En China regresa el culto a la personalidad
A las guerras comerciales tradicionales, que alcanzaron gran temperatura durante la presidencia de Donald Trump, se ha sumado ahora la crisis de Ucrania
Cuando en 1976 murió Mao Zedong, no pocos habitantes de las provincias más deprimidas del centro seguían creyendo que China era un imperio regido por un emperador. La televisión era el privilegio de unos pocos y el transistor era igualmente un objeto escaso. La figura del ‘Gran Timonel’ era temida y respetada. Venerada y ensalzada a través de símbolos, retratos y escritos. Cuando tras un periodo convulso de golpes palaciegos reemergió Deng Xiaoping, el líder que inició la política de reformas económicas y apertura a Estados Unidos y Occidente, éste impulsó una dirección colegiada y borró el culto a la personalidad. Ese culto que el hoy presidente Xi Jinping ha vuelto a desempolvar convirtiéndose en el todopoderoso del gigante asiático. El presidente de todo y para todo, cuya filosofía en favor de una nación próspera y orgullosa que busca un nuevo orden internacional ya se estudia en las escuelas y las universidades del país.
El congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que concluyó ayer sábado, lo ha vuelto a reelegir para un tercer mandato, algo inédito desde Mao. A sus 69 años, Xi puede estar cinco años más o todo el tiempo que él quiera pues hace dos modificó la Constitución y suprimió el límite de dos mandatos, que en su día Deng propuso justamente para evitar que un mandatario se perpetúe en el poder. La norma, además, establece que un dirigente se retire a la edad de 68 años. Eso es precisamente lo que acaba de ocurrir con al menos dos de los miembros del comité permanente del partido, entre ellos el primer ministro. El comité permanente es el órgano rector formado por siete personas, incluido el presidente. Cuatro de ellos han sido sustituidos por estrechos aliados del poderoso líder. Ninguno de los nuevos parece en principio pueda ser heredero de Xi pues están en la franja de mitad de los 60.
Xi Jinping
Xi Jinping era una político relativamente desconocido cuando en 2012 fue designado por el comité central del PCCh y refrendado luego por el domesticado parlamento presidente de la república y secretario general del partido. Ingeniero de formación, procedente de la élite e hijo de un alto militar maoísta castigado por Mao, había hecho gran parte de su carrera política en la provincia de Fujian y empezó a adquirir mayor protagonismo al calor de Jiang Zemin, el líder que trató de encarrilar el país tras los graves sucesos de Tiananmen en 1989. Era un individuo aparentemente tímido y contenido, casado en segundas nupcias con una famosa cantante de ópera y de la que tiene una hija educada en la universidad de Harvard. Un hombre inteligente, que descubrió que un jefe debe eliminar las facciones dentro del partido para mantenerse en el poder.
Y eso es precisamente lo que ha venido haciendo a lo largo de estos últimos diez años, un periodo en el que su política para poner freno a la lacra de la corrupción dentro del partido le ha servido también para eliminar rivales. En todo este tiempo más de un millón y medio de altos o medianos funcionarios y militares han sido procesados, condenados y apartados de sus cargos acusados de delitos de corrupción, incluidas siete figuras del buró político y unos 25 generales, según estiman fuentes diplomáticas occidentales. Xi ha recalcado en el congreso que la campaña anticorrupción va a continuar y ha puesto al frente de la gestión al hasta ahora secretario general del partido en la provincia meridional de Guangdong. Los sinólogos se preguntaban anoche qué significado pudo tener un incidente acaecido por la mañana en la clausura y delante de la prensa occidental. Hu Jintao, de 79 años, antecesor en el cargo de Xi y criticado por éste por haber debilitado el partido, era forzado a abandonar la sala ante una mirada hiératica de su sucesor.
El Partido Comunista Chino como eje central
La lucha contra la corrupción fue bien recibida al principio por la población. Sin embargo, la observancia de la ley se ha convertido en una justificación para implementar una campaña de persecución más amplia contra cualquier clase de disidencia. Hoy el PCCh, con cerca de 98 millones de afiliados, vuelve a ser el eje central de todo, para bien y para mal. Y así lo ha reivindicado su líder en el congreso, tanto en lo político como en lo económico y militar, sometiendo a la población a un mayor control gracias a innovaciones tecnológicas a costa de menospreciar los derechos humanos y las libertades individuales. Orgullosos de ser comunistas, como sostiene Xi, sin que se aprecie atisbo alguno de que a corto, medio y largo plazo el antaño Imperio del Centro instaure la democracia. Al menos, la democracia que rige en Occidente. Por eso él habla de un nuevo orden mundial.
