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La insólita trama que armaron los ucranianos para robar un caza ruso en mitad de la guerra

Y es que un cazabombardero supersónico de tecnología vigente y en activo no es algo que lo que un cualquiera pueda acceder de forma sencilla

La insólita trama que armaron los ucranianos para robar un caza ruso en mitad de la guerra

Inspirados por una ley aprobada en abril de 2022 por el gobierno de Volodímir Zelenski, un grupo de ucranianos se propusieron sustraer aviones de la fuerza aérea rusa. | Europa Press

Parece una película a medias entre Top Gun y Firefox, pero con ciertos toques surrealistas. Inspirados por una ley aprobada en abril de 2022 por el gobierno de Volodímir Zelenski, un grupo de ucranianos se propusieron sustraer aviones de la fuerza aérea rusa. Dicha ley promete abrir el cajón del dinero para compensar con generosidad a cualquier ruso que renuncie voluntariamente al material militar del Kremlin. No se sabe muy bien si fue el patriotismo, una generosa comisión, o tras la jugada estuvieron los servicios secretos ucranianos, pero en fechas recientes se ha destapado una trama para (auto)secuestrar aeronaves propiedad de su belicoso enemigo. Si la idea es legítima, y no sería la primera que ocurriera algo parecido, en este caso hay detalles que lo hacen acercarse a un guion de película almodovariana si no fuese por la carga de dramatismo que lo envuelve todo. 

Aviones a millón, helicópteros la mitad

Un cazabombardero supersónico de tecnología vigente y en activo no es algo que lo que un cualquiera pueda acceder de forma sencilla. Pero para el grupo que promovió la jugada parecieron encontrar que sí les podía conseguir uno: Roman Nosenko. Aparentemente, unos particulares se pusieron en contacto con él, y le prometieron un millón de dólares a cambio de que saliera volando del espacio aéreo ruso y dejase su aeronave sobre uno de los aeródromos ucranianos más cercanos. Nosenko sabía que en toda su vida vería una cantidad semejante en su cuenta bancaria, y con una discreción extrema comenzó a planificar su posible huida. A pesar de todo no las tenía todas consigo, y solicitó ver algo, alguna señal que le indicase que aquello no era un farol o una jugada del FSB, el servicio secreto ruso heredero del temible KGB. Los voluntarios ucranianos empezaron a darle pequeñas cantidades al piloto, y en una maniobra de intercambio de confianzas le pidieron una pequeña prueba. Entonces el militar siguió las instrucciones y se hizo una fotografía al lado de su aparato con el número 339 escrito en un papel. Con esta señal se supo que la operación estaba en marcha. Durante el proceso se le pidieron datos acerca de los bombardeos que ejecutaba, fechas, horarios, efectivos a utilizar, y otras informaciones relevantes. Nosenko les dio algunos detalles, aunque adujo que los pilotos tenían un conocimiento limitado al respecto, debido a que les daban los planes de cada misión minutos antes de despegar. Según hablaban, durante meses, el aviador fue eliminando sus reticencias.

Los problemas

Roman Nosenko, de 36 años, era un profesional y estudió con atención las posibilidades de su plan; encontró tres fisuras. La primera era muy mala de eliminar: su avión era biplaza. Es posible que un Su-34 pueda ser manejado por un solo tripulante, pero sería muy irregular despegar de suelo ruso en esas condiciones, dispararía todas las alarmas, y es muy posible que fuese incluso derribado antes de llegar a la frontera. Es por eso que debía subir al cielo con un incómodo pasajero con el que no pensaba compartir ni su plan ni su dinero. Decidió que lo mejor era drogar a su copiloto, y se encontró con otro problema: al medicamento necesario para adormecer a su compañero solo era accesible a través de una receta médica. Por otra parte, la dosis administrada tenía que ser muy exacta so pena de querer matarle, algo que no pasaba por su cabeza. 

Otro problema era que Nosenko, que había volado y bombardeado posiciones ucranianas, no se fiaba de sus sistemas antiaéreos. Su avión era un blanco perfecto para unos artilleros que no solo defendían su país ante el invasor, sino que sabía que recibirían jugosas recompensas en caso de derribo. Se sabe que al menos el 10 % de los aparatos de las Fuerzas Aeroespaciales Rusas (RuASF) se han perdido en incursiones a altitudes medias y altas. Es por ello que de un tiempo a esta parte los ataques se programan en vuelos por debajo de los 500 pies (150 metros de altura). Por eso a las fuerzas ucranianas se las está dotando de misiles lanzados desde cañones portables al hombro de soldados, los llamados Manpads. Rusia perdió la guerra de Afghanistan cuando los Estados Unidos repartió este tipo de armamento entre los mujaidines como si fueran caramelos. Por todo el piloto ello trazó una ruta que eludiera los sistemas de defensa, con una caída poco menos que en picado en las inmediaciones del aeródromo donde aterrizase, donde sería escoltado por aviones de combate ucranianos a modo de protección ante sus propias fuerzas. 

