Cuba, en cuidados intensivos
Unos 160.000 jóvenes han abandonado la isla en los últimos nueves meses ante la peor crisis económica de las últimas décadas y la ausencia de futuro
Nadie se atreve a predecir el final del régimen cubano, que ha sobrevivido al derrumbe de sus dos generosos mecenas, primero la URSS y ahora Venezuela, y a la ineptitud de sus propios dirigentes. Pese a los múltiples sobresaltos de los últimos doce meses, la isla sigue congelada en el tiempo, incapaz de dar el paso que acabaría de una vez con una situación cada día más insoportable para sus 11 millones de habitantes, sometidos a una creciente escasez de alimentos, interminables apagones, una epidemia de dengue, un sistema de salud asolado y una policía política omnipresente.
La muerte repentina, el 1 de julio, del general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, el hombre en la sombra que preparaba una transición a la rusa con la entrega formal de los recursos del Estado a los allegados de la familia Castro y a la casta militar, fue sin duda un golpe para el régimen, que perdía a su mejor experto en esos menesteres. López-Calleja, exyerno de Raúl Castro, que lo consideraba como un hijo, manejaba inversiones colosales, sin relación alguna con el tamaño de la economía nacional y cuyo origen ha sido cuestionado por instituciones internacionales. Lo que más llamaba la atención, sin embargo, era el uso de esos fondos, en gran parte dedicados a la construcción de numerosos hoteles de lujo mientras el turismo vive épocas bajas por la pandemia de covid y en detrimento de las necesidades apremiantes de la población.
El régimen se quedó huérfano en un momento particularmente delicado, en vísperas del primer aniversario de las protestas masivas que empezaron de manera espontánea en la pequeña ciudad de San Antonio de los Baños, cerca de La Habana, y se extendieron rápidamente a lo largo y ancho de la isla el 11 de julio del año pasado, la mayor manifestación jamás registrada en el país. En esa fecha, miles de cubanos, jóvenes en su mayoría, salieron a la calle pacíficamente –con excepción de unos pocos saqueos de tiendas estatales– para denunciar la escasez de comida o medicinas y, sobre todo, para gritar «libertad» y «Abajo la dictadura». Otros dos lemas llamaron también la atención: «Díaz-Canel singao» (hijo de puta), en alusión al sucesor de Fidel y Raúl Castro a la cabeza del Estado y del Partido Comunista, y «Patria y Vida», la consigna de la oposición que responde al funesto «patria o muerte» de la Revolución cubana y que tiene su origen en una canción homónima, cuyos autores fueron forzados al exilio o, en el caso de dos de ellos, están encarcelados.
Después del estupor inicial de las autoridades ante un acontecimiento tan inesperado, llegó la respuesta, brutal, en un discurso televisado del propio Miguel Díaz-Canel, que dio «la orden de combate» y recordó que «las calles son de los revolucionarios», aunque los hechos estaban demostrando lo contrario en ese mismo instante. Uniformados de varios cuerpos de seguridad y civiles de las Brigadas de Respuesta Rápida se desplegaron de inmediato. El balance fue de un joven manifestante muerto por disparos de un policía, decenas de heridos y 1.300 detenidos ese día y los siguientes.
Más brutales aún fueron las condenas ejemplarizantes en juicios manipulados, que a lo largo de los meses siguientes sirvieron de arma de disuasión masiva para impedir cualquier protesta. Según la Fiscalía, fueron «sancionadas 381 personas, incluyendo 16 jóvenes con edad entre 16 y 18 años, fundamentalmente por delitos de sedición, sabotaje, robo con fuerza y violencia; atentado, desacato y desórdenes públicos». Otros tantos están encarcelados a la espera de juicio por los mismos delitos. Casi 300 de los condenados recibieron penas de cárcel, algunos de ellos hasta 25 años por sedición, más que los asesinos y violadores.
Esas condenas, las detenciones «preventivas» de la semana pasada y un importante despliegue policial han logrado impedir cualquier intento de celebración del primer aniversario del 11-J. La situación económica del país es hoy peor que hace un año, la inflación rebasará el 50% en 2022, la producción agrícola se degrada año tras año –la otrora gran potencia del azúcar se ha convertido en importadora neta para cubrir el consumo nacional– y las tiendas están más vacías que nunca. La mayoría de los cubanos reciben sus salarios en pesos devaluados, mientras los únicos comercios surtidos, que pertenecen al Estado, venden a precios inflados sus productos en euros o dólares bajo el disfraz de una nueva y ficticia «moneda libremente convertible (MLC)», alimentada con las remesas de los exiliados. El que no tenga familiares en el extranjero vive hoy en la miseria absoluta.
Cada día son menos los que han conocido la Cuba boyante de los años 50, cuando la isla exportaba productos agrícolas a Estados Unidos y atraía a miles de trabajadores migrantes procedentes de España. La isla vive hoy un movimiento inverso: los cubanos huyen en masa para escapar de un país donde no ven futuro para ellos y sus hijos.
Éxodo masivo a Estados Unidos
El nivel de desesperación es tal que miles de familias están dispuestas a pagar hasta 4.000 dólares por persona para adquirir un billete de avión que les permita volar a Nicaragua –uno de los pocos países que les deja entrar sin visado– para luego seguir por vía terrestre, larga y arriesgada, hasta Estados Unidos, que sigue siendo la tierra prometida para tantos latinoamericanos. Los que no encuentran pasajes para Managua se lanzan por otra ruta más larga vía Guyana, de donde emprenden un viaje de varios meses que les obliga a cruzar a pie la temida selva del Darién, entre Colombia y Panamá, por donde pasan también migrantes procedentes de América del Sur, Haití o África. Algunos mueren en camino y otros se quedan estancados porque se les acabó el dinero.
¿De dónde sacan los recursos para financiar esos periplos? Algunos venden todos sus bienes, empezando por la vivienda si tienen una propia, y hasta la ropa. A precios de remate por las prisas. La mayoría, sin embargo, depende de la generosidad de sus familiares que llegaron a Estados Unidos en olas anteriores y les adelantan los fondos para el pasaje y los servicios del coyote que les recibirá para guiarles en el primer tramo del recorrido. El coste total por persona es de unos 10.000 dólares y puede llegar a ser el doble o el triple si el viaje se complica o se alarga. Unos 160.000 cubanos han llegado a Estados Unidos por esa vía en los últimos nueve meses, más que en el éxodo masivo del Mariel en 1980.
El régimen cubano ve una oportunidad en la huida de sus propios ciudadanos: se va la gente descontenta y los que llegan a Estados Unidos se convierten en poco tiempo en remitentes de dólares para sus familiares en la isla. Ese oxígeno le permite seguir en el poder sin realizar los cambios que los cubanos se atrevieron a pedir a gritos el 11-J. Y lo volverán a hacer, quizá con más éxito la próxima vez.
Bertrand de la Grange es editor del medio independiente cubano 14ymedio.