Putin quiere ser Stalin
Sea cual sea el final de la invasión rusa de Ucrania, Putin ya ha logrado que todo el mundo le tema, además de conseguir pasar a la historia como un genocida
Dijo en una ocasión el escritor Miguel Delibes que «a los mayores tiranos siempre les gustó tener fama de libertadores». Putin planteó la invasión de Ucrania como la liberación del pueblo ucraniano de una panda de gobernantes neonazis. Se vio a sí mismo, como el libertador al que los ucranianos iban a aclamar victorioso cuando entraran sus tropas en Kiev tras un ataque relámpago victorioso y sin resistencia.
Pero Putin nunca pasará a la historia como libertador. Seguramente, en el fondo, ni lo pretende. Él quiere ser Stalin. Tener el mismo poder absoluto basado en el miedo. Provocar el miedo del enemigo y también el miedo de sus propios ciudadanos. Que le teman sus asesores y sus generales. Y sobre todo quiere que le tenga miedo su principal enemigo: Estados Unidos. Le gustaría volver a esos años de guerra fría donde los americanos eran esa amenaza que cohesionaba toda la estructura podrida y decrépita de la Unión Soviética.
No se sabe todavía cómo acabará esta guerra en Ucrania que lleva ya mes y medio. Puede que todavía gane. Sea cual sea el final, con victoria o con derrota, lo que sí ha conseguido ya Putin es que todo el mundo le tema. Y como Stalin también ha conseguido ya pasar a la historia como un genocida. Un tirano sanguinario que ha ordenado a sus soldados asesinar civiles, secuestrar mujeres a las que sus soldados violaban durante días, disparar contra guarderías llenas de niños, contra hospitales llenos de enfermos, contra refugios llenos de civiles indefensos, o contra trenes de refugiados.
Putin sigue viviendo en el siglo XX. Stalin fue capaz de matar a 20 millones de personas para mantenerse en el poder. A Putin no le tiembla la mano para sacrificar a más de quince mil de sus soldados en seis semanas en Ucrania. Sabe que pocos protestarán en una Rusia a la que controla desde hace muchos años. Control de las fuerzas armadas, de la seguridad del estado, de los jueces, de ese capitalismo basado en oligarcas que él ha creado y que le deben todo a él. No tiene oposición porque sigue teniendo gulags secretos donde hace desaparecer a muchas personas que en algún momento le han contrariado. A otras más famosas que no puede hacer desaparecer, las envenena. No tiene remordimientos. Añora aquellos años de Guerra Fría donde pasó sus primeros años en la KGB. También aprendió de Hitler. En el inicio de su carrera política se sucedieron supuestos atentados terroristas islamistas que él usaba para endurecer la seguridad y a la vez acrecentar su popularidad entre la población.
Su gran padrino fue Boris Yeltsin que le nombró sucesor. Cuando gana sus primeras elecciones, la extinta Unión Soviética se había deshecho en numerosas repúblicas. Muchas se convirtieron en dictaduras personalistas que mantenían la pleitesía a Moscú. Otras, sin embargo, habían abrazado la democracia. Incluso algunas se habían integrado en la Unión Europea y hasta en la OTAN. Y eso Putin no lo podía soportar. Tiene en su frontera tres repúblicas bálticas libres y con un esplendor económico envidiable. Además, una Ucrania independiente y orgullosa de su acercamiento a Occidente. Algo insoportable para el líder ruso. Putin decidió empezar a recuperar territorios o influencias hace muchos años. Chechenia y Georgia fueron los primeros en sufrir su bota de acero. En ambos casos, Putin consiguió que todo el mundo mirara hacia otro lado y casi nadie dijera nada.
El silencio amenazante de Putin
Un silencio marcado por la latente amenaza de dos armas decisivas de Putin: su poder nuclear y su poder económico con la dependencia europea del carbón, del gas y del petróleo ruso. La amenaza nuclear es tan mortal que pierde incluso su efecto porque al final su uso implica también un suicidio. Es una jugada ganadora mientras no se juegue, pero si le aguantan el farol, es inútil por apocalíptica. El arma económica es más jugable. Lo suficiente para tener atada a Europa y así lo hizo durante años. Conseguir que media Europa, sobre todo la poderosa Alemania, dependiera energéticamente de Rusia.
Con ese contexto Putin se lanza sobre Ucrania. Hace ocho años ya movió pieza y se quedó con Crimea sin resistencia del ejército ucraniano. También puso en pie de guerra la zona prorrusa del Donbás. Y también silencio o poco ruido. Por eso le pareció que era el momento de hacerse con el control de toda Ucrania.
Pero algo no ha ido ahora según el plan de Putin. Por un lado, la heroica resistencia del pueblo, del ejército y del presidente ucraniano han frenado ese soñado ataque relámpago hitleriano que le iba a permitir controlar Ucrania en pocos días. Su plan ha quedado empantanado. No han tomado Kiev e incluso han tenido que retirarse de algunas zonas. Por otro, el ejército ruso ha demostrado no ser tan eficaz como se creía. Problemas de abastecimiento de todo tipo, aviación ineficaz, tropas desmoralizadas, torpeza táctica, numerosos generales y oficiales muertos en combate… Los temibles tanques rusos son solo ya tanques fáciles de destruir por drones y lanzamisiles ucranianos. Las tropas rusas están compuestas por soldados de reemplazo, mal instruidos y peor alimentados. Es tal desastre que está usando hasta mercenarios sirios para combatir. El monstruo ruso tiene pies de barro.
Los servicios de inteligencia de Estados Unidos creen que nadie se atreve a decirle a Putin la verdad. La cifra de bajas en un mes y medio en las tropas de Putin es mayor que durante toda la invasión rusa de Afganistán. Pero dentro de su círculo político y de oligarcas, son pocos los que se manifiestan en contra. Incluso a favor de Putin es que mantiene el apoyo de una parte considerable del pueblo ruso que también añora a la extinta URSS. La censura de los medios y de las redes sociales, la manipulación informativa, y la represión han conseguido que, aunque haya habido más de diez mil detenidos por protestar contra la guerra, el resto de la sociedad calle. Hay un telón de silencio sobre la guerra, pero los cadáveres siguen llegando todos los días a sus familias en Rusia.
Otras de las amenazas que más ha temido siempre occidente de Putin ha sido su gigantesco equipo de hackers especialistas en la ciberguerra. Tampoco en este terreno han conseguido de momento grandes triunfos. Al contrario, internet, la tecnología, los móviles, los drones, las fotos de satélite, las redes sociales al final han hecho que sus mentiras queden desmontadas en poco tiempo.
Putin se creía Stalin o Hitler a la hora de mentir, manipular y culpar a otros de sus bestialidades sanguinarias. Todavía nos quedan por descubrir desgraciadamente más horrores como los de Bucha, pero la verdad aflora mucho más rápida. Por mucho que los soldados rusos lo primero que requisen a los civiles ucranianos sean los móviles siempre hay imágenes que muestran al mundo en segundos, la maldad que creíamos olvidada en el siglo XX. Putin ya lo ha conseguido. No es un libertador. Es el Stalin del siglo XXI.