Entre malas yerbas y ecotopías: hacia dónde apunta el futuro de la naturaleza en las ciudades
Conversamos con Santiago Beruete y Beatriz Sánchez acerca de flora urbana, biodiversidad y nuestra relación con la naturaleza.
La palabra ciudad va siempre aparejada de la frase “nunca duerme”, expresión que hace referencia a su actividad ininterrumpida, su continua oferta de servicios, al trasiego infinito de personas. Sin embargo, durante este confinamiento, cuando todo se ha parado, hemos visto que lo que realmente nunca se detiene, lo que siempre está despierto es su naturaleza. Han bastado pocos meses de desalojo humano de sus calles para que la ciudad se haya llenado de colores: verde entre los adoquines y en las esquinas, el rojo de las amapolas o el amarillo de los dientes de león son algunos de los ejemplos. Unos tonos que no estamos acostumbrados los urbanitas a que campen a sus anchas por nuestras ciudades.
A Santiago Beruete, filósofo ecologista y escritor del libro Verdolatría . La naturaleza nos enseña a ser humanos (Turner), esta reconquista verde del espacio urbano le parece algo sobre lo que debemos reflexionar. “Hay que tener claro que si nosotros desapareciéramos a la naturaleza le daría igual, seguiría existiendo incluso con más fuerza tener en cuenta esta reflexión nos viene bien”, sostiene.
Lo que hemos podido comprobar es que la naturaleza vuelve con el mismo ímpetu que la despachamos. Así, durante este confinamiento ha ido reinstalándose para recordarnos que cuando nosotros faltamos, ella es la que está ahí. “Nos ha devuelto a una sensación extraña: ha bastado que hayamos faltado unos pocos meses para ver las malas hierbas que hay en las ciudades, el césped que ha nacido entre los adoquines… También las praderas que han surgido y han llenado de flores muchos espacios”, añade.
Una oportunidad que ha hecho que muchos urbanitas la hayamos empezado a poner en valor. Además de por la belleza clara que aparece a nuestro alrededor, la naturaleza ayuda a humanizarnos. “Siempre que queremos humanizar un espacio, lo decoramos con flores, con plantas. Es nuestra manera de hacerlo más acogedor. Al lado de las plantas que nos proveen de todo, nos sentimos confortados”, sostiene Beruete.
Entonces, ¿por qué no ha estado más integrada en las ciudades? “A la naturaleza es la hemos transformado en parte del mobiliario urbano. Si hablas con jardineros municipales, muchos tienen la idea de que las plantas, los árboles, son parte del mobiliario y no de un recuerdo de quiénes somos”, responde.
La mala reputación de las malas yerbas
Un hecho que el confinamiento parece que está empezando a cambiar. En redes sociales hemos podido comprobar durante esta cuarentena cómo muchos ciudadanos apreciaban toda la naturaleza que ha brotado en su alrededor en estos meses. “Salir y poder ver flores y verde ha propiciado que los ciudadanos se den cuenta de que es agradable ver ese verde tan cerca de casa en las ciudades”, sostiene Beatriz Sánchez de SEO Birdlife, organización desde la que hace pocos días enviaron una carta a más de 7.000 ayuntamientos para que respeten la naturaleza que ha brotado durante la cuarentena y, así, generar un espacio de reflexión sobre las podas.
Unas podas que hasta ahora se llevaban a cabo porque “priman los aspectos estéticos e higiénicos. Es muy común creer que las malas hierbas traen los insectos, garrapatas… y que la propia ciudadanía lo reclama”. Aunque parece que este florecimiento primaveral está revirtiendo esta situación más allá de las redes sociales. Según un estudio realizado por Society for Conservation Biology durante esta cuarentena en toda Europa, la educación es clave para el cambio de actitud, los datos recogidos por los investigadores indicaban que si se explicaba para qué sirven esas praderas y «malas hierbas», la mayoría de la gente las apoyaría.
