El Jerez de los soñadores
La asociación Territorio Albariza, recién creada por la ‘generación beat’ del vino español, evidencia que el amor por la tierra, el entusiasmo y la transparencia son valores al alza
En otoño de 2011, cuando vivía en París, un empresario de origen escocés me contactó a través de un amigo común. Sabía que yo estaba asesorando a un fondo de inversión en vinos y necesitaba mi ayuda para llevar a cabo un proyecto muy concreto. Este financiero, al que llamaremos M. para evitar una hipotética demanda por difamación, tenía ancestros que habían sido bodegueros en Jerez y soñaba ahora con repintar sus blasones, adquiriendo viñas y bodegas en la zona con el fin de producir vinos de mesa sin encabezar, parecidos a los que se hacían antaño.
Aquellos vinos de pasto, como se les llamaba en el siglo XIX, habían caído en el olvido tras la filoxera, a mayor gloria de sus primos-hermanos de crianza biológica u oxidativa: esos finos y manzanillas, amontillados, olorosos y demás, que hoy representan lo más granado del marco. Al parecer, el boom de los blancos bajo velo del Jura –entonces inminente– dio que pensar a nuestro personaje, que estaba dispuesto a arriesgar una suma considerable en el intento de revolucionar la escena jerezana revitalizando de paso el apellido familiar.
«Eso ya lo han hecho mis amigos del Equipo Navazos en colaboración con Dirk Niepoort», le comenté. «Es solo un vino. A medio plazo, el mercado demandará muchos más», me respondió con pasmosa clarividencia. Empezamos a preparar un viaje en comandita a tierras gaditanas en busca de los terrenos adecuados y un casco de bodega que estuviera disponible. Pero nuestra comunicación se cortó de cuajo cuando se me ocurrió pedirle que me firmara un mandato o un poder de representación. Y nunca más volví a saber de M.
Para los neófitos en leyes y en compra-venta de fincas vitícolas, un mandato suelo ser un contrato que incluye una retribución pactada, en el que se habilita a alguien para actuar frente a terceros negociando, por ejemplo, la adquisición de una parcela. Sin mandato, yo en Jerez no iba a hacer más que el primo.
Territorio Albariza: la ‘generación beat’ del vino español
La historia me ha venido a la cabeza estos días tras la sonada presentación de Territorio Albariza en la última edición de Vinoble, el salón de los vinos generosos que se celebró hará poco más de un mes en Jerez de la Frontera. «Territorio Albariza es una asociación libre de pequeños productores y viticultores, dirigida a la elaboración, desarrollo y promoción de vinos de máxima calidad del marco de Jerez. Considera vinos de máxima calidad los elaborados con variedades autóctonas del marco, de graduación natural y donde la trazabilidad del origen de su procedencia es esencial», explica su web.
En palabras del presidente de la asociación, Primitivo Collantes –de la bodega del mismo nombre en Chiclana–, «el suelo, el pago, la viña, la viticultura y la interpretación subjetiva de cada entorno son elementos fundamentales para su valoración y diferenciación y deben estar inscrito a la geografía del marco territorial de la zona”».
Territorio Albariza es, fundamentalmente, un grupo de colegas de oficio y de francachela que tienen un sueño común
Quédense con estos conceptos, básicos pero innegociables: variedades autóctonas, vinos sin encabezar –esto es, sin alcohol añadido– y reivindicación del suelo, llegando a especificar en la etiqueta la parcela de la que proceden las uvas. Así lo contaba mi amiga Raquel Pardo en la revista Sobremesa: «Si bien hace (no tantos) años los generosos se consideraban vinos más de bodega que de viña, productores como Ramiro Ibáñez (Cota 45), Willy Pérez (Bodegas Luis Pérez), los hermanos Blanco (Callejuela), Alejandro Narváez (Forlong), Alejandro Muchada (Muchada-Léclapart), Joaquín Gómez (Meridiano Perdido) o Primitivo Collantes han puesto el foco en el origen, el territorio, y ahora no es raro escuchar que tal o cual fino, tal o cual manzanilla vienen de Macharnudo, Miraflores o uno de los dos Carrascales. Los generosos están empezando, también, a hablar de procedencias y la curiosidad por conocer esa trazabilidad y los porqués de un carácter más salino, más concentrado o más etéreo empiezan a estar en el centro de la conversación sobre los vinos del Marco». ¡No se puede explicar mejor!
