La filosofía del autocultivo de cannabis según Karulo Abellán
«La idea era enseñar a la gente a cultivar su propio cannabis para no beneficiar a las mafias»
En los últimos días ha llegado al Senado una propuesta legal para regular el consumo de cannabis y su autocultivo. A día de hoy, hay más de mil grow shops físicas en España, es decir, locales en los que se venden semillas de cannabis de forma legal, pese a que sería ilegal venderlas para que sean plantadas. Hemos entrevistado a Karulo Abellán, el primero que se atrevió a abrir un grow shop en España –allá por 1999–; un gran defensor de la filosofía del «autocultivo para el autoconsumo».
Karulo confiesa que es consumidor de marihuana desde muy temprana edad. En su familia se consumía cannabis de forma tradicional. Especialmente recuerda las reuniones de amigos de su padre, Jesús Abellán, que le crió en un entorno en el que no estaba mal visto.
Recuerda que no entendía la razón por la que su padre y sus amistades tenían que fumar a escondidas. «Ellos se pasaban el cigarro como si fuera algo mágico», relata. Cuando tenía cinco años ya escuchaba a su padre referirse al hachís como las ‘piedras mágicas de Egipto’.
Karulo no solo niega la teoría que defiende que se comienza consumiendo cannabis y se acaba enganchado a la heroína, sino que afirma que el cannabis le salvó de caer en otras drogas duras que veía con frecuencia en su vecindario, La Mina de Barcelona.
A los 13 años cayeron en sus manos las primeras semillas de cannabis y las plantó en el balcón de su casa. Todavía recuerda el momento en el que comenzó a ver crecer esas plantas que hasta entonces, asegura, «solo había visto en discos de Bob Marley y poco más». «Fue un amor a primera vista y, a partir de ahí, cambió mi vida», confiesa.
Fascinado por el cultivo de cannabis, Karulo comienza a investigar sobre cómo hacerlo mejor. En sus viajes a Ámsterdam en los 90 para conocer más sobre el tema, descubre nuevas semillas que «no tenían nada que ver con las que se consumían en España». Todo lo que aprendía lo divulgaba en la Asociación Ramón Santos de Estudios sobre el Cannabis (ARSEC) de Barcelona así como en la revista Cáñamo, cofundada por él mismo, donde enseñaba cómo cultivar, pero sentía que eso no era suficiente.
«En ese momento la mayoría de consumidores de marihuana se nutrían del hachís que llegaba desde Marruecos por medio de las mafias y la colaboración de policías corruptos», afirma. «La idea era enseñar a la gente a cultivar su propio cannabis para no beneficiar a las mafias que traían el hachís marroquí adulterado y de bajísima calidad; había partidas de hachís mezcladas incluso con mercurio para que tuvieran más volumen», defiende.
La idea de vender las semillas viene de esos viajes a Ámsterdam, en los que Karulo descubre la variedad de sabores y olores de los distintos tipos de genéticas y desea traerlos a España. Tierras, fertilizantes y lámparas había en muchas jardinerías, pero lo que nadie había hecho hasta entonces era vender semillas de marihuana, que es lo que diferencia a un grow shop de una tienda de jardinería al uso.
L’Interior Barcelona Grow Shop abrió sus puertas en 1999. No es solo el primer local que incluye el nombre de grow shop en una tienda de jardinería en España, sino que también es el primero dentro de la Unión Europea –fuera de Países Bajos, claro– que además vende la genética con la seguridad de que el vendedor y el comprador comercializan sin estar cometiendo ningún delito y sabiendo que lo que es ilegal es el cultivo de esa semilla, no su compraventa. «Una vez que has comprado las semillas yo no sé lo que vas a hacer con ellas ni me interesa», explica nuestro entrevistado.
De esta forma, según Karulo, se terminaba con la obligación de tener que comprar a las mafias y, además, se daba la posibilidad de que para consumir cannabis no se tuviera que llevar la droga encima en la calle, dada la posibilidad de cultivar en casa, donde consumir no es ilegal. De esta forma, Karulo asegura que se evitan las multas por consumo en la vía pública y por tenencia ilícita.
Karulo asegura que la venta de semillas era un paso «muy arriesgado» en España, ya que todo el mundo pensaba que era ilegal, así que buscó asesoramiento legal. En el bar Segundo Acto coincidía a menudo con José Luis Félix, magistrado del Juzgado de Primera Instancia de Barcelona, quien al ver un catálogo de semillas observó su similitud con los álbumes de cromos. Así, surgió la idea de vender las semillas como si fueran coleccionables.
