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Se cumplen 50 años del motín en una fragata rusa que inspiró 'La caza del Octubre Rojo'

Esta historia se hizo eterna cuando la novela de Tom Clancy fue llevada al cine

Se cumplen 50 años del motín en una fragata rusa que inspiró ‘La caza del Octubre Rojo’

Vista aérea la fragata soviética de misiles guiados clase Krivak. | Wikipedia

Fue un caos. La acción militar más alocada, descompuesta y malparida en tiempos de paz fue protagonizada hace justo 50 años, medio siglo, por las Fuerzas Armadas rusas. La cacería de aquel barco, por parte de su legítimo propietario, encadenó una cascada de despropósitos. Un capitán rebelde encendió una mecha que las autoridades sospecharon detonaría contra la propia Rusia; serían atacados con armamento ruso. Eso tenía que ser evitado a cualquier precio, incluido el uso de armas nucleares.

La historia, en principio bien oculta por el Kremlin, acabó plasmada en la novela La caza el Octubre Rojo, de Tom Clancy. A esta le siguió la película dirigida por John McTiernan y estrenada en 1990. Fue un éxito de taquilla y sigue siendo un referente en el cine bélico. A pesar de ser transformada y maquillada en ciertos aspectos históricos, con añadidos dramáticos para hacer más llevadero el relato, la conexión con el incidente es clara.

En la novela y la película, el capitán Marko Ramius, encarnado por un excelente Sean Connery, usaba un submarino experimental para desertar y llevarse una pieza de orden mayor a su por entonces archienemigo, los Estados Unidos de América. En 1975 y en la vida real, ocurrió algo similar, protagonizado por el segundo oficial de una fragata soviética aunque con una finalidad algo distinta.

La noche del 8 de noviembre de aquel año, Valery Sablin, también comisario político del buque Storozhevoy (Centinela, en ruso), promovió un motín a bordo. Comunista convencido, pensaba que la cúpula de su gobierno estaba formada por una caterva de corruptos que ya no respondían a las pautas propias de esta ideología. Quiso revolverse contra ellos y utilizar el navío como el inicio de una revuelta. No quería desertar, sino una segunda revolución rusa.

La fragata soviética Storozhevoy era un buque de combate moderno, comisionado en diciembre de 1973. Con 123,5 metros de eslora y un desplazamiento de 3.300 toneladas, pertenecía a la clase Krivak I, y formaba parte de la Flota del Báltico. Su silueta se reconocía por el peculiar lanzador cuádruple de misiles antisubmarinos en proa, acompañado por sistemas defensivos de misiles antiaéreos, torpedos y artillería de 76 mm. Era una plataforma de guerra muy avanzada para su tiempo, equipada para misiones complejas de vigilancia, patrullaje y enfrentamiento en los teatros del norte europeo.

A bordo viajaban unos doscientos hombres, la mayoría de ellos muy jóvenes, como el propio Sablin, de 36 años. Muy concienciado con el credo comunista, concibió su acción como una llamada de atención al pueblo soviético, y aprovechó el simbólico aniversario de la Revolución de Octubre, el 7 de noviembre, para actuar.

Sablin sabía ganarse a su gente. Carismático y apreciado, era comprensivo con las quejas de su tripulación. En su diario anotó una frase que podría definir todo su plan: «A veces esperas casi media vida hasta que llega tu momento». Y ese momento empezó a fraguarse a media tarde, cuando programó la proyección de la película El acorazado Potemkin, con la esperanza de que resultase inspiradora para con sus intenciones.

El Storozhevoy estaba atracado en Riga y una buena parte de la tripulación había recibido permiso para desembarcar por las festividades. Era un movimiento bien calibrado, porque se encontraría con una menor resistencia. Sablin contaba con el apoyo del joven marinero Alexander Shein y de algunos tripulantes más. Esa noche encerró al comandante del buque y a los oficiales que no aceptaron unirse al plan; el resto fue convencido o neutralizado.

La idea original consistía en zarpar hacia Leningrado, remontar el río Neva y fondear junto al crucero Aurora, símbolo mítico del alzamiento bolchevique. Desde allí, Sablin pretendía emitir un discurso revolucionario dirigido al país entero, para denunciar la corrupción del partido y exigir una restauración de los principios fundacionales del comunismo. Esperaba que su acción provocase una ola de reacciones similares dentro de las fuerzas armadas, el aparato del partido y la propia sociedad.

El chivatazo

El mapa trazado adquirió vida para desviarse pronto. El teniente Vladímir Firsov, alarmado, y saltó por la borda hasta llegar a una boya, llegó hasta un submarino amarrado y dio el aviso de lo que estaba a punto de ocurrir. Aunque en un primer momento nadie le creyó. Con las horas, la cadena de mando fue consciente de la situación: el buque había partido sin haber recibido orden alguna de hacerlo, así que lo expuesto por Firsov era coherente por su extrañeza.

Con el paso de las horas, el Kremlin empezó a considerar que el motín podía esconder un intento de deserción hacia Occidente. La sospecha no era infundada: la isla sueca de Gotland quedaba a unas pocas horas de navegación y en Moscú aún coleaba la aventura de un capitán lituano, Jonas Pleskys. En 1961 huyó a Suecia con su barco —una nave auxiliar, no de combate—, y cuya acción inspiró a Clancy para crear el personaje de Ramius. A esto habría que sumar que otros escenarios parecidos se habían vivido ya con aviadores.