¿Quiénes son y qué pretenden estos tipos a los que Luis Esteban, en el Diario de Jerez, ha definido como «la generación beat del vino español»? Pues, fundamentalmente, un grupo de colegas de oficio y de francachela que tienen un sueño común. «En Territorio Albariza nos dimos cuenta de que la elaboración de vinos honestos desde la viña era nexo más que suficiente para que unos cuantos amigos nos uniéramos en una asociación. Por eso no tenemos más pretensiones que hacer vinos que demuestren la identidad y diversidad de nuestro territorio mientras pasamos un buen rato juntos… Nuestros vinos abarcan todos los estilos del marco de Jerez, aunque todos coincidimos en la elaboración de vinos de pasto», indica Primitivo.
En la pandilla hay gente de edades y orígenes dispares, con varias generaciones apegadas a las cepas o recién llegados a este sector. «Todos tenemos proyectos diferentes, hacemos vinos distintos, llevamos estilos de vida diferentes… pero, al final, nos sentimos muy bien juntos ya somos todos unos disfrutones y nos encanta beber, comer, hablar de vino…», señala Willy Pérez. Además de esa palpable camaradería, Territorio Albariza tiene como principal nexo de unión la reivindicación del suelo, no importa si es de Jerez, Sanlúcar de Barrameda, El Puerto de Santa María, Chiclana, Chipiona o Trebujena.
Precisamente de este municipio viene el penúltimo integrante del equipo, el enólogo Joaquín Gómez Beser, quien ha lanzado al mercado este año su proyecto Meridiano Perdido: un vino ecológico elaborado con uva palomino a base de «viticultura de azadón, respeto por la naturaleza y mucha luz». Apenas 1.500 botellas procedentes del pago El Duque, frente al Parque Natural de Doñana, que delatan en la copa la influencia de los suelos de albariza y los húmedos vientos atlánticos. El nombre del vino rinde homenaje al meridiano de Cádiz, que rigió toda la cartografía española desde 1731 hasta 1884, cuando Greenwich fue establecido como meridiano universal. «Desde entonces se le conoce como el Meridiano Perdido», apunta Joaquín.
«Esta es la gran banda de rock de la viticultura española», explica uno de los integrantes de Territorio Albariza
«Asociaciones de este tipo existen en otros países como Alemania o Austria y, sin ir muy lejos, tenemos a los Douro Boys en Portugal, un grupo de amigos que han conseguido que el mundo no solo conozca el Duero por su famoso Oporto, sino por otras maravillas embotelladas», nos recuerda Luis Esteban. «Ésta es la gran banda de rock de la viticultura española, que surge desde el respeto y el inconformismo como contrapunto a la elaboración lineal y conservadora, trayendo en sus composiciones líquidas una búsqueda de la emoción y una recuperación del legado. Parafraseando a Jack Kerouac, la única gente que me interesa es la que está loca por vivir, con ganas de todo al mismo tiempo, que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, que arden como fabulosos cohetes amarillos». ¡Bien por Luis y su entusiasmo –que compartimos– por el proyecto!
Mucho más comedido –quizá porque ha sido elegido como portavoz del colectivo–, Collantes habla en su discurso de honestidad y humildad, de identidad y de patrimonio, esforzándose en recalcar que los vinos blancos de mesa o vinos de pasto «no apartarán al consumidor de los vinos generosos, sino que los van a complementar, ya que serán muchos los consumidores que percibirán esta categoría como una puerta de entrada a los vinos más clásicos del marco». Y yo también estoy convencido de ello.
Igual que lo está el último fichaje del grupo, Peter Sisseck, a la sazón co-propietario de la flamante Bodega de San Francisco Javier en el barrio jerezano de Santiago. Para este danés que ha triunfado en la Ribera del Duero, primero como director técnico de Hacienda Monasterio –puesto que aún ocupa– y luego con el muy exclusivo y personalísimo Pingus, la tierra es la base de todo y cualquier vino que la ignore pierde su alma en aras de la industrialización.
En una entrevista con Carlos Piedras (lavozdelsur.es), Sisseck rememora que, cuando llegó a la península a comienzos de los 90, «todo el mundo trataba a la viña como una cosa secundaria respecto a la bodega y eso tenía que cambiar». Formando sociedad con los dueños de Hacienda Monasterio, la familia Del Río, Peter compró en 2017 la bodega almacenista de Ángel Zamorano que luego fue de Juan Piñero, al tiempo que adquiría dos viñedos en los reputados pagos de Balbaína –de donde procede su primer fino, Viña Corrales– y Marcharnudo.