Los servicios secretos rusos

El espionaje ruso siempre ha funcionado muy bien. Que se acabasen dando cuenta de lo que estaba pasando era lógico, viendo lo prolongado del plan, y la cantidad de contactos existentes entre ambas partes. Hasta donde se sabe, el Sukhoi-34 nunca voló en las condiciones previstas hacia Ucrania. Pero saltaron dos historias más. Se ha sabido que los ucranianos lo intentaron con al menos otros dos pilotos, Igor Tveritin, de 48 años, y Andrei Maslov, de 33, y la historia de estos tampoco se queda atrás. El primero es el más veterano del grupo, y de origen ucraniano, estaba a cargo de un poderoso Tu-22M3. En su plan estaba ejecutar la misión de desertar con el problema añadido de que su aparato lleva tres tripulantes más. Tendría que salir en una misión rutinaria, fingir algún tipo de problema técnico de orden mayor, y de alguna manera aterrizar en una base ucraniana —y por lo tanto enemiga— desde la que no sería atacado de manera convenida con las fuerzas armadas en tierra. También recibió cantidades de dinero simbólicas, —unos 14.000 dólares en criptomoneda— y se hizo el selfie al lado de su aparato con un número escrito en un papel para verificar su identidad. El siguiente problema es que Tveritin tenía mujer y tres hijos. Estuvieron pensando como sacarlos del colegio sin dejar pistas, partiendo de que toda su familia vivía dentro de una base militar, donde todo está bajo un estricto control. Al final trazaron un plan a través del que extraerían a los cuatro componentes de su familia a través de Armenia o Bielorrusia y los llevarían con nuevos pasaportes hacia alguna república báltica. Al final todo se enfarragó, el aviador debió notar el aliento del FSB en su cogote, y enfrió el trato. Tampoco se sabe nada de él, solo que no está volando. 

«Parece la mujer de un oligarca»

El tercer caso tiene casi gracia. El proceso de Andrei Maslov fue similar, pero con una peculiaridad: en su viaje de deserción habría una pasajera… que no era su esposa, sino otra mujer. Con base en Lipetsk, Maslow era el comandante de bombardero táctico Su-24. En los contactos preliminares desconfió de aquel ofrecimiento, y nunca aceptó transferencias ni bancarias ni de criptomoneda, solo dinero en efectivo. De esta manera montaron una cita en una estación de tren donde aparecieron dos chicas jóvenes, que pedirían unas palabras en clave, y le darían el dinero en mano. Los contactos ucranianos de Maslow tiraron del hilo y dieron con la chica en Instagram. Al parecer era una mujer espectacular de 28 años, que afirmaba ser instructora de fitness pediátrico, y que había estado de vacaciones en Turquía el año antes. Su cuenta en la red social estaba repleta de fotografías, “parece la mujer de un oligarca”, dijeron nada más verla. Cuando comenzaron a pedirle más cosas a Andrei, llegó el momento en que había cosas que empezaban a no cuadrar. Los ucranianos tiraron del hilo, de alguna manera dieron con las llamadas hechas desde el teléfono de la chica, y saltó la sorpresa. Los datos de su teléfono indicaban que se había comunicado repetidamente con un agente del departamento de contraespionaje del FSB. También descubrieron que todas las novias anteriores del piloto eran prostitutas en nómina del FSB, de las destinadas a ‘proyectos especiales’. Pero hay algo más sobre el bellezón, algo que salpica a los españoles. Los ucranianos descubrieron que la “entrenadora de fitness infantil” había estado en Barcelona durante la época del referéndum catalán de 2017. Nadie sabía qué había hecho allí durante varios meses. Parece que entrenar a niños no fue. 

¿Cómo lo hicieron?

Al final del final, los rusos se colgaron la medalla de que ninguno de estos planes salieron, que ellos lo tenían todo controlado desde el principio, y que los aparatos siguen siendo suyos. Los ucranianos, por contra, afirman que han obtenido una enorme cantidad de detalles sobre las aeronaves, sistemas, modos de funcionamiento, operatividad, y datos sobre la jerarquía que las dirige. Pero si este es el final, el principio es bastante más pintoresco. El tema lo destapó Yahoo News, que se reunió en Nueva York con uno de los principales instigadores del plan. Se trata de un experto informático, que accedió a listados de personal, y captó a algunos de sus contactos y muchos datos a través de fuentes abiertas. En principio comenzaron a financiarlo todo entre particulares, hasta que los servicios secretos ucranianos fueron informados, y acabaron metiendo la cuchara. Algo que comenzó poco menos que entre amiguetes, acabó siendo una operación de espionaje en toda regla. En cuanto a los pilotos, no se sabe mucho del destino de Tveritin, Maslov y Nosenko. Solo que al menos el primero no está volando, o no al menos en las inmediaciones de Ucrania. Se sospecha que los otros dos también están apartados del servicio, y hay dos posibilidades. Si trabajaban con el FSB desde el principio podrían ser héroes condecorados. Pero si fueron desenmascarados en medio de planes para desertar, es casi imposible que vuelvan a poner los pies en un avión ruso. De ser así, serían encarcelados o puede que vivan un destino bastante peor. Con Putin, no se puede decir ‘que nunca se sabe’, sino que siempre se ha sabido. Que les pregunten a las familias de Skripal, Politkovskaya o Litvinenko, por poner tres ejemplos. 

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