Tras haber zarpado sin permiso y una vez en el mar, Sablin ordenó apagar los radares del buque y mantener un estricto silencio de radio para dificultar su detección. Se limitó a remitir un mensaje al Gobierno para explicar sus motivaciones y presentar una serie de demandas. Solicitaba provisiones, permiso para usar el barco para emitir sus reivindicaciones, y una amnistía para sus adeptos y sus familias. La respuesta fue que volviese o se atuviera a las consecuencias.

Muy pocos datos disponibles

El KGB se encargó de destruir toda documentación y a partir de ahí todo adquiere tintes nebulosos. La mayor parte de la información disponible proviene de diversas fuentes, de testigos y aquellos que con el paso de los años quisieron compartir sus vivencias. Eso, y sobre todo las interceptaciones en las comunicaciones que realizaron los sorprendidos analistas de la inteligencia sueca. La información disponible arroja un puzle que apunta a que toda orden y petición de deponer su actitud fue desechada.

Al parecer, existieron disensiones en la cúspide del poder soviético sobre si asaltar el barco de alguna manera o hundirlo. Tras varios intentos infructuosos de hacerlo por las buenas y solo con palabras, triunfó lo segundo, y remitieron un grupo naval con capacidad de invadir un país mediano. Moscú armó una operación sin precedentes para evitar una humillación política.

La Flota del Báltico fue movilizada a toda velocidad, y una docena de buques militares salieron disparados tras el Storozhevoy. A ellos se unieron medio centenar de aviones de diverso tipo. Cazas de combate, aviones de patrulla y bombarderos Tu-16K, que sobrevolaron el golfo de Riga hasta dar con el barco rebelde.

Las aeronaves localizaron al navío en la mañana del 9 de noviembre, pero no lo atacaron de inmediato. Realizaron varias pasadas a baja altitud, acompañadas de disparos de advertencia. En principio la tripulación no parecía intimidada por los avisos, y ejecutaron un cambio de rumbo hacia aguas suecas.

El blanco equivocado

Los aviadores no habían recibido entrenamiento para atacar blancos flotantes, y su falta de práctica se reveló cuando antes de identificar correctamente al Storozhevoy arremetieron por error contra otros dos barcos. Los tripulantes de aquel carguero y uno de los guardacostas que seguía a los fugitivos no olvidarán con facilidad aquel inesperado bombardeo. Habría que escuchar lo que se emitió por las radios en aquel momento…

Cuando recibieron la orden de atacar a la fragata, los primeros disparos partieron de los cazas Yak-28, que efectuaron pasadas en las que descargaron sus ametralladoras. Más tarde llegaron las bombas de caída libre de 250 kg. Una de ellas dañó el timón del buque, que quedó navegando con cierta pérdida del control. En principio, el efecto buscado no era tanto hundirlo como inutilizarlo.

A pesar de todo, la fragata seguía navegando, y cada vez se encontraba más cerca de las aguas suecas. Ante la tesitura, se decidió hundir el navío. Según versiones, incluso se activaron los procedimientos de disparo de armas nucleares. La primera vez que los rusos iban a usar una bomba atómica contra un ingenio militar iba a ser para mandar a pique un barco ruso, en un inédito caso de fuego amigo intencionado.

Y aquí llega otro de los grandes giros de guion de la historia. Cuando el comandante del escuadrón encargado de mandar a pique el Storozhevoy, el coronel Arkhip Savinkov, recibió su orden de liquidar a las bravas a los insurgentes, advirtió por radio de un fallo en su radar y que no podría ejecutar su misión. Todo apunta a que el aviador se negó a bombardear a ciudadanos de su nacionalidad; salvó la vida de los tripulantes del barco. Gracias a su negligencia el hongo nuclear nunca adquirió vida.

La rendición

Tras unos instantes de confusión sobre si debía atacar otro avión o no, los Tu-16K comprobaron que la Storozhevoy había detenido sus máquinas. Los marinos, ya intimidados por un ataque aéreo que iba in crescendo, convencieron a una parte de la tripulación de que no participaban en ningún cambio en la URSS, sino que su armada los percibía como traidores.

El motín encontró así una nueva resistencia, que liberó al legítimo capitán de la nave y retomó el control del buque. Existen menos detalles de la escaramuza vivida a bordo en este movimiento, pero sí se sabe que Sablin resultó herido de bala en una pierna. Tras la trifulca y posterior abordaje por comandos navales soviéticos, la fragata emitió un mensaje de radio que anunciaba una rendición de los rebeldes y la vuelta a la normalidad. El barco volvió a su base remolcado.

La tripulación de la fragata permaneció detenida durante varios días y fue sometida a los expeditivos interrogatorios del KGB. Casi todos fueron devueltos a su vida regular, excepto Valery Sablin y la docena de tripulantes que se mostraron más proclives a apoyarle. Su segundo, Alexander Shein, fue condenado a ocho años de prisión, y el resto de sediciosos fueron condenados a años en campos de trabajo. Sablin fue condenado a muerte y ejecutado el 8 de agosto de 1976.

Y la historia se hizo eterna

En la ficción de la novela y el cine, el Marko Ramius/Sean Connery quería huir de su país. Procedente de Lituania, sentía que no pertenecía a él. Por contra, lo que quería Sablin era un país diferente, distinto, que se atuviese con más energía a los postulados comunistas. Quiso repetir la revolución rusa, midió mal sus fuerzas y le costó la vida.

La historia arrancó con una idea alocada de un capitán de rango medio y acabó en una de las cacerías militares más alocadas, y que por poco no acaba en un desastre nuclear en tiempos de paz. Cincuenta años después, la película, lejos de aburrir o quedar desfasada, genera picos de audiencia cuando se emite por televisión, porque la historia no deja de ser fascinante.

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