Ucrania y el mundo de ayer
El centenario este año de la BBC recuerda la necesidad de medios independientes y fiables cuando domina la confusión y la propaganda
El aniversario de dos instituciones británicas, los 70 años de reinado de Isabel II y el centenario de la BBC el próximo mes de octubre, sirven para recordar en estos tiempos de mentiras, banalidades y odio la importancia de valores tan antiguos y simples como cumplir con el deber y el trabajo bien hecho. Esa clase de heroísmo, anónimo, común y modesto que tan bien representa Tom Hanks en películas como El puente de los espías o Capitán Phillips y que tanto contrasta con el narcisismo y la impostura actuales.
Soft power
La reina y la BBC, iconos del soft power británico, hace mucho que trascendieron el mundo anglosajón para convertirse en ejemplos globales de estoica perseverancia en la integridad personal exigible a un jefe de Estado y en la independencia que se debe reclamar a un medio de comunicación. Ambas instituciones han superado crisis nacionales, conflictos éticos y críticas fundadas, pero también y sobre todo han aportado un sentido de unidad a su país que, ahora que muchos dudan de su supervivencia futura, si un día desaparecen extrañarán millones dentro y fuera del Reino Unido.
Un servicio mundial
Hoy la BBC emite en 42 idiomas, su servicio mundial llega a casi 500 millones de personas cada semana y ha producido en estos cien años una cantidad incalculable de programas, que podría alcanzar los 20 millones, pero la leyenda empezó como la start up de un grupo de visionarios que habían descubierto el poder de la comunicación sin hilos. Al frente del equipo estaba John Reith, un estricto escocés que fue su primer director general y que se fijó como objetivo «llevar lo mejor del logro, esfuerzo y conocimientos humanos a cada hogar», lo que sentaría años más tarde la base del modelo de la cadena pública.
La visión un tanto paternalista de Reith estableció un contrato entre la BBC y la audiencia que comprometía a la emisora a desempeñar el papel de conciencia de la nación y contribuir a su mejora moral al tiempo que mantenía una posición de imparcialidad periodística. Como resume David Hendy, autor del libro recientemente publicado The BBC: A People’s History, «dado que la BBC nunca iba a agradar a todo el mundo, frecuentemente intentaba a cambio no ofender a nadie».
Estos principios fundacionales y el hecho de que desde 1946 pasara a depender económicamente de una tasa que paga el público, reforzó su independencia editorial y la llevó a mantener unas relaciones incómodas con los diferentes Gobiernos, más con los conservadores pero también con los laboristas, y la hostilidad de parte de la prensa, en sus primeros años por la rivalidad que suponía para los periódicos de Fleet Street, y posteriormente de magnates como Rupert Murdoch.
En la búsqueda de la creatividad y la innovación tecnológica, en la tensión entre dirigir o seguir a la audiencia, en el tira y afloja con el poder de turno, la BBC reclutó el talento de intelectuales de la talla de George Bernard Shaw, J.B. Priestley, E.M. Forster, Alan Bullock o George Orwell, entre otros muchos, y de refugiados de las tragedias de Europa como el escritor español Arturo Barea o el historiador del arte nacido en Viena Ernst Gombrich. Sobre éste contaba hace unos días el exdirector del Financial Times, Lionel Barber, una anécdota que resulta irresistible no reproducir: «Fue Gombrich el primero en adivinar que Hitler había muerto tras oír en la radio alemana la interpretación de una sinfonía de Bruckner. (Él sabía que esa pieza había sido escrita para marcar la muerte de Wagner –un recordatorio para los mandarines de la BBC sobre el valor de la memoria institucional)».
Durante la II Guerra Mundial la cadena se convirtió en la voz del drama británico y en el vehículo vital de la propaganda del Gobierno y de la lucha contra el nazismo en el continente –discursos de Churchill, alocuciones de De Gaulle a la Francia libre, mensajes cifrados a los grupos de la resistencia, la transmisión de las primeras horas del Día D en Normandía, etcétera-.
Después llegarían otros hitos como la reanudación de las emisiones de televisión en 1946, iniciadas en 1936 pero interrumpidas en 1939; la retransmisión de la coronación de Isabel II, que fue vista por 20 millones de europeos, y del funeral de Churchill; el fin de su monopolio con la aparición de la cadena ITV en 1955; éxitos internacionales como Yo, Claudio, el programa de los Monty Python, los documentales de naturaleza de David Attenborough o más modernamente la serie Line of Duty, por citar algunos de los más famosos, hasta llegar a su emisión vía satélite en 1986 o el lanzamiento de su versión on line en 1997 pasando por la cobertura de la guerra de las Malvinas, cuya neutralidad tanto disgustó a la primera ministra Margaret Thatcher, o del referéndum del Brexit, cuando fue acusada de pusilanimidad por los partidarios de la permanencia en Europa por no contrarrestar las falsedades de la campaña a favor de la ruptura con la UE.
El Gobierno de Boris Johnson ha manifestado su intención, como ya hizo antes Thatcher sin éxito, de eliminar las tasas que pagan los hogares por ver la BBC en 2027 sin un debate a fondo ni ofreciendo un modelo alternativo de financiación. Dado que es difícil de imaginar que siga en el poder hasta entonces, quizá la mayor amenaza venga de las plataformas de streaming o del cambio de hábitos de los espectadores jóvenes. Quién sabe.
Tambores de guerra en Ucrania
La BBC como pilar del consenso social y garantía de continuidad en el siglo XX sobrevive como otras instituciones bajo asedio en este siglo de información fragmentada, de fake news y trivialidades de las redes sociales, pero por eso mismo su papel es más necesario que nunca. Desde hace semanas suenan tambores de guerra en Ucrania en una espiral de confusión y propaganda. Si no quiere perderse, sintonice la BBC. Es una recompensa del mundo de ayer.