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Internacional

Estados Unidos: es la lucha final

Puede pasar cualquier cosa, pero el viento parece soplar más en las velas de Trump que en las de Harris

Estados Unidos: es la lucha final

Ilustración de Alejandra Svriz.

A lo largo de la madrugada del próximo miércoles –esperemos que no mucho más tarde, pero hay precedentes inquietantes— debería saberse quién ha ganado las elecciones a la presidencia de EEUU. Los sondeos no se han movido mucho: en el voto popular, la pequeña ventaja que tenía la demócrata Kamala Harris es cada vez más estrecha; en el decisivo voto del Colegio Electoral es Trump el que va ligeramente por delante, y en las encuestas de los siete Estados que se supone que van a decidir el resultado, Trump ha avanzado algunas posiciones, pero hay mucha cercanía entre ambos. 

Los especialistas en pronósticos electorales de la empresa 538 -que tomaron su nombre del número de personas que forman el Colegio Electoral, y que ahora están integrados en la cadena de televisión ABC- llevan a cabo un sistema de simulación basado en sus sondeos y creen que Trump tiene un 52% de probabilidades de ganar las elecciones frente a un 48% de Harris. Pero advierten: un empate en los sondeos no necesariamente se traduce en un resultado ajustado.

 La última encuesta de The New York Times/Siena College dice que ambos candidatos están empatados, con el 48% del voto popular. La combinación de pronósticos que hace RealClearPolitics le da a Trump un 48,4% del voto popular y a Harris un 48%; en los siete Estados decisivos, el margen es de 48,5% contra 47,5% a favor del republicano. En el Colegio Electoral hay prácticamente empate, pero en la combinación de las casas de apuestas -una métrica muy particular- Trump tiene una clara ventaja: 64% contra 35,1%.

Así están las cosas. Más apretado, imposible. Mientras tanto, el penúltimo terremoto de la campaña electoral estadounidense ocurrió la semana pasada, y su epicentro fue -por desgracia para la cabecera— el periódico The Washington Post. Por primera vez en casi medio siglo, el Post ha interrumpido la práctica de respaldar a candidatos presidenciales. 

Estaba todo listo para lo obvio –el apoyo a la demócrata Kamala Harris—cuando el propietario de la empresa, Jeff Bezos, fundador y dueño de Amazon, dio la orden de no pronunciarse. Este lunes explicó en una carta que siempre ha pensado que ese respaldo daba imagen de partidismo, de no independencia, y que no influía realmente en los votantes.

La decisión ha llevado a 250.000 lectores a cancelar su suscripción. ¿Qué da más pistas sobre lo que puede pasar? ¿Ese castigo al periódico, que entraña una crítica al candidato (eso sí, en una ciudad y una región que votan demócrata)? ¿O que Bezos prevé la victoria de Trump, y que la gente que se supone que está bien informada, como él, está tomando las medidas adecuadas

«Las preferencias tribales, atizadas por la ideología woke, bloquean el debate. Y esto hace más daño a demócratas que a republicanos»

Ya hemos visto cómo están los sondeos. Kamala Harris no acaba de dar con la tecla para vencer el obstáculo que tiene por delante: es vicepresidenta de un Gobierno cuyas insuficiencias de los últimos cuatro años no asume y tampoco ofrece ideas o planes convincentes para los próximos cuatro años. No le ha ayudado nada el último mitin del presidente Biden en el que ha dicho que los que van a votar por Trump son «basura», a propósito del lamentable «chiste» sobre Puerto Rico como isla de basura flotante que se aplaudió el pasado fin de semana en el mitin de cierre de campaña de Trump en Nueva York. Un comentario similar, grabado por un micrófono oculto, le costó probablemente la elección presidencial a Hillary Clinton frente a Trump en 2016. Eso se llama arrogancia elitista. Se llama pérdida de contacto con la realidad

Trump, que enarbola la bandera de candidato del pueblo, a pesar de que es muy impopular en la mitad del país, y que se erige en defensor de los despreciados por la élite, a pesar de que es pura élite, no ha dado tampoco un golpe decisivo: perdió el debate, dice una barbaridad detrás de otra y sus propuestas son extravagantes o inexistentes, cuando no directamente terroríficas o insultantes para diversos sectores del electorado (Puerto Rico es un buen ejemplo). Pero muchos votantes se identifican antes con el aspirante que con el poder establecido; antes con el que se disfraza de rebelde outsider que con la representante del poder. Y recordemos que para casi un 40% de los estadounidenses el país está yendo en la dirección equivocada. 

En esta recta final, puede pasar cualquier cosa. El viento parece soplar más en las velas de Trump que en las de Harris -o por lo menos, los republicanos están optimistas y los demócratas, pesimistas-, pero hay que esperar. Lo cierto es que la demócrata supo invertir las malas perspectivas de Joe Biden cuándo éste abandonó la carrera a finales de julio, pero llegó demasiado tarde y está ofreciendo demasiado poco para contrarrestar el respaldo que Trump, diga las barbaridades que diga, mantiene. Es la fórmula del populismo en todo su esplendor: detectar problemas reales –inflación, disminución de la capacidad adquisitiva, delincuencia en las ciudades, consecuencias de la inmigración, de la globalización–, recoger el malestar social e inflamarlo hasta el extremo sin dar ninguna solución. 

La pugna contra los populismos autoritarios de derechas e izquierdas –hay muchos ejemplos en las democracias— es difícil. No hay conversación posible entre emociones y razones. Las preferencias tribales, atizadas desde hace años por la ideología woke, bloquean todo posible debate, más todavía cuando facilitan los bandazos hacia el otro extremo. Y esto, hoy, hace más daño a los demócratas que a los republicanos.

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