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Joe Biden: los deslices de 'Sleepy Joe'

Biden se ha convertido en un presidente más respetado al menos entre los líderes europeos tanto en la Alianza Atlántica como en la Unión Europea

Joe Biden: los deslices de ‘Sleepy Joe’

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. | Reuters

La oratoria nunca fue su fuerte y a lo largo de su larga vida política ha tenido varios lapsus que con la edad se han acrecentado al igual que su tartamudez. Joseph Biden (Scranton, Pensilvania, 1942), el 46º presidente de Estados Unidos, el de mayor edad en llegar a la Casa Blanca, también apodado malvadamente Sleepy Joe (Joe el somnoliento), ha causado cierto embarazo entre sus asesores y líderes europeos por los epítetos vertidos a Vladímir Putin. Al líder ruso le ha llamado «criminal de guerra», «carnicero» y ha añadido una frase que da pie a incitar a la población rusa a derribarlo: «Por Dios santo, este hombre no puede permanecer en el poder». El secretario de Estado, Tony Blinken, ha tenido que matizar esas palabras improvisadas pronunciadas en un discurso en Varsovia que no estaban en el guión. Difícil papel el de un asesor cuando tiene que matizar una declaración del superior proclive a improvisar. Blinken, diplomático de carrera, ha afirmado que lo que quiso decir Biden es que a Putin no se le puede permitir ejercer el poder sobre los países vecinos, es decir, sobre Ucrania. Emmanuel Macron, el jefe del Estado francés en campaña para su casi segura reelección este mes de abril, le ha recomendado a su homólogo estadounidense contener la retórica verbal porque todo ello puede hacer aún más complicada la solución a la guerra ucraniana.

En realidad, las palabras de Biden las suscriben fuera de foco los dirigentes europeos y casi con toda seguridad la gran mayoría de la opinión pública occidental, pero hay juicios que abiertamente no se pueden pronunciar. No son políticamente correctos. El presidente de EEUU nunca ha expresado empatía con Putin y ciertamente jamás lo ha ocultado a diferencia de su antecesor, Donald Trump. Moscú influyó con hackeos en su controvertida victoria en 2016 frente a Hillary Clinton. Antes de lo de Ucrania, Biden se entrevistó dos veces con Putin. Una en Moscú cuando era vicepresidente de Barack Obama y otra en Helsinki el pasado junio con la invasión de Ucrania ya larvada y la anexión de la península de Crimea convertida en realidad en 2014. En 2011 le espetó al autócrata ruso, por entonces primer ministro en esa alternancia de poder que él explotaba con el dócil Dimitri Medvédev: «Al mirarle a los ojos compruebo que usted no tiene alma». Su interlocutor respondió: «Veo que nos entendemos, señor vicepresidente». En otra ocasión, y ya en el ejercicio de la presidencia, Biden declaró en una entrevista en televisión que Putin era simplemente «un asesino». Y no rectificó. Quizás porque no estaba desacertado.

Pero al margen de estos comentarios demasiado directos, la guerra ucraniana puede paradójicamente significar el fortalecimiento de Biden, un demócrata centrista, católico practicante, abogado de formación y veterano senador por Delaware, que respaldó la guerra de Irak y aspirante varias veces a la carrera presidencial. Con apenas diez meses en la Casa Blanca, las encuestas le concedían uno de los índices más bajos de popularidad, incluso inferiores a los que tenía su antecesor, Donald Trump. Los motivos principales eran la mala marcha de la economía, con la inflación disparada al 7,5%, la falta de impulso parlamentario a su programa de infraestructuras y apoyo a las clases medias, el desastre de la caótica retirada militar de Afganistán y las vacilaciones comerciales con China. Y tampoco se podía decir que las relaciones con los europeos fueran espléndidas, sobre todo a raíz del acuerdo de venta de submarinos a Australia y el Reino Unido a espaldas de Francia. De poco le valieron el regreso de EEUU al acuerdo internacional de cambio climático y las negociaciones nucleares con Irán.

Biden no ha tenido una vida personal fácil. Perdió a su primera esposa y a su hija menor en un accidente de tráfico, otro de sus hijos murió de cáncer y un tercero se vio envuelto en un presunto escándalo de corrupción en negocios en Ucrania que Trump quiso explotar. Su llegada a la Casa Blanca, acompañado en el ticket por la joven senadora californiana Kamala Harris, la primera mujer afroamericana vicepresidenta, había sido recibida como agua de mayo cuando ganó las elecciones a Trump en noviembre de 2020 y con un récord histórico de votos (80 millones). Unas elecciones empañadas por la denuncia de fraude por parte de su contendiente. Los graves sucesos del asalto del Capitolio con la connivencia de Trump han dividido al país, polarizado entre el populismo radical del trumpismo y quienes defienden que EEUU debe regresar al mayor protagonismo mundial a través del diálogo y el multilateralismo.

