre beber alcohol y mecanismos relacionados con la degradación de la nicotina«. O lo que es lo mismo, cuando un fumador bebe alcohol, la nicotina que acumula en el organismo desaparece más rápidamente, de modo que el cuerpo le pedirá más y eso llevara a que aparezca el mono. «Eso se llama tolerancia cruzada», expone Gaona.
¿Qué hacer, entonces, si uno quiere dejar de fumar y los fines de semana acostumbra a tomarse su par de copas con los amigos? Ambos expertos coinciden: lo mejor es evitar la bebida. «Cuando un fumador deja de fumar y hace un tratamiento, los profesionales le recomendamos que es conveniente que durante un tiempo no beba alcohol o sea una cantidad mínima porque puede tener una recaída», cuenta Molina, que también aconseja evitar otros elementos que puedan inducir a fumar, por ejemplo, «quitar ceniceros que estén a la vista para que no le estén recordando continuamente» al tabaco.
La relación entre nicotina y etanol es tal que, en muchas ocasiones, ambas sustancias van de la mano. «Prácticamente tres cuartas partes de los fumadores beben alcohol«, apunta Gaona, que matiza que con beber alcohol no se refiere necesariamente a personas alcohólicas, sino a «usuarios frecuentes de alcohol». Y comparte una anécdota: «Ahora mismo no recuerdo a ningún alcohólico que no haya fumado». Molina, por su parte, señala que «en el campo de las adicciones hay lo que se llama el fenómeno escalada«, es decir, «normalmente, se va iniciando uno en unas sustancias y pasa a otras», por lo tanto, «una persona que sea fumadora tiene más probabilidades de ser bebedora».
El vínculo entre dos drogas no es exclusivo del alcohol y el tabaco: existe también en otras sustancias. Ocurre «sobre todo con alcohol y cocaína«, alerta Molina. «Son dos drogas que van muy de la mano y normalmente, cuando hacemos tratamientos para personas con problemas de cocaína, la recomendación es que no consuman alcohol, dado que lo suelen tener altísimamente asociado. Hemos visto por estudios que más de un 98% de las personas que consumen cocaína la consumen asociada con alcohol», advierte. Gaona, a su vez, explica que, «cuando uno consume alcohol y también consume cocaína, al mezclarse en la sangre se produce una sustancia que se llama cocaetileno», que «potencia los efectos de cada una de las sustancias de modo que dos más dos es igual a seis». Y aporta un segundo caso: «Se ha visto que el aparentemente inofensivo cannabis predispone una serie de receptores en el cerebro con los que facilita que luego se consuma otro tipo de sustancias». Es decir, es el pez que se muerde la cola.