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Francia se abona al caos político

Ensemble, la coalición del presidente Emmanuel Macron, ha perdido la amplia mayoría absoluta que había alcanzado hace cinco años

Francia se abona al caos político

El presidente de Francia, Emmanuel Macron. | Gonzalo Fuentes (Reuters)

El peor escenario posible tanto dentro como fuera del país es el resultado de las elecciones legislativas francesas, cuya segunda vuelta se completó este domingo en medio de una desafección general y notable abstención. Ensemble, la coalición del presidente Emmanuel Macron, ha perdido la amplia mayoría absoluta que había alcanzado hace cinco años, con más de un centenar de diputados menos, y la alianza de izquierdas liderada por Jean-Luc Mélenchon ha dado un gran salto, pero no suficiente como para exigir la jefatura de gobierno, objetivo del veterano ex socialista y fundador de Francia Insumisa. Ensemble ha obtenido 246 diputados por 142 la Nupes (Nueva Unidad Popular Ecologista y Social). La mayoría absoluta está en 289 escaños de los 577 que conforman el Parlamento.

En un momento de incertidumbre geopolítica mundial y europea en particular los comicios franceses añaden más inquietud si cabe. La prensa local habla de seísmo, de bofetada al macronismo, de un futuro caótico, de rechazo al programa del presidente, si es que lo tiene. La nueva primera ministra, Elisabeth Borne, una ex socialista tecnócrata curtida en varios departamentos, entre ellos la patata caliente de Trabajo, confesó el domingo por la noche que jamás en la historia la Asamblea Nacional, la Cámara Baja, tenía que hacer frente a una situación inédita y peligrosa como ésta, pero anunció que el Gobierno actuará desde hoy mismo para alcanzar una mayoría de acción, capaz, aseguró, de sacar adelante el paquete  de reformas económicas necesarias para combatir la inflación y el encarecimiento de los precios energéticos como consecuencia de la guerra en Ucrania, así como el tan polémico y discutido proyecto de prolongar la vida laboral hasta los 65 años, algo a lo que se opone no sólo Mélenchon y la extrema derecha, sino  los sindicatos y media población francesa. Vienen curvas para el presidente, que ya tuvo que lidiar la protesta de los llamados chalecos amarillos durante su primer quinquenio.

Tal vez esa mayoría de acción que busca Borne ni siquiera ella misma la pueda construir. Con un Parlamento ingobernable, con tres de sus ministras teniendo que dimitir por no haber conseguido la reelección, Borne se puede encontrar los próximos días con que la nueva Asamblea Nacional no dé el visto bueno a su programa político y le obligue a marcharse a casa. En sí no debería ser muy dramático para el presidente, pues ella nunca fue su primera elección. Desde luego el partido de Macron sabe que no puede contar ni con el apoyo de la coalición de Mélenchon, en la que además de Francia Insumisa están los socialistas, comunistas y ecologistas, y naturalmente menos aún con Reagrupación Nacional, la formación de extrema derecha de Marine Le Pen, la gran triunfadora de estos comicios. Le Pen ha multiplicado por diez su representación parlamentaria hasta lograr 89 escaños, lo cual le permite por primera vez tener grupo parlamentario. La hija de Jean-Marie Le Pen, derrotada en las últimas presidenciales por Macron, tendrá más visibilidad aún pues será la jefa de su grupo parlamentario a diferencia de Mélenchon, quien en un gesto un tanto sorprendente decidió no presentarse a los comicios. El volcánico político, de origen murciano y que mantiene amistad con Pablo Iglesias (mucho de su discurso recuerda al del fundador de Podemos), quedó tercero en las pasadas presidenciales. Su éxito fue haber logrado constituir en menos de una semana una alianza de izquierdas, la Nupes, con los socialistas dentro, pese a que muchos analistas califican su ideario antieuropeísta y populista. No es descartable que ese grupo tan heterogéneo se rompa durante la propia actividad parlamentaria.