Ahora, con una guerra anunciada con éxito por los servicios de inteligencia estadounidenses con precisión de fecha y hora, bien distinto a lo que sucedió en el 11-S, Biden se ha convertido en un presidente más respetado al menos entre los líderes europeos tanto en la Alianza Atlántica como en la Unión Europea. El anuncio casi exacto de la invasión pretendía precisamente evitar que la acción rusa fuera una operación relámpago de breve duración como seguramente era el deseo y el convencimiento del líder del Kremlin. Pero no fue así ni mucho menos. Moscú se ha empantanado en Ucrania y el elevado número de bajas militares le pesará como una losa a Putin.

La Administración estadounidense ha actuado en sintonía perfecta con sus aliados europeos a la hora de imponer duras sanciones a Rusia. Ha permitido que la UE anticipara las medidas de castigo para anunciar luego Washington las mismas de igual calibre. Y sobre todo le ha dado una razón de existir a la Alianza Atlántica, una organización que no hace mucho Macron consideró que estaba en muerte cerebral. La OTAN ha cerrado filas tras la cumbre extraordinaria celebrada en Bruselas, fortaleciendo el flanco oriental europeo y comprometiéndose sus 30 países miembros a aumentar su presupuesto militar, incluidos socios hasta ahora reacios como Alemania o España. Además, Washington va a incrementar cerca de un 70% la venta de gas licuado a Europa. Es una medida que en principio no bastará para aliviar la fuerte dependencia de naciones como Alemania de las importaciones energéticas de Rusia.

La música suena bien en principio, aunque el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, ha pedido sin éxito no sólo misiles antitanques y antiaéreos, sino también carros de combate y aviones, así como una zona de exclusión aérea en el territorio de Ucrania. EEUU y la Alianza se han negado pues, sostienen, eso significaría entrar en conflicto directo con Rusia y la posibilidad de desencadenar un conflicto militar mundial algo que en principio nadie busca. Ni seguramente el propio Putin.

¿Qué actitud tomará Biden una vez que las negociaciones entre rusos y ucranianos concluyan en un alto el fuego y luego finalicen en un acuerdo de paz? Hay Gobiernos europeos que ya han anunciado que si se alcanza un acuerdo los aliados deberían levantar las duras sanciones económicas impuestas a los rusos. Liz Truss, secretaria del Foreign Office y una de las firmes aspirantes a sustituir al premier británico, Boris Johnson, por los escándalos de fiestas en Downing Street durante el confinamiento por la pandemia, ha insinuado que el castigo podría levantarse si rusos y ucranianos sellan el fin de las hostilidades.

Washington plantea la situación de un modo más radical: democracia contra autocracia. Argumenta que no se puede seguir haciendo negocios con un gobernante que ha violado el derecho internacional ocupando por la fuerza un país y cometido supuestamente crímenes de guerra como, por ejemplo, la destrucción de un teatro convertido en refugio en la ciudad mártir de Mariúpol donde habrían perecido tres centenares de civiles, entre los cuales muchos niños. ¿Cómo podrá rectificar sus juicios Biden sobre Putin? Parece a fecha de hoy un imposible.

El desenlace de la guerra ucraniana, sus consecuencias dentro y fuera de EEUU deberán tener un impacto en las elecciones legislativas de mitad de mandato el próximo noviembre. Antes de la crisis todo apuntaba a que los demócratas sufrirían una fuerte derrota perdiendo su pírrica mayoría en el Senado y reduciendo su ventaja en la Cámara de Representantes. Ahora el cuadro no está tan claro. El declive del PIB y el descontrol de la inflación pueden en cualquier caso pasarle factura a Biden, quien acaba de presentar el presupuesto para 2023, que contempla entre otras medidas un nuevo impuesto del 20% a las rentas superiores a cien millones de dólares con el fin de incrementar un 4% el gasto militar.

El actual presidente asegura que aún cuando es prematuro para anunciarlo tiene intención de presentarse a la reelección en 2024 lo cual, con 82 años, le convertirá en el mandatario más anciano de EEUU (ya lo es). Y Trump, que entonces tendrá 78, aspira a repetir. Las canas empiezan a ser un plus en la política americana, lo cual no significa que los más veteranos sean los más competentes. Esas edades contrastan con las de los mandatarios más jóvenes que dirigieron antes la Casa Blanca: Kennedy, Clinton y Obama. Los tres en la franja de los cuarenta.

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