Rémi Brague, filósofo francés: «Se puede integrar a los musulmanes, pero no al islam»
El profesor emérito de la Sorbona sostiene que el problema de la civilización occidental es que «se odia a sí misma»
El filósofo francés Rémi Brague (París, 1947) habla con claridad incluso cuando lo hace en castellano. La profundidad de sus argumentos no está reñida con su llaneza expositiva. Así lo han constatado quienes a lo largo de esta semana han disfrutado en Madrid de sus ponencias, organizadas por la fundación Neos, y que han versado sobre Europa, el islam y la cristianofobia de la que, a su juicio, pecan las élites intelectuales de Occidente. El hombre occidental, denuncia el profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona, «se odia a sí mismo».
PREGUNTA.- ¿A qué se refiere?
RESPUESTA.- Las élites intelectuales woke consideran toda la historia de Occidente como una serie de crímenes por los cuales tendríamos que pedir perdón. En España, han asumido la Leyenda Negra, por ejemplo. Ningún historiador serio podría considerar semejantes tonterías. Hay que pedir perdón por lo que aconteció de negativo, y necesariamente tenía algo de negativo la empresa de descubrir y explotar el Nuevo Mundo. Vivimos una perversión del sacramento católico de la confesión de los pecados: se pide de nosotros una confesión del pecado, pero sin la esperanza de recibir absolución.
El pensador francés, siempre clarividente, utiliza la fábula de un elefante y una pulga en un almacén de porcelana para explicar el descubrimiento de América por Cristóbal Colón. «Si un elefante santo y una pulga malísima entran en un almacén de porcelana, ¿quién provoca más daños? El elefante, aunque sea un santo. La pulga no puede hacer nada, aunque hubiera querido hacerlo todo añicos», expone. Y abunda: «Occidente no era un elefante santo, y las demás culturas no eran especialmente malvadas, sino débiles. Por eso Occidente destruyó cosas de valor en América».
Occidente y el islam
El filósofo es conocido por su libro Sobre el islam, que escribió motivado por la crisis migratoria y la difícil convivencia en los barrios de Francia. Pese a haber sido tildado de islamófobo por sus detractores, es un autor referencial en los saberes medievales y en la transferencia de los mismos entre Oriente y Occidente. En esta obra, divulgativa, clara y a la vez rigurosa, vierte toda su erudición mientras despliega un abanico de matices, perplejidades y certezas, derribando, al mismo tiempo, mitos y prejuicios.
El autor considera que las élites intelectuales occidentales «conocen el islam especialmente mal»: «Tienen una idea del islam que es una idea soñada, que no tiene nada que ver con la realidad, que es una mezcla de cosas positivas y negativas». A su juicio, Occidente y el islam son incompatibles, entendiendo el islam «no como una fe, sino, sobre todo, como una ley, como la manifestación de lo que Dios quiere que el hombre haga. Cuando coexisten dos leyes, el conflicto es inevitable».
P.- ¿Tiene Occidente capacidad de integrar al islam?
R.- La integración de gente de origen musulmán debe ser relativamente posible, pero la integración del islam como sistema global de legislación, como sistema que prescribe lo que uno tiene que hacer, no es posible; hablamos de dos civilizaciones con cosmovisiones globales que no pueden coexistir en un mismo espacio. Pueden coexistir elementos sacados del contexto global del islam en el mundo de influencia cristiano.
P.- Una cultura siempre termina imponiéndose a la otra.
R.- Eso es lo que aconteció en los países que conquistó el islam en el pasado. Los españoles pudieron rechazar la dominación islámica, y si no, hubieran conocido la misma suerte o destino que Egipto y Oriente Medio. Ahí, al comienzo de la conquista musulmana, los musulmanes eran una capa dominante ligerísima, y el resto de la población era de fe cristiana, judía o maniquea. Pero el islam impuso una legislación a modo de nasa: permitía a la gente convertirse al islam, pero no al revés. Dejar el islam estaba prohibido y castigado con pena de muerte. Tras unos siglos, era interesante para algunos pertenecer a la clase dominante, por lo que se convertían. El resultado final es que los judíos se fueron y los cristianos se redujeron a pequeñas comunidades. El proceso está ahora por acelerarse. No quedan muchos cristianos en Oriente Medio, y en Egipto son el 10% de la población. Están en peligro de extinción.
Por lo expuesto, el filósofo insta a los cristianos a «tomar la fe más en serio»: «Lo bueno en la situación actual es que nos da la oportunidad de redescubrir la urgencia vital de la fe». La supervivencia de la civilización occidental, dice, está en juego.