«Fuentes del Elíseo apuntan que la situación de parálisis política puede forzar que el jefe del Estado disuelva la Cámara en el plazo de un año»

La incógnita estriba en qué harán los Republicanos, el grupo que en su día lideró Jacques Chirac y luego Nicolas Sarkozy. Si le darán sus 64 diputados a Borne para sacar adelante sus propuestas legislativas o por contra la espalda. De momento, los conservadores, que siguen disminuyendo su fuerza, han anunciado que seguirán haciendo oposición.

El futuro se presenta por tanto pleno de incertidumbre. Fuentes del Elíseo apuntaban anoche al diario Le Monde que la situación de parálisis política puede forzar que el jefe del Estado disuelva la Cámara en el plazo de un año y ver si para entonces la situación se aclara. No resulta sencillo. Ni que se aclare con el panorama mundial que existe actualmente ni menos aún con dos políticos, Le Pen y Mélenchon, que no están dispuestos a darle ni los buenos días a Macron. El líder de Francia Insumisa bramó anoche contra el presidente al manifestar que la derrota del macronismo es total, le tildó de falta de moralidad y responsabilizó al inquilino del Elíseo de ser el responsable del ascenso imparable de las huestes de Le Pen, cuyo grupo sigue denunciando la inseguridad ciudadana y el descontrol de la inmigración, pero cuyo programa parece haber domesticado y no asusta tanto como en la época de su padre, el fundador del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen.

Macron no goza de popularidad ciudadana. Cuenta con la simpatía de los profesionales, las élites y la burguesía de las grandes ciudades, pero genera gran odio entre la población en general, en especial fuera de París. Se le tacha de arrogante, de ser un político que se considera superior al resto y que pretende imponer sus ideas sin debatirlas y con la certeza de que está en lo cierto. Se le acusa de ser un encantador de serpientes, de ser camaleónico, de haber enterrado políticamente a François Hollande cuando éste era presidente y aspiraba a un segundo mandato y de haber creado de la noche a la mañana un partido fruto más de la mercadotecnia que de unos principios. Al principio cayó simpático y nadie dudaba de su valía intelectual como ministro de Economía de Hollande frente a la grisura de éste. En Europa ha pretendido ser el sucesor de Angela Merkel, pero no lo ha logrado por ahora. Sus bandazos en la crisis ucraniana son manifiestos. Sus contactos directos y telefónicos con Vladímir Putin no han servido al parecer de mucho. Un día afirma que no hay que humillar al presidente ruso y otro declara que es necesario seguir respaldando a Volodimir Zelenski, el mandatario ucraniano. Sin duda, sale bastante tocado tras las elecciones de ayer y este próximo quinquenio presidencial no será un camino fácil para él.

Francia, sin cultura parlamentaria

Por otra parte, Francia no tiene cultura parlamentaria. El sistema presidencialista que impera desde la fundación de la Quinta República lo impregna todo. La Asamblea Nacional siempre da luz verde a lo que emana del presidente y su gobierno. En realidad, el primer ministro suele ser un político consciente de que no puede hacer sombra al jefe del Estado. En este pasado medio siglo ha habido dos situaciones atípicas que pudieron crear una seria crisis institucional. La llamada cohabitación del presidente François Mitterrand (socialista) con el primer ministro Jacques Chirac (conservador) (1986-1988) y la de éste con Lionel Jospin (socialista) (1997-2002). Pero ni siquiera entonces el Parlamento estaba tan fracturado como ahora y pervivía la superioridad del jefe del Estado sobre el del Gobierno. Es la hora pues de la incertidumbre en París. Francia puede entrar en la cultura de los gobiernos de coalición que ya existen en los países de su entorno como Alemania, Italia y España. Tal circunstancia no llega en buen momento, pero así lo han querido los franceses pese a que las elecciones de ayer volvieron a manifestar la gran desafección que existe, especialmente entre los jóvenes, de la política y de los políticos.

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