Hay una ley que establece que todo aquel que promueva, facilite o ayude a cometer un acto delictivo será condenado con la misma pena que quien haya cometido ese delito. Por tanto, si se venden las semillas para su cultivo, se entiende que se está ayudando a cometer un delito. Al instaurar el negocio basándose en la colección de las semillas, se esquiva ese crimen. Las semillas se venden en un sobre, en el que se advierte de que no se pueden germinar porque se estaría cometiendo un delito, junto con un catálogo en el que se pueden reunir las distintas variedades de genéticas. Así, el vendedor queda eximido del crimen que pueda cometer el cliente.
Sostiene que debido a la información a la que la sociedad pudo acceder, mucha gente autocultivaba con una lámpara en casa, pero eso dio lugar al cultivo en grandes cantidades en naves industriales. Además, Karulo estima que una parte de esa producción está destinada a clubes de consumidores, ya que, considera, la inmensa mayoría abastece a sus socios con cannabis comprado porque tienen miles de socios y no es posible que tengan un cultivo lo suficientemente grande como para abastecer a tantas personas. Para Karulo, quienes venden marihuana en un club no son activistas pro cannabis, sino «narcoactivistas», porque «están incrementando el problema». Defiende que el autocultivo solo se entiende cuando uno cultiva para sí mismo, no cuando cultiva para los demás.
Estima que hasta hace nueve años el 95% de su clientela compraba semillas y lámparas para consumo propio. Relata que con la llegada de la crisis financiera muchos de estos expertos en el autocultivo decidieron cultivar en grandes escalas «para llenar su nevera». Karulo defiende que el cultivo de cannabis es «un trabajo digno que conlleva mucho esfuerzo» y que «evitó los desahucios de miles de familias».
Sin embargo, narra: «Cerré mi tienda cuando empecé a ver que la gente compraba muchas lámparas y muchas semillas. No quise involucrarme en ese negocio que va totalmente en contra de la filosofía del autocultivo para el autoconsumo».
Sobre el comienzo de su negocio de genéticas, asegura que «las primeras semillas llegaron por correo con factura y se declararon a Hacienda». Afirma que fue consciente de que se había dado un paso «histórico para el movimiento cannábico» una vez que Hacienda cobró los impuestos por la venta de esas semillas sin poner ningún impedimento. Resalta este paso porque considera que «allí donde las semillas se pueden vender, fructifica una gran industria alrededor del autocultivo: desde marcas de fertilizantes a los propios grow shops». Aunque en España no ha sido exactamente así, dado que es ilegal vender las semillas para que sean cultivadas.
En ese momento, la competencia no se atrevía a vender semillas porque consideraban que aquello era ilegal. «Muchos estuvieron esperando a que me metieran en la cárcel», confiesa. «Gracias a que era el único que vendía semillas, vendía muchas». Cuenta que los pedidos tenían un valor muy elevado y que decidió ir a por ellos personalmente a Ámsterdam «casi cada fin de semana a reponer el stock». Traía a España maletas repletas de semillas.
En otros viajes desde Estados Unidos ha traído en su maleta hasta 36 plantas. En el país norteamericano, Karulo puede consumir marihuana de forma terapéutica porque padece glaucoma. «Cultivando y consumiendo marihuana no perjudico a terceros», defiende.
Sobre la reivindicación, asegura que uno de los grandes problemas del movimiento cannábico en España es la ausencia de un líder «que luche por la planta, los consumidores, los cultivadores y contra el narcotráfico y la corrupción».
Karulo explica que, junto a otros activistas, ha intentado llevar al Congreso un número definido de plantas que sea legal poseer. Basándose en sus conocimientos, pusieron en manos de los políticos una estimación sobre el máximo que una persona puede llegar a consumir al día: 10 gramos. Asegura que es una estimación al alza y que no conoce a nadie que fume tanto en un solo día, pero que de esta manera se puede establecer cuántas plantas se necesitan para abastecer el consumo personal. Para Karulo, la solución sería que los gobernantes legislen el número de plantas que se podrían poseer por persona legalmente, como ocurre en países cercanos como Suiza, donde está permitido tener hasta cuatro.
Asegura que, al contrario de la creencia popular, no hay ninguna ley que establezca cuántas plantas se pueden cultivar en España y que, por el contrario, sí se establece explícitamente que es ilícito su cultivo. Sin los permisos y las licencias de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios no se puede cultivar marihuana. Si se tienen estos permisos es legal el cultivo, pero solo se ha concedido a dos empresas de las cuales una es extranjera y la otra pertenece a Juan Abelló, a cuyo padre Francisco Franco otorgó la licencia para cultivar opio. Estas dos empresas pueden cultivar un número indefinido de plantas, que contienen componentes con efectos psicoactivos como el THC, para la industria farmacéutica.
Una vez establecido el derecho a cultivar una cantidad de plantas especificada en la ley, Karulo calcula que se abrirían otras posibilidades, como que otros cultiven por alguien en el caso de que esa persona no pudiera –o no quisiera– germinar por sí misma las plantas que le corresponden por ley. En ese caso, sería posible que un club cultivara para esta persona lo que le pertenecería legalmente.