Katherine Johnson, la auténtica pionera de la NASA que retrató 'Figuras ocultas'
La labor de Johnson, la primera mujer afroamericana ingeniera de la NASA, fue fundamental para la misión que nos llevó a la Luna
El 16 de julio de 1969 salió desde la Florida norteamericana de camino a la Luna el Apolo 11, elevando a las alturas y a los anales de la historia a tres hombres: Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins. La misión Apolo 11, que está considerada como uno de los momentos más significativos de la historia de la humanidad y la tecnología, no habría sido posible sin embargo sin la labor de una mujer: Katherine Johnson (1918–actualidad).
Katherine Johnson, una afroamericana que provenía de un origen relativamente humilde, fue en 1938 la primera mujer afroamericana en terminar con la segregación racial en la Universidad de Virginia Occidental en Morgantown. Este hito hizo de ella, sin duda, una pionera. No obstante, hay otro que tuvo un mayor impacto en toda la humanidad: Johnson fue la primera mujer afroamericana ingeniera de la NASA, donde trabajó en diversas secciones.
De la segregación racial a la excelencia académica
La relación de Johnson con las matemáticas venía de lejos. Ella relata que desde niña lo contaba absolutamente todo: desde el número de platos que limpiaba hasta los pasos que recorría desde su casa hasta la iglesia local. Cualquier cosa que podía cuantificarse, ella lo contaba. Incluso las estrellas que veía. Entonces no lo sabía, pero esas estrellas marcarían su vida para siempre.
Con la vida y carrera de Johnson tuvieron mucho que ver sus padres, que se esforzaron en que sus hijos recibieran una buena educación pese a la segregación racial que imperaba en la época. En la localidad natal de Katherine, los negros solo podían estudiar hasta finalizar la primaria. Por eso, sus padres decidieron mudarse a la comunidad de Institute, que albergaba el West Virginia Colored Institute, un centro de educación solo para afroamericanos. Allí, Katherine Johnson destacó por su facilidad para las matemáticas.
Más tarde, en la universidad, el talento de Katherine era tal que uno de sus profesores, el matemático W.W. Schiefflin Claytor, creó asignaturas de geometría analítica y aeronáutica específicamente para ella. Fue en aquella época cuando Katherine logró su primer hito: romper la segregación racial en su universidad.
Katherine estaba destinada a ser maestra, como la mayoría de mujeres con estudios en la época, pero su potencial y su valía rompieron moldes. Si bien ejerció la enseñanza durante algunos años, ella necesitaba más. En 1953, cuando tenía 35 años, ingresó en la NACA, comité aeronáutico precursor de la NASA. De casualidad se enteró de que allí buscaban a mujeres afroamericanas para tareas de cálculo en el Departamento de Guía y Navegación, y esa casualidad le cambió la vida.
Durante la II Guerra Mundial, dado que los hombres estaban destinados en los frentes de batalla, las agencias gubernamentales estadounidenses contrataron a miles de mujeres para realizar diferentes actividades sobre todo en suelo norteamericano. Después de la guerra, la NACA siguió aplicando esta política, especialmente por la carrera espacial que empezaba a fraguarse frente a la todopoderosa Unión Soviética.
Una calculadora humana para salvar vidas
En los albores de una incipiente Guerra Fría, cuyas líneas invisibles se dibujaban también en el espacio exterior, Katherine y sus compañeras hacían un trabajo también invisible: realizar todas las operaciones y comprobaciones de cálculo que requerían los ingenieros aeronáuticos. Estas calculadoras humanas hacían una labor fundamental, especialmente si tenemos en cuenta la pobre tecnología con la que contaban incluso en agencias como la NASA. Con el tiempo, Katherine no se conformó y pidió asistir a las reuniones de los ingenieros, donde destacó no sólo por sus conocimientos sino también por sus capacidades de liderazgo.
Katherine despuntó de tal manera que entre 1961 y 1963 fue la encargada de llevar a cabo los cálculos del Proyecto Mercury, en el que calculó la trayectoria parabólica del vuelo espacial de Alan Shepard, el primer estadounidense que viajó al espacio a bordo del Mercury Redstone 3 en 1961.
La tecnología empezó a abrirse paso con el tiempo, por lo que la labor de las calculadoras humanas dejaba de tener sentido, al menos de la manera en que estaba concebida. Sin embargo, ella se resistía y se reinventaba: sus conocimientos eran más fuertes que los de las máquinas. Un ejemplo de esto fue lo que ocurrió con la misión del Friendship 7. Fue el propio John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la Tierra, quien en el 62 solicitó a Katherine Johnson que revisara personalmente los cálculos realizados por los nuevos ordenadores de la NASA antes de su vuelo a bordo del Friendship 7.
Del 62 pasamos directamente al 69, año en el que la humanidad dio ese gran salto gracias al pequeño paso de Neil Armstrong. Su labor en la misión más famosa de la historia de la ingeniería aeroespacial fue la de calcular la trayectoria del Apolo 11 y sus cálculos no solo ayudaron a sincronizar el módulo lunar con el módulo orbital, sino que salvaron vidas. Las de Armstrong, Aldrin y Collins, pero también las de Shepard o Glenn. Apellidos de renombre que no conoceríamos si no fuera por la exactitud de los cálculos de una mujer, Katherine Johnson, que desafió a su tiempo.
Hoy Katherine tiene 101 años, tres hijos, seis nietos, 11 bisnietos y vive en Hampton, Virginia. Tiene también el reconocimiento de todo un país –el expresidente Barack Obama la condecoró en 2015 con la Medalla Presidencial de la Libertad– y parte de su apasionante vida retratada en la película Figuras ocultas –dirigida por Theodore Melfi y que relata también la labor de otras grandes mujeres de la NASA, como Dorothy Vaughan, Mary Jackson, Christine Darden y Gloria Champine–.