Mariano Fortuny, artista de la luz
El 11 de mayo se celebra el 150 aniversario del nacimiento de un artista global y visionario, español y veneciano. Mariano Fortuny y Madrazo es heredero de una tradición artística cosmopolita y su obra múltiple sigue deslumbrado tanto por la capacidad de adelantarse a su época como por la creación de un universo estético plenamente coherente y personal
El creador del vestido más revolucionario del siglo XX no fue un modisto, sino un artista, Mariano Fortuny y Madrazo, quien se definía a sí mismo como pintor e inventor. No era una persona a la que importaran mucho las etiquetas. De hecho, frecuentó tantos campos de investigación que su figura resulta tan inclasificable como cautivadora. Era un hombre libre y moderno. Llegó al mundo en una familia de pintores tan notables que podrían haber ensombrecido su talento, pero no fue así. Apenas conoció a su padre, que murió a los 36 años, cuando él tenía solo tres, pero el contexto familiar culto y cosmopolita marcó su desarrollo artístico.
Aunque no fue la pintura el arte que le dio fama internacional, estudió detenidamente la obra de su padre, heredó una colección importante de pinturas, dibujos y acuarelas, y –según cuenta Guillermo de Osma en su biografía Mariano Fortuny, arte, ciencia y diseño–, no se contentó con conservarla y a veces copiarla, también fue ampliándola estampando personalmente una serie de aguafuertes con las planchas de su padre, mantuvo contacto regular con museos interesados en su figura, y editó en 1933 un bello libro de coleccionista en una editorial milanesa, Mariano Fortuny 1838-1874, que él mismo encuadernó, uno a uno, con sus propias telas.
Mariano Fortuny hijo amplió los horizontes de su investigación artística interpretando de manera personal el ideal wagneriano de la obra de arte total, que le había fascinado desde su juventud. Nunca pretendió emular la calidad ni la técnica de la pintura de su padre, pero su talento se reveló deslumbrante en su ingeniosa versatilidad. Fue pintor, grabador, fotógrafo, estampador textil, creador de ropa (no de moda), escenógrafo, inventor de sistemas de iluminación para el teatro y también de lámparas únicas.
Una familia extraordinaria
Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada el 11 de mayo de 1871. Y aquí ya no podemos escapar a la narración de la historia de una familia extraordinaria. Su madre, Cecilia, era nieta, sobrina, hermana de pintores, y, sobre todo, hija de Federico Madrazo, pintor de la corte de Isabel II, director del Museo del Prado y el mejor retratista español de la segunda mitad del siglo XIX.
Mariano Fortuny y Marsal (Reus 1838-Roma 1874) conoció a Cecilia cuando se convirtió en alumno predilecto de Federico Madrazo, que detectó muy pronto en el joven un talento sobresaliente. Mariano Fortuny y Cecilia Madrazo contrajeron matrimonio en 1867. Para entonces, Fortuny ya era un pintor de éxito, y el joven matrimonio se instaló en Roma, donde nació su primera hija, María Luisa, en 1868.
Mariano Fortuny y Marsal —a quien el Prado dedicó una gran retrospectiva en 2017— es uno de los más importantes pintores españoles del último tercio del siglo XIX. A los 33 años gozaba ya de una reputación internacional que permitía a Goupil, su marchante en París, vender sus recreaciones de la vida cortesana del siglo XVIII a precios exorbitados. Lo mismo ocurría con sus obras de temas árabes, muy de moda en la época. Pero el orientalismo de Fortuny no era decadente ni idealizado —a diferencia de sus contemporáneos europeos—, sino realista, buscando personajes, efectos de luz y una reconstrucción veraz de la arquitectura y los ambientes.
Su éxito como pintor fue temprano y arrollador —Théophile Gautier le consideraba «un grabador equivalente a Goya y cercano a Rembrandt»—, lo que le permitió llevar una vida desahogada. El joven matrimonio viajaba con frecuencia de Roma a París, pero en 1870 regresaron a España, con su hija, y se instalaron en Granada, decididos por la fascinación del pintor por la estética árabe.
