Dry martini: el misterioso origen del cóctel favorito de James Bond
«No sólo es, junto al champán, sinónimo de glamur; también es el combinado más famoso del mundo»

Pierce Brosnan caracterizado como James Bond tomando un dry martini.
¿Habéis visto la surrealista película Un cadáver a los postres? Diría a quienes se la hayan perdido que tienen una carencia, mismo que me pasa a mí con la vitamina D. En una de las primeras secuencias, el gran David Niven viaja de noche por un fantasmal bosque con la aún más gran, entonces jovencísima, Maggie Smith; y se apea del automóvil a llamar desde una providencial cabina telefónica en mitad del lúgubre monte. Va elegantísimo, de smoking, con su clavel rojo en la solapa y… ¿qué lleva en la mano? ¡Bingo! Un dry martini. Eso, surrealista. Y reconozcamos que ambos –Martini y Niven– parecen hechos el uno para el otro, como los huevos y las patatas. Convendréis en que sólo David Niven puede bajarse del coche con un dry martini en la mano.
No sólo es, junto al champán, sinónimo de glamur; también es el combinado más famoso del mundo. No sé qué conocido barman decía que preparaba mayor número de martinis que de todos los demás cócteles juntos. Como pasa con la hamburguesa (de la que quizá haya que hablar), su origen es incierto: Nueva York años 20, finales del XIX en San Francisco… tanto da. Lo que sí parece claro es que es corrupción del apellido del barman que lo elaboró por primera vez, un tal Martínez, genio de indiscutible origen patrio… aunque no sé dónde leí que los italianos se atribuyen su paternidad, como pasa con el mejor aceite de oliva. Seamos pragmáticos: quién sabe.
La base: ginebra seca y vermú blanco igualmente seco; hay quien añade un «golpe» de Angostura, que es un bíter –o sea, un licor amargo– de lima concentrada. Se sirve, helado pero sin hielo, en la copita triangular de toda la vida, previamente enfriada, llena hasta el borde y con una aceituna ensartada en un palillo o con una peladura de limón previamente doblada sobre el cóctel, de modo que las microgotas de ácido cítrico (o lo que sea) rieguen la superficie. También hay quien prefiere una cebollita en vinagre, pero el combinado pasaría a llamarse Gibson, no Martini. Puede usarse vodka (como James Bond) en lugar de ginebra, pero en mi opinión mejor esta.
Con las proporciones llega la polémica (como con la tortilla de patata –con o sin cebolla– o como con quién es más masculino: un italiano o una inglesa). Originalmente, mitad y mitad, pero, cosas de la moda, pronto la ginebra se impuso al vermú, cuyo porcentaje fue descendiendo hasta quedar en algo cuasitestimonial: unas gotas. Pero, como todo, esto va en gustos (este filobarman tuvo una novia que afirmaba que la mejor cerveza era la Budweiser); y la proporción entre ambos ingredientes es muy variable. Y, por cierto, me permito mi recomendación: nada de ginebras «premium», como ahora les dicen –de nuevo cosas de las modas– a las más caras; la Gordon’s, que es muy seca, y también barata. Y el vermú, Noilly Prat de ser posible, con su inigualable aroma a almendras.
El anecdotario del Martini es inagotable. Buñuel se lo preparaba poniendo en el vaso mezclador el hielo y un buen chorro de Noilly, más un golpe de Angostura. Removía bien y… tiraba el líquido. El hielo quedaba aromado y no faltaba sino añadir la ginebra, remover, y a la copa. Churchill, por su parte, ni siquiera abría el vermú y aseveraba que el mejor martini era una copa de ginebra helada, bebida mirando al Noilly, que debía mantenerse cerrado. No recuerdo quién afirmaba que preparaba el martini «en presencia» del vermú; y hay por ahí una ñoña comedia en que uno de los protagonistas prepara un dry dartini y se limita a pasear la botella de vermú, cerrada claro es, alrededor del vaso mezclador. Y si os divierte, en próximas entregas contaré lo que a este pecador le pasó en un restaurante en el sur de Francia.
Mezclado, no agitado. Yo creo que en un principio James Bond lo pedía así, aunque este último agente de Su Majestad lo prefiere agitado, en coctelera. Claro que no conviene olvidar que este Bond, por muy pelaje de machote que luzca, es un nenaza que tiene cargos de conciencia, que padece emociones encontradas y que ¡hasta se enamora! Además, seguro que en la intimidad le llaman «Jimmy» y «cariñito». ¡Qué manera de desvirtuar un personaje, haciéndolo supuestamente más humano! El Bond genuino, el que Dios manda, es ese perfecto canalla, asesino abyecto y sin escrúpulos y que pide el dry martini stirred, not shaken. De modo que bajo ningún concepto, Mr. Craig: removido, por favor, no agitado.
Y, last but not least, ojo. Aunque la precaución es extensiva a todos los cócteles, algunos, como éste, son engañosos y es fácil coger carrerilla. Mi amigo Charles, inglés de pura cepa, flemático al cubo, dice, con toda la razón, the first one is never enough, the second one is far too much, and the third one… is again not enough!