Carpanta en la corte del rey Felipe
«Fantasear con las versiones contemporáneas de las historietas de Carpanta nos llevaría a decepciones del protagonista ante seitanes y sojas texturizadas»
Si digo «Tengo más hambre que Carpanta», ¿los menores de treinta y cinco sabrán a qué me refiero? Quizá algunos conozcan al personaje del dibujante Escobar porque sus padres conservan aún tebeos como Pulgarcito o algunos especiales de la editorial Bruguera dedicados a este pícaro hambriento que podría haber aparecido en el Lazarillo de Tormes o en El Buscón, pero como nació en 1947, no llegó a tiempo.
Como hace meses se cumplieron setenta y cinco años de la primera historieta en la que aparecía como protagonista, Bruguera, que por suerte aún existe, lo ha rescatado y nos trae lo más representativo del personaje. Es decir, nos trae los intentos recurrentes de Carpanta (¿Cuál es su nombre real? ¿Tiene apellidos?) por llenarse el estómago, seguidos por la imposibilidad de llevar a cabo su tan anhelado objetivo.
Tras leerme un montón de historietas suyas de una sentada, me ha sorprendido el protagonismo de los «canalones», es decir, los cannelloni italianos, quizá llamados así en la historieta por su forma cilíndrica que recuerda a las tuberías externas de las fachadas. Lo que sí recordaba de mis lecturas infantiles es que el ingrediente estrella para nuestro antihéroe siempre fue el pollo asado, que en la posguerra debía de ser sinónimo de lujo máximo y, décadas después, ya en la denostada Transición, se convirtió en una de las comidas para llevar más populares de España, cuando la pizza aún nos resultaba ajena. De hecho, mi infancia son recuerdos de asaderos de pollos en playas levantinas, con envases de papel de aluminio cubiertos por una tapa de cartón siempre grasienta («Póngame bien de salsita, jefe, que si no se queda muy seco»).
Los menús del día que figuran en las historietas de Carpanta son dignos de estudio para quien haga una tesis sobre hábitos alimenticios en la España de Franco: en la carta de las sencillas casas de comidas imaginadas por Escobar siempre hay alubias, sopa y paella, pero, como quien no quiere la cosa, más abajo figura también un bogavante o un besugo, otros símbolos del lujo culinario de antaño y, siendo sinceros, también del actual.
La gran paradoja de Carpanta es que comía más en sus primeras historietas que en las últimas. Si bien la estructura de la trama es siempre la misma: Carpanta urde tretas para comer y también para obtener dinero –hoy se lee como un cómic de denuncia social ante la situación de España a principios del franquismo–, al leer sus historias cronológicamente, comprobamos que, en la primera, fechada en 1947, se pone morado tras colarse en una cena de postín con el fin de mover el bigote (observen mi lenguaje de historietista de Bruguera). En muchas otras, a partir de los años sesenta, Carpanta siempre se queda con la miel en los labios, a punto de darle un bocado a ese chuletón, a ese muslo de pollo o a ese bocadillo de jamón serrano cuyas lonchas se salen obscenamente del pan.
En 1982 se publican las últimas historias de Carpanta, que dan fe de los nuevos hábitos de este país relacionados con lo culinario y con el cuidado de nuestros cuerpos ibéricos. En una de ellas el personaje rapta a su propio autor, Josep Escobar, lo ata a una silla y suplanta su identidad para, por fin, comer como Dios manda. El muy iluso piensa que, al llegar a casa de Escobar, su mujer le tendrá preparada una comida en condiciones. La sorpresa es que, por la nociva influencia de Jane Fonda y de Eva Nasarre –bienvenidos a los ochenta–, ella le obliga a ponerse el chándal y le manda a hacer footing antes de comer. Una vez que vuelve del entrenamiento, el falso Escobar no da crédito a lo que ve en el plato: una pastillita de vitaminas, lípidos e hidratos recetada por su médico. Y eso es todo. En las últimas viñetas, Carpanta desata a su autor y le compadece por la triste vida alimenticia que lleva, casi peor que la suya.
Fantasear con las versiones contemporáneas de las historietas de Carpanta nos llevaría a decepciones del protagonista ante seitanes y sojas texturizadas. ¿Seguiría queriendo Carpanta su chuletón y su pollo asado, o preferiría otros sibaritismos como carne de wagyu? Ojalá Escobar volviese a la vida para contárnoslo. Mientras tanto, yo me aventuro a imaginar al personaje emigrando a Argentina o Colombia, países donde la carne sigue siendo protagonista de la comida diaria. ¿O acaso hay alguna historieta en la que Carpanta se muera por una tortilla de patatas? No. Carpanta es proteinómano y se pirra por comer animales: hasta gatos caza, a falta de algo mejor. Quizá hoy lo veríamos comiendo insectos, adelantándose al futuro: unos chapulines bien fritos o unos escamoles, los huevos de hormiga conocidos como «el caviar mexicano», harían sus delicias.