Volodimir Zelenski: el presidente de todos
Este actor cómico convertido casi por accidente en un presidente heroico, símbolo de una nación fiera e independiente, podría terminar en tragedia
Todos lo admiran. En su país lo consideran un héroe nacional, dispuesto a morir por «la gloria de Ucrania». En el Europarlamento recibe una larguísima ovación cuando se despide puño en alto, con su camiseta verde militar, barba de hace días y mirada vidriosa en una intervención por vídeo: «La vida vencerá sobre la muerte. La luz prevalecerá sobre la oscuridad». Pide la adhesión de su país a la UE y a la Alianza Atlántica. El presidente de EEUU, Joe Biden, le ofrece ser evacuado de Kiev, pero se niega pese «a que yo soy el objetivo número uno de Putin y mi familia, el número dos». Al parecer, según el británico The Times, ha escapado de tres intentos de asesinato en una semana a manos de mercenarios y fuerzas chechenas. El dictador ruso lo tilda a él y su Gobierno dentro de ese lenguaje extremo y belicoso al que recurre desde la invasión, el pasado 24 de febrero, como una pandilla de nazis y drogadictos. Cualquier ciudadano occidental sabe hoy quién es el líder de Ucrania, Volodimir Zelenski (1978, Krivoi Rog), de origen judío, cómico de éxito, que dio el salto a la política para ganar en 2019 en segunda vuelta las elecciones presidenciales ucranianas por más del 70% a un rico empresario confitero.
Fue precisamente una serie suya titulada Servidor del pueblo lo que le catapultó a la fama y a la postre a la política, algo que en un primer momento disgustó a su esposa Olena, un amor de juventud, guionista de televisión, con la que tiene dos hijos pequeños y también como él centrada principalmente en el género cómico. «El humor siempre ha sido un signo de inteligencia», dijo durante su campaña a la presidencia de un inmenso país del Este europeo, múltiple fronterizo con Rusia y otras seis naciones, de 41 millones de habitantes, que logró la independencia en 1991 tras la extinción de la Unión Soviética y al que Putin jamás ha reconocido como soberano, pues lo considera cuna de la civilización rusa. La serie describía las peripecias de un profesor de historia de un instituto, que llega a la jefatura del Estado casi accidentalmente denunciando en un tono de humor la gran corrupción y la oligarquía existente en un país al que International Transparency lo clasifica como el tercero más corrupto del mundo después de Rusia y Azerbaiyán. El público vio el personaje como un marginado antisistema y, además, capaz de pincelar los problemas del país con el humor y la ironía necesarios.
«Defenderemos Ucrania. No nos meterán en ataúdes», ha dicho en una de esas intervenciones vibrantes que dirige en vídeo al país y a los líderes europeos y a Occidente en general, a quienes ha convencido para imponer fortísimas sanciones financieras a Moscú y suministrar armamento al Gobierno de Kiev. Zelenski, rusoparlante, que habla mejor ruso que ucraniano, nacido en una instruida familia judía pero sin inclinaciones religiosas en una ciudad de la región oriental de Dnipro, se mueve como pez en el agua, lógicamente, ante las cámaras y recurre al tuit desde su búnker: «No tenemos armas nucleares, no tenemos petróleo, pero tenemos nación, nuestra gente. No tenemos nada que perder. Nos quieren borrar de la Tierra, pero permanecemos firmes». Cala hondo su discurso, sobre todo entre los dirigentes de la UE cuando les indica que, si no hacen nada, el expansionismo putiniano no se detendrá: «Si desaparecemos nosotros, luego irán a por los países bálticos». Son las palabras que su pueblo escucha emocionado mientras resiste o huye, sobre todo mujeres y niños, del terror de las bombas. Ha repartido armas entre la población civil masculina. Más de un millón de ucranianos ya han huido y Naciones Unidas estima que el éxodo, principalmente hacia Polonia, puede rebasar las cifras de la guerra de los Balcanes. Una catástrofe humanitaria de proporciones bíblicas si no se pone fin a la guerra. Moscú ha aceptado establecer corredores humanitarios pero sigue en su estrategia de ocupar todo el país. El argumento invasor de Putin es crear una Ucrania neutral, aunque en realidad lo que busca más bien es neutralizarla y someterla a su dictado. Neutralidad y neutralización, dos conceptos bien diferentes.
