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Emmanuel Macron: Júpiter baja a la Tierra

También en Francia parece que el otoño político será muy caliente

Emmanuel Macron: Júpiter baja a la Tierra

El presidente de Francia, Emmanuel Macron. | Europa Press

Emmanuel Macron ha tardado 48 horas en descender del olimpo jupiterino tan suyo para admitir que los franceses le han colocado en una situación políticamente muy delicada tras las elecciones legislativas del pasado domingo en las que su coalición centrista (Ensemble) perdió la mayoría absoluta. Sin hablar directamente de derrota, Macron, en una intervención televisada anoche a todo el país, ha afirmado que el voto ha creado una «fractura y una división profunda e inquietante».

¿Qué hacer entonces? El inquilino del Elíseo, que el lunes y este martes tuvo una primera toma de contacto con los líderes de los grupos parlamentarios, piensa que la responsabilidad y el compromiso es de todas las fuerzas políticas y no sólo de él. Según el presidente de Francia hay tres fórmulas en esa nueva cultura de pactos que afronta el país a partir de ahora: un gobierno de unidad nacional, posibilidad que él ha rechazado; una coalición de su grupo, que a fin de cuentas es el partido más votado, con otros afines, como los Republicanos (conservadores), cuyo apoyo permitiría al gobierno tener la mayoría absoluta; y finalmente una política de aprobar leyes texto por texto. 

Macron no se ha decantado claramente por esta última idea, pero tal vez sea la más probable aunque con algún maquillaje. No hay que descartar que en los próximos días se asista a la dimisión de la mujer que él, sin muchas ganas, eligió hace dos semanas como primera ministra: Élisabeth Borne, una socialista curtida en departamentos importantes como Trabajo, Transportes y Transición Ecológica en el primer quinquenio macronita y que fue jefa de gabinete de la ex líder del PS, Ségolène Royal, candidata a la presidencia en su día frente al republicano Nicolas Sarkozy y exesposa del presidente François Hollande.

Nadie cuestiona la competencia de Borne y su capacidad de trabajo, pero es una política débil, desbordada por los acontecimientos del domingo. Es muy significativo que en su discurso a la nación de anoche el presidente en ningún momento la mencionó ni agradeció los contactos que ella está realizando para construir una mayoría parlamentaria holgada. Hay voces de analistas que apuntan a que Macron estaría pensando en Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo, como posible relevo. Sin embargo, resulta difícil pensar que Lagarde abandone la jefatura del BCE para volver a la política nacional justo ahora que el regulador europeo está inmerso en la nueva política de subida de tipos.

El líder de la coalición de izquierdas Nupes, Jean-Luc Mélenchon, ya ha respondido a la alocución de Macron. En su tono duro y amenazante, afirmó anoche que el discurso del presidente no es fiable y que el gobierno es débil: «Así pues, la señora Borne lo que debe hacer es presentarse ante el Parlamento, exponer un programa y solicitar un voto de confianza. Si no la obtiene tendrá que dimitir».

Mélenchon ha dado bandazos en las últimas horas. El lunes se habló de que su formación, una alianza heterogénea de socialistas, comunistas, ecologistas y su propio partido, Francia Insumisa, presentaría una moción de censura contra el Gobierno. Sin embargo, anoche no habló de esa moción. Y ya ha sufrido una derrota de no poca relevancia. No ha logrado que Nupes, segunda fuerza más votada detrás de la coalición de Macron, haya constituido su propio grupo parlamentario, lo cual le daría más presencia y más peso a la hora de debatir proyectos de ley o incluso presidir la comisión de Finanzas, que es la que discute el presupuesto. Mélenchon sabe perfectamente que a sus 70 años está jugando sus últimas bazas políticas. Difícilmente puede lograr su anhelo de ser el nuevo primer ministro. No tiene los votos ni la confianza plena de los partidos que conforman Nupes. No obstante, su mérito reside en haber sido capaz de persuadir a los socialistas, que casi han desaparecido del mapa político, para sumarse a su alianza de izquierdas. Mélenchon no será miembro de la Asamblea Nacional porque decidió no presentarse a las elecciones. Una paradoja como tantas otras que tiene su biografía.

La tercera pata de este puzle es Marine Le Pen, la líder de Reagrupación Nacional (RN). El partido de ultraderecha ha multiplicado hasta por once su presencia en la Cámara Baja: 89 diputados, lo cual le permite formar grupo propio por vez primera en la historia del partido. Así pues, RN se ha convertido en la primera formación de la oposición parlamentaria y con derecho a dirigir los trabajos de la comisión de Finanzas. Un portavoz del grupo dijo anoche que su partido hará una oposición firme y constructiva. Eso es lo mismo que no decir nada. En cualquier caso, parece improbable que Macron busque el voto de la extrema derecha, incluso en cuestiones de seguridad ciudadana donde sus respectivas sensibilidades son cada vez más afines.

«La tragedia francesa», titula en su último número el semanario centrista Le Point al referirse a Le Pen y Mélenchon. La primera ha hecho más presentable su programa político, pero no deja de ser muy radical en materias como seguridad ciudadana, control inmigratorio o asuntos europeos. Le Pen nunca ha creído en el proyecto de unidad europea e incluso ha mantenido buenas relaciones con el presidente ruso, Vladimir Putin. Tres veces se ha presentado a las presidenciales, ha pasado en dos a competir directamente con el candidato rival. Ha perdido pero ya no por una gran diferencia. Su fuerte desembarco en la Asamblea Nacional, con ella al frente como jefa de filas, será la piedra de toque para ver hasta dónde puede llegar con su programa. Las encuestas, al referirse a la situación de bloqueo que ha generado las elecciones del pasado domingo, hablan que los franceses preferirían una coalición del partido de Macron con la Nupes antes que con Reagrupación Nacional. Pero ya no es por gran ventaja como hasta hace poco tiempo. Es increíble e inquietante que los populismos de derecha e izquierda no paran de crecer en Europa. 

Macron concluye el próximo día 30 la presidencia semestral europea. En realidad, su mandato se ha visto opacado casi desde el primer instante por la crisis ucraniana. Comenzó diplomáticamente fuerte viajando incluso a Moscú para tratar de solucionar con Putin la eventualidad de la guerra, en aquella reunión en el Palacio del Kremlin que pasará a la historia por la kilométrica distancia que les separaba en una enorme mesa blanca a los dos mandatarios. Salió del encuentro anunciando que había arrancado un acuerdo del líder ruso, algo que el propio Kremlin se encargó al poco de desmentir.

Después sus bandazos fueron más notables. Un día dijo que habría que no humillar a Putin con las sanciones políticas y económicas; otro afirmó que Occidente debería seguir apoyando militarmente a Ucrania hasta que alcance la victoria. Ése es Macron, un político camaleónico y al que sus compatriotas tildan de arrogante. Habrá que ver ahora si algunos de sus proyectos puntuales como el paquete de medidas económicas anticrisis logran el apoyo necesario en la Cámara baja para salir adelante o el de transición ecológica. Lo que sí parece harto difícil es que incluso presente a corto plazo su idea de alargar hasta los 65 años la vida laboral. Ahí tiene en contra al partido de Le Pen, a la coalición Nupes de Melenchón y a los sindicatos. También en Francia parece que el otoño político será muy caliente y con un incierto futuro. Quizá se adentre en un periodo de inestabilidad como España o Italia. 

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