Cumbre por la Democracia: un rearme contra los dictadores
Biden convoca una conferencia virtual en la que líderes de gobierno, de la sociedad civil y del sector privado debatirán los desafíos de las democracias
El presidente Biden ha convocado para este jueves y viernes la Cumbre por la Democracia, una conferencia virtual en la que líderes de gobierno, de la sociedad civil y del sector privado debatirán los desafíos que afrontan las democracias sobre tres ejes de discusión: la defensa contra el autoritarismo, el combate a la corrupción y la promoción del respeto a los derechos humanos.
La cita no puede ser más oportuna en un año que empezó con el vandálico asalto al Congreso por los partidarios de Trump, siguió con la represión de las protestas en Cuba y la imposición del terror de los talibanes en Afganistán y acaba con la amenaza de invasión militar de Ucrania por parte de Rusia, por citar solo unos hechos que confirman una peligrosa tendencia: el avance de las dictaduras y el retroceso de las democracias liberales.
La Casa Blanca ha invitado a la cumbre a más de un centenar de países, entre ellos Taiwán –no reconocido por la ONU por presión de Pekín- e Irak, pero ha excluido a Rusia, China, Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros Estados autoritarios como era de esperar, y también a aliados como Turquía, Egipto, Jordania, Arabia Saudí y algunas monarquías del Golfo. En el caso de Europa ha convocado a Polonia, pero no a Hungría.
La cumbre se celebra en el segundo año de la pandemia, que ha «consolidado el poder de los regímenes autocráticos y erosionado las libertades y el Estado de derecho en los países democráticos», como concluye el Informe Estado de la Democracia en el mundo 2021, realizado por el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), una organización intergubernamental con sede en Estocolmo.
El estudio subraya que en el curso del presente año se han perdido cuatro democracias por elecciones fraudulentas o golpes militares al tiempo que se han acentuado las tendencias autoritarias de las democracias, que, bajo el pretexto de luchar contra el coronavirus, «han tomado medidas desproporcionadas, innecesarias o ilegales», como en el caso del Gobierno español, que dictaba normas basándose en el criterio de un comité de expertos que después se demostró inexistente y cuyos decretos imponiendo el estado de alarma fueron anulados posteriormente por el Tribunal Constitucional.
Un rápido repaso a la salud democrática del mundo deja pocas dudas. En Asia, China intensifica la represión en el interior, asfixia la democracia en Hong Kong, amenaza a Taiwán y su influencia en la región «pone en riesgo la legitimidad del modelo democrático», como se dice en el informe de IDEA. India, Filipinas y Myanmmar (antigua Birmania) son víctimas del nacionalismo étnico, el autoritarismo y el militarismo. En África se han producido cuatro golpes militares –Chad, Guinea Conakry, Malí y Sudán- y en Argelia, Egipto y Siria se han celebrado elecciones sin garantías democráticas. En cuanto a América, el Estado de derecho ha retrocedido en países como Brasil y El Salvador como lo ha hecho en Europa en el caso de Polonia y Hungría.
Pero son los regímenes autocráticos como la Rusia de Putin, la Bielorrusia de Lukashenko, la Turquía de Erdogan, la China de Xi Jinping y la Venezuela de Maduro, las verdaderas amenazas, ya que, al margen de la ideología que proclamen sus líderes, forman de hecho una suerte de alianza mundial que actúa a través de redes integradas por organizaciones financieras corruptas, servicios de seguridad y propagandistas profesionales.
Una telaraña de intereses cómplices capaz de interferir en el proceso político de muchos países socavando la confianza en la democracia, tal como lo expone la escritora y periodista Anne Applebaum en un sugerente artículo publicado recientemente en la revista The Atlantic y que lleva el inequívoco titular de The bad guys are winning (Los malos van ganando). Escribe Applebaum: «Al contrario que las alianzas militares de otros tiempos y lugares, los miembros de este grupo no operan como un bloque sino más bien como un conglomerado de compañías, que podría llamarse Autocracia SL. Sus relaciones no están basadas en ideales sino en negocios, -negocios diseñados para minimizar los boicots económicos de Occidente o hacerse ellos personalmente ricos- que es lo que les permite cruzar barreras geográficas e históricas».
Este gran holding de autócratas, argumenta la premio Pulitzer, es la que mediante inversiones y préstamos, apoyo diplomático, ayuda militar, consejeros y tecnología de seguridad y granjas de troles encargados de manipular la conversación en las redes sociales burla las sanciones y condenas de Occidente, otorga impunidad y mantiene en el poder a líderes de Estados fallidos, como Bielorrusia, Venezuela o Afganistán, e interfiere en las democracias como se ha demostrado en el caso del Kremlin en las elecciones de Estados Unidos y en el referéndum ilegal de independencia de Cataluña.
Pero los autócratas no están solos y Occidente tiene una buena cuota de responsabilidad en su progreso. Baste recordar cómo Trump despreció a líderes europeos como Angela Merkel o llamó «débil» al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, mientras se sentía perfectamente cómodo con Putin, Erdogan, la familia real saudí o el dictador de Corea del Norte o cómo las grandes tecnológicas colaboran con ellos silenciando a los demócratas rusos o de Hong Kong mientras se les vende tecnología de seguridad, se les permite que inviertan sus fortunas en Londres, Madrid o Delaware y se mira para otro lado cuando se compra una prenda producto del trabajo esclavo en Xinjiang o Pakistán.
La Cumbre por la Democracia puede ser un fiasco empapado en retórica o incluso tener el efecto contrario de halagar a los autócratas, pero podría servir para galvanizar a los europeos y americanos que por exceso de culpa retrospectiva o de cinismo han perdido la fe en sus democracias y en lo que éstas tengan que ofrecer al mundo. También debería servir para renovar oxidados mecanismos internacionales como las ineficaces políticas de sanciones o embargos y devolver a la promoción de la democracia un papel central en nuestra política exterior. Afganistán e Irak fueron trágicos fracasos, pero los manifestantes que exigían democracia en las calles de Hong Kong en 2019 enarbolaban banderas británicas y norteamericanas y la Unión Europea sigue siendo un cielo protector para todos los que arriesgan sus vidas por la libertad. Como concluye Applebaum, «si Estados Unidos y sus aliados fracasan en la lucha contra los hábitos y prácticas de las autocracias en el extranjero, nos las encontraremos en casa».