«Jerez es casi el pueblo más kitsch de España, con los tópicos del flamenco, de los toros… Pero también es una ciudad muy internacional y, a lo largo de la historia, el jerez ha sido el vino más conocido e importante de España», comenta este danés enamorado del velo de flor. «¿Qué pasó luego? Hay muchos factores, pero el negocio del brandy barato ha sido nefasto, relegando al vino a un papel casi testimonial… Es cierto que se han mantenido soleras, pero es evidente el declive en la importancia y la calidad de ciertos vinos. Volviendo a los vinos de crianza biológica, ahí vemos la apuesta por vinos ligeros y muy procesados, cuando estos vinos merecerían algo más. El jerez ha estado mucho tiempo perdido entre volumen y precios. Ahora mismo, los precios no son sostenibles», concluye.
Esperando la Denominación de Origen
La Bodega de San Francisco Javier no se ha lanzado, por el momento, a elaborar vinos de pasto como el resto de sus asociados, pero es algo que no descarta. Estos llamados nuevos jereces comparten con los vinos amparados por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Jerez-Xérès-Sherry y Manzanilla de Sanlúcar tanto el viñedo como otras señas de identidad, como la (eventual) crianza biológica; pero no se enriquecen con alcohol vínico para alcanzar los 15 grados, ni cumplen necesariamente la norma de pasar dos años de crianza mínima en botas.
Para Raquel Pardo, estos vinos de pasto que, de momento, no están amparados por la DO «reivindican los matices más primarios y minerales de los distintos suelos del Marco y, gracias a ellos, se oye hablar de lentejuelas, barajuelas o toscas cerradas al referirse a nuevos lanzamientos». Según la periodista de Sobremesa, este tipo de vinos, más apto para paladares no iniciados, podría ser una vía inmejorable para que los neófitos se enganchen al apasionante universo del Jerez. Y eso algo en lo que coincido al 100% con ella, igual que el presidente del Consejo Regulador, César Saldaña, para quien el mayor reto del sector hoy es “asegurar una nueva generación de amantes de los vinos de Jerez”.
Efectivamente, durante la presentación en Madrid de su muy recomendable manual El libro de los vinos de Jerez. Guía para comprender unos vinos únicos (Almuzara, 2022), Saldaña ya se mostró favorable a que los vinos de pasto sean amparados por la institución que preside, por motivo de su origen y su defensa del viñedo. Sin embargo, al no alcanzarse un acuerdo entre los diferentes operadores implicados en el marco, ahora cobra fuerza la idea de que dichos blancos de mesa pasen a ser reagrupados dentro de una Indicación Geográfica Protegida (IGP) diseñada específicamente para ellos. O sea que no serían oficialmente vinos de Jerez a pesar de serlo de facto.
Lo que viene a decirnos Territorio Albariza con su proyecto colectivo es que la sociedad civil siempre va más rápido que los organismos públicos
Ante una situación similar, la denominación vitivinícola cordobesa de Montilla-Moriles optó por crear un segmento de vinos jóvenes dentro de la misma DO para distinguir a estos vinos sin crianza de sus hermanos mayores (los finos) sin tener que castigarles con un apellido menor. Es algo que ya se plantearon en Jerez de alguna manera, a finales de los 90, pero el proyecto nunca vio la luz. Casi mejor, porque aquel borrador incluía la posibilidad de plantar castas foráneas…
Entre tanto, lo que viene a decirnos Territorio Albariza con su proyecto colectivo es que la sociedad civil siempre va más rápido que los organismos públicos y, sobre todo, que el amor por la tierra, el entusiasmo y la transparencia son valores al alza, que cosechan adhesiones y abren vías de progreso. Estoy convencido de que el futuro de la industria vitivinícola jerezana pasa por aumentar la calidad y reducir la producción de brandy e impulsar estos vinos de pasto, con todo su filo y su sapidez, como banderín de enganche para que los aficionados nóveles descubran después la grandeza de un fino en rama con años de crianza dinámica o un oloroso de añada sin maquillar.
Pienso ahora en M. y en el tren que dejó pasar por culpa de su mezquindad. Y sonrío para mis adentros. Siempre he pensado que el Jerez no es cosa de especuladores u oportunistas sino de auténticos soñadores…