Una nueva Alemania para cambiar una vieja Europa
La tarea más urgente del nuevo Ejecutivo será establecer una política sanitaria coherente para hacer frente a la nueva ola de coronavirus
Alemania estrenará Gobierno la semana que viene con una coalición inédita en su historia a nivel federal, integrada por socialdemócratas (SPD), Verdes y liberales (FDP), que pone fin a 16 años de mandato de Angela Merkel e inaugura una nueva etapa para la Unión Europea. Cuánto haya de continuidad y cuánto de cambio en la política que siga la primera potencia económica del continente será decisivo para mantener o acabar con la esclerosis y el malestar de una Europa acosada por la pandemia, la inflación, el encarecimiento de la energía, el drama migratorio, la crisis global de suministros y las intrigas de grandes potencias como Rusia o China.
El futuro Gobierno se presenta como un equipo más joven, con más voces que en época de Merkel –la canciller tendía a opacar a sus socios de coalición- y con una agenda decidida a modernizar, descarbonizar y digitalizar el país. Su programa, de 177 páginas, fruto de dos meses de intensas y herméticas negociaciones entre los tres partidos –nada que ver con la urgente negociación a varias bandas engañando a los electores como en el caso español- , que formaron 22 grupos de trabajo en los que participaron 300 expertos, promete abandonar el carbón «idealmente» en 2030, ocho años antes de lo previsto; que las energías renovables cubran para esa misma fecha el 80% de la demanda de electricidad; no subir impuestos y volver a la ortodoxia fiscal a partir de 2023, cuando deberá cumplirse de nuevo con el límite del endeudamiento consagrado en la Constitución y que fue suspendido durante la pandemia. Entre las medidas de carácter social destacan la subida del salario mínimo en un 25%, facilitar el acceso a la nacionalidad, legalizar el consumo de cannabis y rebajar la edad mínima para votar a los 16 años. El líder socialdemócrata Olaf Scholz será el nuevo canciller y el SPD, como socio mayor de la coalición al haber logrado el 25,7% de los votos en las elecciones del pasado 26 de septiembre, tendrá siete carteras; los dirigentes de Los Verdes (14,8%) Annalena Baerbock y Robert Habeck serán ministros de Exteriores y del nuevo superministerio de Economía y Protección del Clima, respectivamente; y el jefe de los liberales (11,5%), Christian Lindner, ocupará el poderoso e influyente Ministerio de Finanzas.
Scholz anunció el acuerdo de Gobierno prometiendo «la más grande modernización industrial de Alemania en más de cien años» y Baerbock aseguró que supone un «cambio de paradigma» en la política alemana, pero la coalición no deja de ser un matrimonio de conveniencia en el que la parte fácil ha sido llegar al altar. El futuro canciller tendrá que tirar de experiencia, pragmatismo y flexibilidad para conciliar las diferencias entre sus socios tanto en el frente interior como en el europeo e internacional.
La tarea más urgente del nuevo Ejecutivo será establecer una política sanitaria coherente para hacer frente a la nueva ola de coronavirus que azota Alemania con algunos estados del Oeste, como Baden-Württemberg y Baviera, partidarios de la vacunación obligatoria mientras que la mayoría de los Länder del Este se opone a esa medida, como también lo hace el FDP. También deberá encontrar la forma de conjugar las multimillonarias inversiones públicas prometidas en la lucha contra el cambio climático, digitalización y vivienda con el compromiso de mantener la disciplina fiscal. Asimismo será necesario hallar un terreno común en las relaciones con Rusia y China -donde Verdes y liberales son partidarios de un línea mucho más agresiva de lo que ha sido hasta ahora la política seguida por los socialdemócratas, siendo los primeros contrarios al gaseoducto Nord Stream 2- y sobre las tensiones que puedan surgir por el almacenamiento de armas nucleares de la OTAN en Renania-Palatinado. Baerbock, que será el nuevo rostro de la diplomacia alemana y pertenece al sector moderado y pragmático de los Verdes, los llamados realos, es aún una incógnita, como lo fue en su día su correligionario Joschka Fischer, a quien el establishment europeo recibió en un principio con recelo y se reveló después como un ministro capaz y un leal atlantista.
Pero donde se medirá el liderazgo de la nueva Alemania será en el contexto europeo, en un momento en el que la UE limita al Este con la extrema derecha, al Sur con la izquierda, al Norte con los frugales y al Oeste con el vacío tras el Brexit. De momento, los tres socios del futuro Gobierno de Berlín están a favor de reformar el Pacto de Estabilidad de la Unión –que fija los límites de déficit y deuda en los Estados miembro- para que sea más «simple y transparente». Esta nueva flexibilidad alemana es música para los oídos de Francia e Italia -que acaban de firmar un importante tratado bilateral que refuerza su coordinación en Europa y subraya la irrelevancia de España-, pero los liberales del FDP no quieren ni oír hablar de que el fondo de emergencia para la recuperación de la pandemia de 750.000 millones de euros pueda llegar a convertirse en un instrumento permanente de la política económica europea y los votantes alemanes, al margen de sus preferencias políticas, tienden a apoyar la estabilidad y ortodoxia económicas.
Merkel deja a su sucesor la responsabilidad de tomar decisiones difíciles en muchos frentes. «La canciller gestionaba más que solucionaba problemas. El liderazgo de Berlín fracasó durante la crisis financiera de 2008 y supuso una pérdida de confianza de muchos europeos en Alemania», afirma Ramiro Villapadierna, con 15 años de residencia en el país, diez de ellos como corresponsal de prensa. A su vez, el coronavirus, que desgraciadamente aún no ha dicho su última palabra, también erosionó el apoyo de los alemanes a la UE, que perciben la política europea de su país como una serie de sacrificios obligados por razones históricas. Según una encuesta encargada este año por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), el 55% de los alemanes cree que el sistema político de la UE está roto; un 49% afirma que tiene menos confianza en la UE y cerca del 33% piensa que la integración europea ha ido demasiado lejos. Pero, el tiempo y la pandemia mediante, Scholz y sus socios de Gobierno alientan la esperanza de que la nueva Alemania haya optado en el dilema planteado por Mark Leonard, director del ECFR, «entre la soberanía europea o la ausencia total de soberanía», por la primera.