Carlos III, el nuevo rey, y su premier, Liz Truss, huérfanos sumidos en la adversidad
No hay que descartar que los británicos se despierten un día no muy lejano con la noticia de que el nuevo rey abdique en favor de su primogénito Guillermo
Como escribe en su último número el semanario The Economist, Carlos III, el hasta ahora Príncipe de Gales, se ha estado preparando durante siete décadas para suceder a su madre, la reina Isabel II, fallecida el pasado jueves en su residencia estival escocesa de Balmoral. Tiempo más que suficiente ha tenido para prepararse. Sin embargo, nunca destacó un gran interés suyo por ocupar el trono en la Corte de Saint James. En su día lo comentó su primera esposa, Diana Spencer, la popular Lady Di, muerta en un accidente de tráfico cuando huía de los paparazzi en el parisino Puente de Alma, en 1997. «¿Qué hará Carlos ahora?», se pregunta la revista. Todo es una incógnita. De momento, dirigirse al país en un breve discurso de homenaje a su madre, además de a su segunda esposa, Camila Parker Bowles, a partir de ahora reina consorte, así como a su primogénito Guillermo, nuevo príncipe de Gales como heredero directo. E insinuar, además, que en razón de su cargo no podrá seguir financiando a organizaciones caritativas. Algunas de esas ayudas no están exentas de polémica por presuntas ilicitudes.
El Reino Unido atraviesa una de las etapas más inciertas de éste y del pasado siglo y se acentúa con la muerte de su querida Reina, pese a que su salud estaba ya muy deteriorada, sobre todo tras la muerte de su esposo en abril de 2021. Llega en un momento inquietante con una nación convulsionada política, social y económicamente. Tres días antes de apagarse, Isabel II recibió en Balmoral a la nueva primera ministra, la conservadora Liz Truss, que llega al poder por vía indirecta -es decir, elegida por apenas 140.000 votantes afiliados tories– tras la fulminante dimisión de Boris Johnson, el histriónico premier durante los últimos tres años, salpicado por una serie de escándalos durante el periodo de confinamiento de la pandemia vírica.
«Johnson pasará a la historia por ser uno de los peores dirigentes británicos»
Johnson pasará a la historia por ser uno de los peores dirigentes británicos, tal vez comparable a Anthony Eden, responsable de la ocupación y derrota militar en el canal de Suez en 1956. Johnson exageró y manipuló los beneficios que supondría para el Reino Unido la salida de la Unión Europea, en el referéndum que el entonces primer ministro David Cameron, también conservador, convocó en 2016. Cameron, otro líder lleno de grisura, sintió que era necesario convocar la consulta para calmar las iras de los euroescépticos del partido tory. Cuando quiso hacer campaña a favor del remain era ya tarde.
Del ahora nuevo rey Carlos III se sabe bastante más que de la sustituta de Johnson, Liz Truss. Una mujer de 47 años, que derrotó en las primarias del partido al ex ministro de Economía, Rishi Sunak, un multimillonario de origen indio con mejor formación que ella. Truss se acomoda a las circunstancias según sople el viento. De hecho, figura entre los políticos conservadores que no respaldaron la salida de la UE. Pero luego desde su cargo de ministra de Comercio Internacional y más tarde secretaria del Foreign Office se transformó en adalid del antieuropeísmo y artífice de la nueva ley que viola lo acordado entre Londres y Bruselas sobre el protocolo de Irlanda del Norte.
In Liz we Truss, parafrasean sus más fieles seguidores siguiendo el lema inscrito en el billete del dólar (In God we trust), pero de momento los mercados y la población en general no se fían mucho de esta dirigente que tiene en Margaret Thatcher su modelo a seguir. Es una ferviente admiradora de la filosofía neoliberalista thatcheriana y de la etapa de la presidencia de Ronald Reagan en EEUU, de liberalizar por completo la economía y menguar la capacidad del Estado. Horas después de que la fallecida monarca le encargara la formación de gobierno, Truss anunciaba en la Cámara de los Comunes un programa económico de shock con una rebaja de impuestos y un tope a la factura del gas y la electricidad durante los dos próximos dos años. Para entonces, cuando están previstas las próximas elecciones, espera que la economía haya cambiado rumbo. De momento, los laboristas de Keir Starmer, un político sin apenas carisma, aventajan en diez puntos a los conservadores.
«Las tres principales carteras del Ejecutivo serán ocupadas por políticos no blancos. La sociedad británica es indiscutiblemente multiétnica»
Pocos creen en la eficacia de las medidas de Truss, empezando por el Banco de Inglaterra, que prevé un periodo de recesión en 2023 y se muestra escéptico con que el programa del nuevo Gobierno rebaje notablemente la inflación, actualmente por encima del 10%. ¿Cómo pagará el Estado la rebaja de impuestos que alcanza también a las empresas de gas y electricidad si no es a costa de acrecentar la deuda pública, que algunos analistas pronostican puede dispararse? Lo que sí llama poderosamente la atención es que las tres principales carteras (Exteriores, Economía e Interior) del Ejecutivo serán ocupadas por políticos no blancos. La sociedad británica es indiscutiblemente multiétnica.
