Mohamed VI: 'Le Roi c’est moi'
Sidi Mohamed, como así se llama el actual monarca marroquí, tiene una enorme fortuna personal y no ha dudado en presionar a España para lograr sus intereses
A punto de cumplir 23 años en el trono, Mohamed VI (Rabat, 1963), decimoctavo monarca de la dinastía alauí, fundada hace casi cuatro siglos, ha marcado las reglas de juego a Pedro Sánchez para reanudar las relaciones de Marruecos con España tensadas tras las torpezas diplomáticas en el delicado asunto del Sáhara Occidental y la avalancha de emigrantes ilegales como respuesta. El Rey invitó el viernes en pleno Ramadán al primer ministro español y su séquito al iftar, la cena después del ayuno preceptivo durante el mes religioso de abstinencia, un gesto, sin duda, de gran valor simbólico pues suele ser un encuentro familiar, y antes a una reunión de trabajo de media hora en Palacio. Todo ello para recompensarlo por el anuncio de considerar la propuesta marroquí para la autonomía de la ex colonia española como «la más seria, realista y creíble» en un giro de 180 grados, que ha merecido la reprobación parlamentaria con el voto incluido de Unidas Podemos, su socio de gobierno.
En su afán de estirar el hilo y vender anticipadamente el éxito propio, Sánchez ha querido resumir la situación en los siguientes términos: «Hoy es el inicio que va a desencadenar cosas importantes». Habrá que ver a más largo plazo los resultados del encuentro. Existe el compromiso recíproco de reabrir las fronteras con Ceuta y Melilla en fecha aún no fijada y de controlar el flujo ilegal migratorio. Pero de momento, la jugada no le ha salido mal del todo a Mohamed VI pues en el comunicado se destaca la nueva postura española sobre el Sáhara y nada se afirma de garantizar la integridad de Ceuta y Melilla y Canarias como territorios españoles.
Al igual que su padre, Hassan II, el hijo ha sabido agitar las aguas con el asunto de esos territorios cuando por la Península bajaban revueltas. Tuvo un gran maestro en su antecesor. Fue Hassan II quien fabricó en 1975 la famosa Marcha Verde, en plena agonía de Franco, lo cual hizo que deprisa y corriendo España entregara dos tercios del Sáhara a los marroquíes y el resto a Mauritania en uno de los procesos más vergonzantes y precipitados de la historia de la descolonización mundial. Luego, ya con él en el trono, Mohamed VI ha jugado con pillería explotando la bala de la llegada de pateras o del asalto de ilegales en las fronteras de Ceuta y Melilla cuando le interesaba o advertía que el vecino estaba enfrascado en una crisis política o continuaba defendiendo el derecho de autodeterminación de los saharauis.
Ridícula fue la «invasión de Perejil», en julio de 2002, un islote pelado sin ningún recurso natural que Marruecos reivindicaba como suyo, en un momento delicado del gobierno de José María Aznar y que España «reconquistó al alba», parafraseando al entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, apenas siete días después. Hasssan II, un rey que gobernó el país a golpe de puño, sangre y corrupción, era maestro en explotar la reivindicación de Ceuta y Melilla en alguno de sus discursos a la nación. Cuando la situación se tensaba excesivamente era el rey Juan Carlos, su «hermano», quien resolvía la papeleta con una llamada telefónica o una visita relámpago a Rabat.
Sidi Mohamed, como así se llama el actual monarca marroquí, tiene una personalidad muy distinta en muchos aspectos al padre. El periodista Ferrán Sales, que fue corresponsal de El País durante muchos años en Rabat, hace un retrato psicológico magnífico en un ensayo que tituló El príncipe que no quería ser rey (Los libros de la Catarata, 2009). El actual monarca era un muchacho introvertido e inseguro, protegido por una institutriz española. Cursó Derecho y Políticas en Marruecos y amplió más tarde estudios en la Comisión Europea. Lo último que deseaba era gobernar y aún menos hacerlo como su padre, quien, sin embargo, trató de inculcarle desde la adolescencia los deberes reales como ahora él empieza a hacerlo con su hijo y heredero, Mulay Hassan.
Una nueva Constitución, la misma monarquía
Cuando llegó al trono despertó grandes esperanzas en la ciudadanía. Pretendía transformar la monarquía autoritaria del padre en una más moderna, luchar contra la pobreza y la corrupción. Y de hecho sus primeros movimientos destinados a dar, por ejemplo, más independencia a la mujer y a hacer más transparente la Corte hicieron pensar que realmente apostaba fuerte por la democratización del país. Quizá el mayor hito fue la promulgación de la nueva Constitución en 2014, refrendada masivamente por el pueblo, redactada para evitar que Marruecos se contagiara de la famosa primavera árabe y de las revueltas de Túnez y Egipto.
En la nueva Carta Magna, el monarca deja de ser una figura sagrada, pero continúa siendo jefe espiritual musulmán y la religión musulmana la religión del país. El Rey conserva la potestad de designar y controlar a los titulares de carteras tan sensibles como Exteriores, Interior o Defensa entre otros. Los críticos consideraron que la idea era buena pero claramente insuficiente pues quedaba muy lejos de construir una verdadera monarquía parlamentaria. En cualquier caso, en las últimas elecciones celebradas el año pasado, en plena pandemia, por vez primera los dos partidos mayores islamistas se quedaron por debajo de uno de corte liberal conservador y tecnocrático, cuyo líder y actual primer ministro, Aziz Akhanuch, es íntimo del monarca y cuenta con la segunda mayor fortuna del país después de la de Mohamed VI.
La riqueza del Rey y su familia es inmensa. Algunos la cifran en más de 10.000 millones de dólares y estiman que se ha quintuplicado desde su llegada al trono. Es propietario a través de un holding de varias empresas de diferentes sectores y posee una docena de palacios en el país, así como varias casas en el extranjero. La compra de una mansión de mil metros cuadrados cerca de la parisina Torre Eiffel, valorada en 80 millones de dólares, hace dos años, justo cuando el Gobierno exigía sacrificios a consecuencia de la pandemia, causó gran indignación social. Entre medias se puso en marcha el programa Nuevo Modelo de Desarrollo para mejorar la productividad y diversificar la producción. Quien visita Marruecos elogia la construcción de nuevos aeropuertos, complejos turísticos de lujo, autovías y una línea ferroviaria de alta velocidad. Sin embargo, las desigualdades sociales aumentan, el desempleo sobre todo juvenil también y la bolsa de pobreza se ensancha. Al mismo tiempo, persisten las dificultades para la libertad de prensa y se persigue a opositores del régimen.
Mohamed VI no ha acabado ni mucho menos con la corrupción y de algún modo la alienta y es protagonista de la lacra. La vida personal del monarca sigue estando rodeada de misterio. Trascendió su divorcio hace dos años de la princesa Lalla Salma con la que ha tenido dos hijos. Pasa largas temporadas en Francia y su salud ha sido objeto de muchos rumores. Ha sufrido dos operaciones cardíacas. A veces muestra una figura bastante obesa y otras delgada como en el encuentro con Sánchez. Pretende pasar desapercibido en ocasiones como ocurrió hace ocho años cuando a bordo de un yate que navegaba en aguas mediterráneas españolas fue interceptado por una patrulla de la Guardia Civil. Ante las insistentes preguntas de los agentes para que se identificara se quitó las gafas del sol y les espetó en perfecto español: «¿Pero no saben quién soy yo?». Efectivamente, cual Luis XIV versión actual, podía haberles dicho en francés. «Le Roi, c’est moi». La osadía policial costó cara pues derivó en una crisis diplomática que duró unos meses.