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Estrés postraumático e ideas suicidas: la tercera ola golpea las mentes de los sanitarios

Hablamos con Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón, para conocer el impacto de la tercera ola en la salud mental de los sanitarios

Hace ya diez meses de cuando todo cambió drásticamente. Y la vida siguió, pero así, sin mucho sentido. Desde entonces y a trompicones, las consecuencias han ido llegando. De infraestructura, primero; sanitarias, después; laborales; económicas; sociales. Sin posibilidad de prever lo que se nos venía encima, caminábamos –y caminamos– a tientas en la incertidumbre.

Los sanitarios aterrizaron en el centro de la conversación. Se les puso cara, nombre, circunstancia. Mientras, en su mayoría ajenos al vox populi, doblaban turnos, trabajaban con protocolos que cambiaban cada día, cada hora. Cada día café y a frenar el virus. Cada día durante ya diez meses con sus 300 noches. No hay cuerpo que aguante eso, pero, sobre todo, no hay mente que salga indemne. Casi la mitad de los sanitarios presenta un riesgo de trastorno mental, un 14,5% sufre una patología mental incapacitante y un 3,5% tiene ideaciones suicidas, según han revelado dos estudios del Hospital del Mar (Barcelona).

Para Celso Arango, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón, estos datos ya han quedado obsoletos. El estudio se refiere a la primera ola; ahora la situación es mucho peor. «No es lo mismo partir con una situación sana de base de salud mental que lo de ahora». A pesar de que, según afirma, estos días llegan una media de diez pacientes con coronavirus al hospital, «si ese mismo estudio se realiza ahora los porcentajes serían mucho mayores», afirma Arango. Y habla la voz de un testigo diario, pues es él quien se encarga de gestionar las consultas para sanitarios en el Hospital Gregorio Marañón, a las que más de 400 sanitarios se han apuntado ya.

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Dos sanitarios se colocan los EPIS momentos antes de entrar en la zona de Urgencias | Foto: Nacho Gallego | EFE

«Hay desgaste emocional por no ver la luz al final del túnel. Por la sensación que se produce cuando algo escapa a tu control», explica Arango. Siempre se han enfrentado a situaciones complicadas, siempre han tenido que actuar bajo presión, pero saber que haciendo esto o aquello –por muy duro que esto o aquello sea– genera menos cansancio y angustia. «Ahora piensan: da igual lo que haga, lo que trabaje, cuanto me forme, lo que diga. Y eso da ganas de tirar la toalla».

Quizás una de las pocas cosas buenas que nos dejará esto –ahora que es cada vez más evidente que no, no saldremos mejores–es que hablar salud mental se ha normalizado. «Nadie se siente indemne o fuera de peligro, y eso hace que se vea con más naturalidad que el cerebro, como la rodilla o los pulmones, claudique cuando se expone a una demanda excesiva», expone Arango. Hablamos pues, de salud mental. Pongámosle nombre a las cifras que arroja el estudio del que hablábamos: ansiedad –esa sensación de nudo en la garganta, taquicardia, falta de aliento, ataque de pánico–; depresión –tristeza, melancolía, apatía, anhedonia (no disfrutar de las cosas), ideación suicida–; trastornos del sueño –no poder conciliar el sueño, despertarse varias veces en medio de la noche pensando en lo que pasó ayer, en el paciente al que no pudiste salvar–;y, por último, estrés postraumático. Este último aparece ahora en quienes han estado más expuestos en las primeras olas y cualquier rememoración, cualquier noticia –vamos, la realidad ahora mismo– les produce angustia, malestar, ideas intrusivas, pensamientos obsesivos.

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Sanitarios en el Hospital Gregorio Marañón | Rodrigo Jiménez | EFE

La baja, en cualquier caso, no es para Arango una solución. Es, más bien, la última opción cuando lo demás ha fallado. Y, ¿qué es lo demás? «Desde el principio hacemos grupos de 6 o 7 para que saquen con el resto sus frustraciones de no poder hacer nada, de no conocer tratamiento, de la angustia que le produce que los familiares no puedan ver a los pacientes», explica. Prevenir es fundamental para trabajar la resiliencia –ese concepto tan manido pero a veces, de verdad, necesario–, ya que «esto es una maratón, no es una carrera como el 11M que uno corre 100 metros de sprint y lo da todo se agota y luego se va a dormir».

Soltarlo con colegas de profesión es más sano que llevárselo a casa. «Hay que preservar la vida familiar, ver una película, escuchar música, hablar de cualquier otra cosa. Tampoco es un tema tabú, si surge, surge, pero hay que intentar evitarlo». Los sanitarios ya están entrenados para dejar el trabajo en el trabajo. Un oncólogo pediátrico, mismamente, baja a la tierra el mito del workaholic. Pero esto –nos repetimos– es distinto a todo lo anterior. Todavía no hay un tratamiento oficial, no sabemos cuándo acabará o qué desatará la siguiente ola. En la UCI es difícil priorizar porque el virus lleva cuerpos aparentemente sanos por derroteros insospechados, y viceversa. Es –sigue siendo– incertidumbre en estado puro.

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