Sánchez también afirma que es una cuestión de creencias: «Los ciudadanos tenemos interiorizado que son zonas que están sucias. Sin embargo, si les explicas la importancia de biodiversidad, por ejemplo para los polinizadores y a la vez para las aves que se alimentan de los insectos y semillas, al final la ciudadanía las tolera mejor”.
“Somos naturaleza, pero también su peor enemigo”
En Verdolatría, Santiago Beruete apunta que el 99,7% de la biomasa es vegetal. Es decir, que sin ella, estamos abocados a la extinción. Por eso, integrar a la naturaleza en las ciudades debe ser algo necesario. “El campo y la ciudad llevan en una relación conflictiva toda la historia. Basta recordar cómo empieza. La agricultura es el primer paso de esa domesticación. Desde ese punto, los humanos siempre hemos intentado dominarla. Ahora, en nuestra sociedad, nos fascina lo verde, pero participamos de su destrucción. Somos naturaleza, pero también su peor enemigo”, apunta el escritor.
En los últimos años han comenzado a crearse muchos movimientos de integración en las ciudades y la naturaleza: las conocidas como ecotopías, las ciudades jardín, las ciudades que son bosques urbanos… “Este sueño me parece que reúne uno de nuestros mitos fundacionales: volver al paraíso perdido. Y también me parece que supone un gran desafío para nuestro mundo moderno. Me parece que vamos hacia ahí, donde no se dé la ruptura entre campo y ciudad. Lo vemos a día de hoy en los huertos urbanos”, sostiene Beruete.
Una integración que según el escritor debe venir acompañada de una revolución moral; es decir, de una transformación de nuestro antropocentrismo. “Debemos cambiar nuestro paradigma mental, debemos dejar de pensar que las plantas y animales están a nuestro servicio, sino esto sería traicionar los principios. La paradoja de estas biourbes son las ciudades construidas en medio del desierto. Eso es justamente traicionar lo que se quiere defender. Eso es insostenible. Debemos adscribirnos a las palabras de humildad, de adaptación. Ese es el camino. Si no estaremos abocados a la lógica del consumo, del neoliberalismo…”
Una hibridación que, si no ya, debe ser una asignatura pendiente en los próximos años. Si el crecimiento de la población en ciudades sigue aumentando al mismo ritmo que hasta ahora (la ONU calculó que para 2050 el 88% de la población española vivirá en grandes ciudades), pronto gran parte del planeta va a ser una gran urbe. “Por ello, la relación con la naturaleza tiene que ser mucho más simbiótica”, finaliza.
Una biodiversidad que nos protege
Además de proteger al planeta, la naturaleza también ayuda a proteger a los humanos. Potenciar la biodiversidad favorece que el ecosistema esté más equilibrado y, por lo tanto, que sea más beneficioso para todos. “Aunque en las ciudades los ecosistemas estén muy alterados, también funcionan como tales”, apunta Beatriz Sánchez. “Cada parte de la naturaleza tiene una función y, si quitamos una pieza del puzle, deja de encajar bien y se rompe la armonía. Así, por ejemplo, las golondrinas y los vencejos funcionan como insecticidas naturales, ya que se alimentan de los insectos. Unas aves que cada vez están más en peligro por la destrucción de sus nidos”.
La ruptura del equilibrio en muchos ecosistemas por parte del ser humano ha sido una de las causas de que el coronavirus haya sido tan dañino. O al menos es lo que defiende Fernando Valladares, científico del CSIC, que se ha alzado como una de las voces más escuchadas durante esta emergencia sanitaria al señalar la relación entre el maltrato de la naturaleza y la pandemia de la Covid-19. Así, en muchas entrevistas, Valladares ha explicado que la «vacuna» contra estas pandemias ya la teníamos nosotros, pero que la hemos ido destruyendo poco a poco. Se trata, cómo no, de la naturaleza.
Quizá, ahora que los urbanitas además de haber visto lo bonitas que quedan nuestras ciudades vestidas de verde, hemos entendido lo beneficioso que es para todos, sea el momento perfecto para que ciudad y naturaleza finalmente dejen de estar enfrentados. Para, como dice Santiago Beruete, volver al paraíso perdido.