Una nueva vieja receta: patatas a lo pobre al estilo de La Alpujarra granadina
«Con o sin un par de huevos fritos, con o sin jamón… están realmente espectaculares»

Patatas a lo pobre. | La Cocina de Lila (YouTube)
Hace unos años saltó a la fama en España un viajero inglés, uno de tantos. Éste es un trotamundos: tan pronto músico (fue el primer batería del grupo Genesis), como patrón (sin título) de un velero en el que cruza el Atlántico norte –ahí es nada–, esquilador de ovejas en Suecia, o granjero en una finca en La Alpujarra, donde, de momento al menos, parece asentado.
¿Conocéis La Alpujarra? Es una comarca en la falda sur de Sierra Nevada, un paraje sorprendente. Es muy abrupta y rocosa, por lo que no cupo nunca educarla en la agricultura tradicional y moderna; sin embargo, mantiene parcelas de una fertilidad sorprendente, con abundancia de frutales, que se nutren de las aguas del deshielo de Sierra Nevada mediante unas acequias de riego de origen árabe, increíblemente ingeniosas, que, ¡ay! se van perdiendo.
Resulta región inhóspita donde las haya, con una fauna a base de simpáticos animalitos como víboras y escorpiones, empeñados, además, en socializar. Claro que algo debe de tener para que el turismo sea la principal fuente de riqueza, y haya asentamientos artístico-pijo-progres en lugares como Pampaneira, Bubión o Capileira (las “tres villas blancas”) a orillas del río Poqueira. Llama la atención que en algunos pueblos de la zona la población extranjera asciende hasta el 30% del total. Gerald Brennan, autor de The Spanish Labyrinth, glosó La Alpujarra en su novela South from Granada, basada en sus propias vivencias en la comarca.
El que nos ocupa, Christopher Stewart, se hizo célebre por su libro Entre limones, en el que relata los avatares de la compra de una finca granadina y su asentadura en una choza sin agua, ni luz… Y sin accesos. Mil anécdotas en que luce una cualidad impagable: es un cachondo, casado con una heroína capaz de seguirle.
Detalla la bienvenida que le deparó el propietario y vendedor de El Valero, aparentemente recién caído de lo más granado del Romancero gitano. La recepción fue básicamente un almuerzo a base del objeto de este escrito. Transcribo (aproximadamente):
«En una sartén grasienta y negra hasta lo indecible vertió cosa de dos tazas de aceite de oliva y la puso en un trípode sobre las llamas; peló sin demasiados miramientos un par de cebollas que cortó en gruesos trozos y echó al aceite. A continuación, separó los ajos de una cabeza entera y los añadió también.
–¿No los pelas?
–¡No, por Dios! Así no se queman, guardan mejor el sabor y además trabajas menos.
Tenía razón, claro. A continuación cogió unas patatas que nadaban (éstas sí, peladas) en un cubo, las cortó en rodajas gruesas y las añadió al todo. Luego troceó seis pimientos rojos y verdes que fueron también a la sartén.
–Ahora ya se hace solo, afirmó, removiendo con un palo de madera.
Cortó dos gruesos tacos de un jamón grasiento, dos enormes rebanadas de una hogaza y, cuando el plato estuvo listo, comimos la cosa más exquisita que he probado, acompañada de un infame vino color marrón. He preparado estas patatas muchas veces, pero nunca logré aproximarme a la delicia aquélla”.
Hasta aquí, más o menos, lo que nos cuenta Stewart.
Yo las he hecho siguiendo la receta al pie de la letra. Doy fe de que el plato es de lujo, un lujo bien modesto por su coste. Pero, claro, nunca llueve a gusto de todos y las chicas afilaron la viperina:
–Pero qué burrada de aceite… Es una barbaridad… ¿y tu colesterol?
–Bueno, sí… así es la receta. Colesterol cero, es de oliva virgen extra.
–Pero bueno, ¿tú no estabas a régimen?
–Hombre, de régimen, lo que se dice de régimen, no es. Pero un día es un día, ¿no?
–Sí, como los ñoquis de anoche, ¿verdad? ¡Vaya cara! ¿Sabes lo que creo? Que es receta cuartelera. Y además, te diré, ¡eres un gordo!
–…
En casos como este, doy la razón a los expertos en ventas, que a situaciones así llaman “sentimiento negativo”, y son esas en que el vendedor se encuentra ante un muro de excusas y objeciones muy dispares e inconexas y concluye que no es el día. De modo que mejor hacer mutis, amollar escotas y poner rumbo a puerto. Esa actitud negativa es la misma que cuando alegan dolor de cabeza… Bueno, es ocioso dar más símiles.
Pero sentimientos negativos aparte, todos acabamos mojando pan (ellas, también; se les debió de pasar el dolor de cabeza). Con o sin un par de huevos fritos, con o sin jamón… están realmente espectaculares.