En Granada nació el hijo, y fue en esa época cuando el padre consiguió desentenderse del éxito comercial que le encasillaba y asfixiaba. Desde entonces pudo disfrutar pintando al aire libre, con la luminosidad y los fuertes contrastes de sombras que marcaron la obra de sus últimos años.
En la producción de Fortuny padre destaca el cuadro Los hijos del pintor en el Salón Japonés (1874), hoy propiedad del Museo del Prado. El artista murió sin acabar este óleo, en el que su hija María Luisa tiene seis años y Mariano, tres. Los hijos del pintor es un esclarecedor exponente del camino por el que quería evolucionar. De hecho, este cuadro no estaba destinado al mercado, sino que era un regalo para su suegro y maestro, Federico Madrazo.
Es conocida la pasión de Fortuny padre por el coleccionismo y las artesanías, que le llevó a reunir, ya en su palacete de Roma, Villa Martinori, un verdadero tesoro que utilizaba no solo como atrezo en su pintura, sino también como fuente de inspiración y para recrear el Oriente exótico que le deslumbraba.
Fortuny hijo tuvo el talento para hacer suyo el legado familiar. En pintura, permanece fiel a la tradición de los antiguos maestros, a la copia como forma de estudio y aprendizaje: las vanguardias artísticas le son indiferentes. Busca su ideal de belleza en fragmentos del pasado. Pero la infatigable necesidad de experimentar, de combinar arte y ciencia, lo llevó a explorar los muchos campos de investigación que han quedado mencionados. Y en todos esos campos los resultados son sobresalientes.
Una educación cosmopolita
Cuando Fortuny padre murió repentinamente en Roma, su viuda Cecilia decidió educar a sus hijos en París, dentro del círculo de sus hermanos, Raimundo y Ricardo, ambos pintores y admiradores del trabajo de su esposo. Pero aligeró su monumental equipaje. Viuda a los 28 años, fue capaz de reaccionar con inteligencia y racionalidad. Organizó, con el fin de obtener los medios económicos que podían garantizarle un adecuado nivel de vida, dos subastas de las obras y objetos de la valiosa colección de arte de su marido.
Cecilia Madrazo fue un eje central en la familia, gracias a su extraordinaria capacidad para mantener excelentes relaciones con los círculos culturales de media Europa. Era una refinada coleccionista de telas antiguas, le apasionaba la música y pudo cultivar el talento de su hijo fomentando sus múltiples intereses.
Cecilia Madrazo fue un eje central en la familia, gracias a su extraordinaria capacidad para mantener excelentes relaciones con los círculos culturales de media Europa.
En París, el joven Mariano destacó pronto por su talento artístico, empezó a pintar y estudió dibujo y química en Francia y Alemania. En 1888, la familia se mudó al palacio Martinengo de Venecia, siempre con la figura del padre omnipresente. Gran parte de la colección paterna, y muchas de sus pinturas, dibujos y grabados, siguieron en propiedad de la familia y así permanecieron en sus sucesivos traslados de Roma a París y de París a Venecia. Y ya en la ciudad italiana, primero en el Palazzo Martinengo, donde se instaló Cecilia Madrazo, y luego en el Palazzo Pesaro degli Orfei, el actual Palazzo Fortuny, donde se instaló Fortuny hijo cuando se independizó.
El ahora Museo Fortuny, fue construido en la segunda mitad del siglo XV por Benedetto Pesaro, un rico comerciante amante de las artes, sobre los restos de un convento benedictino. Después, fue sede de importantes sociedades musicales, como la de Orfei, pero en 1898, cuando Fortuny alquiló el enorme ático, el edificio estaba en franca decadencia. Con todo, el genio de Mariano captó las posibilidades del espacio y dedicó mucho tiempo y dinero hasta adquirir la totalidad del edificio y recuperar, restaurándolo, el antiguo esplendor de su arquitectura severa y elegante. El propio Palacio se convirtió en la representación de su ideal de belleza, una mezcla entre arte y vida, realidad y ficción.