Fundador con su esposa y varios amigos de la productora Kvartal 95, Zelenski empezó a emitir la exitosa serie Servidor del Pueblo a partir de 2015 en un canal de un magnate judío que posteriormente tuvo que fugarse a Israel por problemas de corrupción. Ucrania ha vivido antes las protestas en 2013 y 2014 de la llamada Revolución del Maidan (la Plaza de la Libertad de Kiev) que provocan la caída del Gobierno prorruso de Viktor Yanukóvich contrario a la asociación comercial del país a la UE y a una eventual solicitud de integración en la OTAN. Como resultado Moscú se anexiona la península de Crimea sin oposición y con la tibia crítica de EEUU y la UE al tiempo que comienza a apoyar y financiar la rebelión de dos provincias prorrusas, Donetsk y Luhansk en la región oriental del Donbas, provincias que Putin reconoció un día antes de la actual invasión como repúblicas independientes. Desde 2014 esa zona ha sido escenario de enfrentamientos militares causando numerosas bajas civiles.
Cuando llega a la presidencia del país, Zelenski se rodea fundamentalmente de los colegas y amigos de su productora, animosos pero con nula experiencia en la política. Pretende ser un líder pragmático, ni socio corrupto de Occidente ni tampoco el hermano pequeño de Rusia. Son bien aceptadas sus primeras medidas contra la corrupción, la liberalización del mercado agrícola, la digitalización y la modernización de la red de carreteras. Su compromiso de resolver con el diálogo el conflicto en el Donbas no logra ningún fruto. Por otra parte, no goza de la simpatía de los magnates locales. Su popularidad va disminuyendo más aún cuando se ve implicado indirectamente en el caso de Hunter Biden, el hijo del entonces vicepresidente estadounidense, asunto que explota Donald Trump en plena carrera para la reelección. Hay sospechas de que cedió a las presiones de este para intervenir y publicitar las presuntas irregularidades cometidas por Hunter a cambio de que Washington no congelara la ayuda financiera a Kiev.
En el momento en que se recrudece la crisis con Moscú y él denuncia sin demasiado éxito al principio las amenazas rusas de invasión, Volodimir Zelenski era considerado por muchos de sus compatriotas como un político débil, que no satisfacía las expectativas de su llegada a la presidencia. Sin embargo, la guerra ha disparado su popularidad al máximo hasta convertirlo en un héroe entre una ciudadanía que ha demostrado tener un elevado orgullo patriótico y una extraordinaria valentía: «Hemos roto los planes del enemigo en una semana, planes que al Kremlin le han llevado años de preparación». Está dispuesto a hablar con Putin porque, dice, es el único modo de frenar la guerra. «Siéntate conmigo, pero no a 30 metros como hiciste con Macron o Scholz. Soy un tipo normal. No muerdo», le ha espetado al dictador ruso. El intercambio de insultos entre ambos no cesa. El incendio por un bombardeo ruso de la planta nuclear de Zaporiyia, en el sudeste ucraniano, la más grande de Europa y afortunadamente apagado, le ha servido para acusar a Putin de terrorismo nuclear. Y el líder ruso, a su vez, replica que Zelenski está utilizando la población civil como escudos humanos. El final de este actor cómico convertido casi por accidente en un presidente heroico, símbolo de una nación fiera e independiente, podría terminar en tragedia, pero de sobrevivir bien podrá afirmar él, su familia y sus seguidores que ante todo fue un «servidor del pueblo», un presidente de todos. Y seguramente lo habrá conseguido, vivo o muerto.