Durante el segundo mandato de Xi se ha recrudecido la represión de la minoría musulmana uigur en la provincia noroccidental de Xinjiang, muchos de los insurrectos enviados a centros de reeducación política, se ha cercenado la autonomía de Hong Kong con una ley de seguridad aplastando las protestas ciudadanas, se ha mantenido el control del Tibet y se ha acentuado la grave crisis con Taiwán, la llamada provincia rebelde, la isla que renegó de la revolución maoísta en 1949 y sobre la que Pekín no aceptará jamás su independencia. El presidente Xi ha vuelto a recalcar que su Gobierno luchará por la reunificación, aceptando la política de un país dos sistemas, sin excluir el recurso a la fuerza. China pone en el horizonte de 2050 como plazo máximo para que Taiwán vuelva a los dominios del continente. El Gobierno comunista no bromea con el contencioso y así se vio con la visita a la isla en agosto pasado de Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, juzgada como una provocación. Su presencia fue considerada casi como un acto de guerra y derivó en varias operaciones de la aviación y la marina chinas frente al territorio taiwanés.
Durante la pasada década China ha doblado su riqueza aun a pesar de que la desaceleración económica es un hecho. Las altas tasas de crecimiento de antaño están olvidadas. Las previsiones para este año -las estadísticas no fueron publicadas esta semana para no empañar el desarrollo del congreso- anticipan apenas un 3%. Gran parte de la desaceleración se debe a la severa política del Gobierno para erradicar la pandemia del virus, la política de cero covid, con controles permanentes, cuarentenas para entrar en el país y confinamientos repetidos de grandes urbes como Shanghai. Esa política, que despertó malestar en la población, va a continuar hasta que se logre la eliminación, según ha manifestado en el congreso el presidente Xi. Fue en la provincia de Wuhan donde estalló la infección a finales de 2019 que luego se propagó por todo el mundo.
Pesa también la crisis inmobiliaria con peligro de que estalle una burbuja de grandes proporciones, así como el paro juvenil en las zonas más desarrolladas que alcanza un 20%. Xi Jinping ha hablado en el congreso de 2035 como año en el que China habrá dado un salto notable en su poderío económico y tecnológico y 2050 en el que apunta que el país se convierta en una potencia líder mundial. Es cierto que China (1.400 millones de habitantes) ha acabado con la pobreza absoluta pero persisten de manera muy acusada los desequilibrios entre sus 20 provincias. Se estima que más de 500 millones de personas viven al límite de la pobreza.
China vs EEUU
Las relaciones de China con Estados Unidos pasan por uno de los peores momentos. El máximo líder chino está cargado de prejuicios contra el primer país del mundo. Según sostiene Gideon Rachman, columnista del Financial Times, en su ensayo La era de los líderes autoritarios (Crítica, 2022), «Xi no cree que la caída de la URSS obedeciera simplemente a los errores de los líderes soviéticos. Según él, Occidente está impulsando ese proceso de manera deliberada con la difusión de ideas liberales subversivas, y está decidido a impedir una campaña similar en China».
A las guerras comerciales tradicionales, que alcanzaron gran temperatura durante la presidencia de Donald Trump, se ha sumado ahora la crisis de Ucrania. Pekín culpa a Washington y a la OTAN de la situación y de llevar a cabo un deseo de imponer un orden mundial que sólo favorezca los intereses estadounidenses. Días antes de la ocupación rusa de Ucrania, Xi Jinping y Vladimir Putin sellaron una alianza de máxima amistad. Esa amistad sigue manteniéndose a fecha de hoy, si bien el mandatario chino confesó a su aliado ruso gran inquietud y preocupación por cómo se está desarrollando el conflicto en el encuentro que mantuvieron en agosto último en Samarcanda. Xi quiere mantener una posición de perfil en la crisis y evitar que si esa guerra se prolonga pueda tener repercusiones en territorio chino con insurrecciones de movimientos secesionistas.