Muestra de la influencia y las relaciones artísticas que Fortuny mantuvo con numerosos artistas e intelectuales, es la referencia que Marcel Proust incluye en A la sombra de las muchachas en flor: «Un artista en Venecia, Fortuny, ha encontrado los secretos de las telas maravillosas, y durante varios años las mujeres han estado caminando en ellas, pero especialmente vistiendo en casa, en atuendos tan magníficos como los patricios venecianos con sus diseños orientales».
Para documentar la versatilidad de Fortuny hijo basta recorrer su variada obra, desde pinturas de temática wagneriana hasta escenografía y vestuario teatral. Los estudios y modelos de la Cúpula Fortuny, las lámparas de seda y las más ‘técnicas’, producidas por la empresa alemana AEG en 1907 y en la actualidad por Decoratrix o por la italiana Atelier Fortuny Venezia; también la fotografía y el grabado, sin dejar de lado los extraordinarios vestidos ‘Delphos’ y ‘Eleonora’, las capas, el chal ‘Knossos’, las sedas y los terciopelos estampados a mano con tacos de madera.
Daniela Ferretti —comisaria de la exposición Los Fortuny, historia de una familia, que se celebró en 2019 en el Palacio Fortuny con motivo de la Bienal de Venecia— manifiesta su admiración por la inmensa la curiosidad de Fortuny hijo, su interés por la experimentación y su amplia visión multicultural. «Es un humanista capaz de combinar arte, ciencia y vida en la búsqueda de la belleza. Fortuny era una persona reservada, modesta, jovial, generosa y sedienta de conocimiento».
En uno de sus viajes a la capital francesa, en 1897, Fortuny conoció a Henriette Negrin, que estaba casada, aunque en 1902 decidió divorciarse y se trasladó a Venecia para vivir junto a Mariano en el ático del Palazzo Pesaro degli Orfei.
Y enfatiza Ferretti la personalidad de Henriette Negrin, su sensibilidad, su dedicación a la obra de su marido. «Henriette, además de musa y compañera de toda su vida, compartió profundamente la visión estética de su esposo y contribuyó al éxito del taller de textiles. Ella es corresponsable del diseño de la túnica Delphos» —que aparece hacia 1907, y marca una revolución absoluta en la indumentaria femenina de todo el siglo XX, porque, habiendo sido pensada y producida al margen de la moda, mantendrá su actualidad hasta hoy— «y de la gestión del laboratorio que fundaron en 1907 en el palacio de Campo di San Benedetto, en la isla de Murano. Era también muy discreta, prefería la tranquilidad del Palazzo junto a su marido, que nunca se cansó de retratarla en pintura y en fotografía.»
Compañera y musa
La influencia de Henriette es fundamental en la vida de Fortuny, tanto desde un punto de vista afectivo como creativo y empresarial, especialmente en todo lo que se refiere al mundo textil. Ella se implica por completo y trabaja con sus manos en los tintes y estampados de las telas con sistemas inventados por su compañero.
Cuando Mariano y Henriette se instalan en 1902 en el ático de Palazzo degli Orfei la revolución industrial había cambiado la vida y la industria textil multiplicaba su producción provocando el abandono de las artesanías y las artes menores. Para ellos, como para otros artistas del Movimiento Estético de finales del siglo XIX, no había diferencias entre artes mayores y menores, y vivieron a contracorriente desarrollando un estilo de vida al margen del tiempo y la estética imperante en la época, que se manifestaba de manera flagrante en los vestidos de las mujeres.