Los británicos estaban en pie de guerra este verano con huelgas en varios sectores entre ellos el ferroviario y el sanitario. La sanidad británica, antaño modélica y vanguardia en Europa como ejemplo de la sociedad del bienestar, ha hecho aguas por todos los flancos últimamente. Las listas de espera crecen cada día y la carencia de médicos y enfermeros persiste pese a la contratación de personal extranjero, entre ellos muchos españoles.
Los analistas recuerdan ahora la llegada de Margaret Thatcher al poder en 1979 con la derrota de Jim Callaghan y de un laborismo en crisis que no había sabido frenar las revueltas sociales. Thatcher, la primera mujer en ocupar la jefatura de gobierno y la persona que más duró en el cargo (11 años), cambió la sociedad de arriba abajo con su política de privatización de empresas públicas y recorte de ayudas sociales a costa de empobrecer a las capas más desfavorecidas. Los mineros le echaron un pulso a mitad de los ochenta y lo perdieron.
«Carlos III no tiene ni de lejos la popularidad de su madre»
El Reino Unido que hereda Carlos III nada tiene que ver con el que subió al trono en 1952 una entonces veinteañera frágil y sin apenas formación a la muerte de su padre, el rey Jorge VI. Para empezar el Imperio ya no existe y algunos países de la Commonwealth se plantean separarse de la Corona y apostar por una república. Es el caso de Australia y Nueva Zelanda. En realidad, el nuevo rey tendrá que ser consciente que asume la jefatura de un país democrático y desarrollado del siglo XXI, fuera de Europa y sin la influencia del pasado. Y aún menos ahora con esta última crisis económica y social.
Carlos III no tiene ni de lejos la popularidad de su madre. Una encuesta de YouGov, realizada en mayo pasado, le otorgaba a Isabel II un 81% de apoyo, al nuevo monarca, un 54% y a su hijo, Guillermo, nada menos que un 75%. Éste se ha adaptado muy bien al sentir ciudadano y es considerado, junto a su esposa, un individuo moderno a diferencia del padre, enganchado a sus tradicionales vestimentas, contenido en el gesto, atrapado por una educación firme y acomplejado por ser el «eterno segundo». En cualquier caso, el Soberano, más allá de estar aún marcado por el escándalo de su primer matrimonio, se ha distinguido por ser una figura pública lenguaraz. Un individuo que hasta ahora opinaba de muchas cosas. Desde el urbanismo, los productos orgánicos y hasta el medio ambiente. Y no pocas veces con sensatez, sobre todo en lo que concierne al cambio climático.
Nada de eso, teóricamente, podrá hacerlo a partir de ahora. Un rey está por encima de las partes. Sus opiniones, si las tiene, no las puede expresar públicamente. La anterior jefa del Estado fue maestra en ello: en no hacer nada haciendo con su silencio mucho. Pero con ello le dio una utilidad a la Corona. Se ha especulado, por ejemplo, que tenía serias desavenencias con Thatcher en materia de política social y que expresó cierta perplejidad y decepción con la salida de Gran Bretaña de la UE. Tuvo que relacionarse con 16 primeros ministros. Su favorito fue Winston Churchill y éste a su vez la consideró como una hija a la que tenía que dar sabios consejos. Ella tuvo en él un gran maestro.
«No hay que descartar que los británicos se despierten un día no muy lejano con la noticia de que Carlos III abdique en favor de su primogénito Guillermo»
Con los laboristas Harold Wilson y Tony Blair tuvo al principio reservas. Sin embargo, conforme pasó el tiempo encontró en ellos comprensión y complicidad. Especialmente con el segundo, al que escuchó sobre la conveniencia de regresar al Palacio de Buckingham y poner fin a sus vacaciones en Balmoral tras la muerte de Lady Di como se lo reclamaba el pueblo británico y en contra de lo que opinaban su esposo, el duque de Edimburgo, y la Reina Madre.
El reloj ha comenzado a funcionar de nuevo tras el final de la era isabelina. Carlos III, a sus 73 años, es un individuo avejentado, cansado de esperar en el banquillo pero feliz como esposo de la mujer a la que siempre amó y con la que mantuvo relaciones mientras estuvo casado con Diana. «Éramos tres en mi matrimonio. Una multitud», confesó Lady Di en una entrevista en 1995 a la BBC cuando la pareja se había divorciado. Quizá son premonitorias las palabras de la llamada princesa del pueblo sobre el poco interés que le despertaba a su entonces marido ser un día Rey. Y por consiguiente, no hay que descartar que los británicos se despierten un día no muy lejano con la noticia de que tienen un nuevo monarca y que Carlos III abdique en favor de su primogénito Guillermo. Éste acaba de cumplir 40 años.
Es por eso que tanto el nuevo soberano del Reino Unido como la nueva premier –la tercera mujer después de Thatcher y Theresa May que llega al 10 de Downing St- se unan en la orfandad, en la debilidad y en la soledad del poder, sabedores que quizás no estén mucho en él.