La infidelidad: ese tabú social que la convivencia en cuarentena ha reavivado
Con la convivencia obligada, la falta de intimidad ya no tiene excusa. El confinamiento ha dejado a la vista las grietas en los matrimonios y los amantes, esos terceros en discordia, tienen ahora un papel protagonista
Dos meses y medio cara a cara, bajo el mismo techo. Lo que parecía tan urgente en el día a día tuvo que dejarse para más tarde y lo importante recuperó un protagonismo que la rutina y sus prisas le habían quitado. Lo hasta ahora ignorado se coló en las casas, en el sofá frente a la serie de Netflix, entre las sábanas.
Nos cuenta Giulia Cunningham, psicóloga y sexóloga, que durante la cuarentena tuvo mucho trabajo porque la gente empezó a “tomar conciencia sobre el punto en el que estaba su relación”. En la antigua normalidad, la falta de intimidad tenía excusa –no hay tiempo, los niños– pero en el confinamiento, esta no se sostenía. “Los que no han tenido relaciones sexuales con su pareja en 50 días saben que han sido 50 días y ya no hay excusas”, explica Cunningham, y añade que “la intimidad obligada hace ser consciente de detalles como que tu pareja no te abraza, o que solo te abraza cuando quiere tener relaciones sexuales, que no te escucha, no te desea o no reconoce las cosas positivas que hay en ti”. Es entonces cuando se busca fuera.
Durante la segunda semana de confinamiento, el tiempo de conexión en Gleeden –la aplicación de citas extramatrimoniales más usada del mundo– se dobló. En España aún no tenemos cifras sobre los divorcios –que en China aumentaron considerablemente–, pero sí de esta grieta en los matrimonios. En los primeros días de la desescalada, el ritmo de conexiones y altas en la aplicación aumentó un 90% con respecto a la misma semana de un año antes. Durante estos primeros días de desescalada, ya hay un 25% de los usuarios de Gleeden que han aprovechado para reencontrarse con su amante. “Las personas se han dado cuenta de carencias que tenía su relación y han ido a buscar el alivio fuera”, nos explica Sílvia Rúbies, responsable de comunicación de la aplicación, en sintonía con la percepción de Cunningham.
Una carencia física o emocional. Una falta de autoestima que alguien nuevo refuerza. Personas que están muy felices en su relación y no saben explicar por qué buscan algo fuera. Distintos motivos por los que ser infiel, el primero de ellos en nuestra propia naturaleza humana. “El ser humano no es una persona monógama. No hemos sido creados para ello, lo somos por un tema de negocio y por un bagaje cultural que viene de muy atrás. El matrimonio se creó más como una empresa para compartir bienes entre dos personas, bienes que el hombre proveía”, explica Cunnigham. “Nos acusan de fomentar la infidelidad”, dicen desde Gleeden, “pero es algo que ha existido, existe y existirá. La persona que quiera sea infiel lo será con o sin nosotros, no somos como los chicles en la cola del supermercado”.
L.I. tuvo un amante durante diez años. Vivía en un matrimonio aburrido, sin pasión, y un buen día de 2007 decidió abrirse un perfil en una red social para amantes. “Casada y aburrida, sácame de aquí. Ya me estoy arrepintiendo”, así se definía en su perfil. Empezó como una broma para matar el aburrimiento, hasta que conoció a alguien. “Cogimos la costumbre y la ilusión de escribirnos todos los días. Se notó que había química y física y que los dos queríamos salir de la rutina y vivir una aventura”, nos cuenta.
“Cada día era nuevo. Empezamos a vernos en hoteles por horas muy cutres. Nos daba lo mismo, nos podía la pasión. Después íbamos a hoteles discretos, como el Zouk, pensados para amantes. En ese hotel entras con el coche y vas directamente al garaje de tu habitación. Nadie te ve entrar o salir. Te venden juguetes sexuales, hay jacuzzi, películas porno, servicio de habitaciones… todo esto, sin que nadie lo vea”, recuerda.
La infidelidad continúa siendo un tabú, sobre todo para las mujeres. Gleeden se define como una web de citas extramatrimoniales hecha por mujeres y para mujeres. De hecho, son ellas las que deciden. La inscripción es gratuita tanto para hombres como para mujeres, pero para los hombres después hay una membresía que, según nos explica Rúbies, actúa como barrera para quienes se toman este tipo de encuentros en broma.
Sin embargo, su última encuesta revela que un 85% de los usuarios más activos desde el principio del desconfinamiento son hombres. Cuenta Rúbies que el planteamiento que escogieron lucha contra un estigma cultural, social y religioso arraigado desde hace siglos. “Nuestro mensaje no es animar a las mujeres a que pongan los cuernos para sentirse empoderadas”, aclara. “Lo que buscamos es que, si les apetece, busquen un amante igual que lo haría un hombre, sin pensar que la sociedad las va a culpar más que a él”.
También depende de la edad –porque la idea de matrimonio ha ido evolucionando– y de la cultura. Cunningham creció en Perú y ha sido testigo de la diferencia. “Aquí la infidelidad se ve más como una salida, en Perú existe esta conciencia –entre los hombres– de que su mujer es la perfecta sobre el papel, pero no con la que pueden cumplir sus fantasías sexuales porque es la madre de sus hijos. Para eso está la amante. En España hay una mayor flexibilidad para abrir tu relación, hablar más del tema de una manera sana”, explica.
En hablar del tema está, precisamente, el quid de la cuestión. Tanto Cunningham como Rúbies, cuya profesión les mantiene en contacto con parejas y amantes, coinciden en esta idea. “Cada pareja tiene sus reglas, y la infidelidad llega cuando no juegan por las mismas. Depende de lo que ambos entiendan y acuerden como infidelidad”, nos explica Cunningham.
En aplicaciones como Gleeden todo el mundo sabe a lo que juega. Todos están en las mismas circunstancias. “Se entienden, se respetan e incluso se dan apoyo”, afirma Rúbies. “Se encuentran dos personas cometiendo el mismo ‘pecado’ y muchos, además de ser amantes, se vuelven amigos por esta complicidad ”.
Para L.I., fue precisamente una descoordinación en el juego lo que terminó la aventura. Ella acabó enamorándose y dejó a su marido. Él, no. Tras diez años en una montaña rusa, le puso fin. “Yo pensaba que los dos jugábamos al mismo juego, por eso seguí jugando”.