Mientras su amigo Paul Poiret quitaba el corsé a las elegantes parisinas construyendo ropa inspirada en la época del Directorio, Fortuny iba mucho más lejos creando el vestido Delphos, elaborado en seda plisada con una fórmula secreta, con tintes naturales de colores que sólo un artista podía concebir, que tuvo el cuidado de patentar y que él y Henriette se llevaron a la tumba: una fórmula mágica porque alteraba químicamente la estructura del tejido dándole un movimiento y un brillo inimitables. Cuando la mujer se quitaba la prenda, el vestido se plegaba, se volvía a enrollar y se guardaba en una preciosa caja circular para que recuperara su forma y quedara protegido de la luz.
El Delphos, un hito en la historia de la moda, está inspirado en la túnica de la Auriga, la escultura griega descubierta en Delfos en 1896, destacó por su forma esencial, cuatro o cinco telas de satén de seda o tafetán con un plisado muy fino. El cuello y las mangas se ajustaban mediante cordones de seda adornados con cuentas de cristal de Murano. Mariano Fortuny reconoció que Henriette era la verdadera creadora de la túnica Delphos con una nota manuscrita en un lado de la patente.
Con el tiempo estos vestidos han resultado eternos y de una modernidad absoluta. Se conocen en todo el mundo y siguen siendo deseados. A ello contribuye la difusión de fotografías de celebridades como Isadora Duncan, Anna Pavlova, Peggy Gugenheim, Lauren Bacall, Geraldine Chaplin o, más recientemente, Natalia Vodianova, que no pierde ocasión de lucir estas piezas que ya sólo están al alcance de ricos coleccionistas.
‘Inventor’ de la luz
A lo largo de su vida y trayectoria artística Mariano Fortuny Madrazo inventó un sinfín de patentes relacionadas con la luz y se esmeró en aplicarlas en todas las disciplinas que cultivó. Fue el primero en desarrollar la iluminación indirecta para interiores palaciegos, salones y muy especialmente escenarios de teatro. Apasionado admirador de Richard Wagner y su idea del arte total, intervino decisivamente en escenografías y atrezos de ópera, ballet y teatro. Con la célebre Cúpula Fortuny lograba cielos iluminados sin ángulos, fundamentales en la escenografía moderna, a los que añadía colores cambiantes que creaban tensión dramática. Todos los teatros de Europa encargaron la suya y el Teatro de la Scala de Milán aún hoy la conserva.
La técnica del plisado, la bóveda plegable, las lámparas de seda, un sistema de estampado multicolor, un dispositivo que varía la intensidad de las fuentes de iluminación —el primer interruptor de regulación de la luz— y un nuevo método para grabar placas fotográficas son algunos de los hitos que llevan el apellido Fortuny.
Asimismo, ideó diferentes tipos de lámparas de pie, de suspensión o de sobremesa, en seda o en metal, que se continúan produciendo en la actualidad y tienen un inmenso éxito en países árabes. Así se describe en el documental de RTVE 2 titulado Fortuny y la lámpara maravillosa.
Desde Venecia, la pareja, que no tuvo hijos y solo se caso después de muchos años de convivencia, consolidó una industria artesanal que, desde finales de la primera década del siglo XX, vendía en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. Una empresa emergente que durante los años treinta empezó a sufrir problemas por la imposibilidad de importar seda de Japón y algodón de Inglaterra como consecuencia del proteccionismo de Mussolini con la industria italiana. En la década siguiente, la fábrica Fortuny entró en bancarrota.
Poco antes de morir en Venecia, en 1949, Mariano Fortuny y Madrazo quiso dejar en herencia al Estado español el Palazzo Pesaro degli Orfei con su interior abarrotado de telas, trajes y muestrarios, aparte de cuadros, acuarelas, grabados y esculturas. Pero el gobierno de la época renunció al legado.
En 1956, Henriette lo cedió entonces al Ayuntamiento de Venecia, y en la actualidad el Museo Fortuny es todo un testamento vital. Sin embargo, solo una parte de las colecciones permaneció en Venecia, ya que, como Mariano y su esposa Henriette desearon, muchas obras fueron donadas a diversos museos europeos: Barcelona, Londres, Madrid, París o Castres, en el sur de Francia, donde existe un museo dedicado a Goya.