A pesar de ser una palabra moderna, la ecoansiedad traslada a ecos del pasado. Hace más de un siglo, el filósofo José Ortega y Gasset acuñaba en Meditaciones del Quijote un aforismo que ha pasado a la historia: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Ahora, más de 100 años después, esta parte del pensamiento orteguiano parece haber calado en cierto modo entre la juventud.
Sin embargo, en este caso las circunstancias tienen que ver más con el conservacionismo y la ecología, ligada a fenómenos como el cambio climático, que generan la mencionada ecoansiedad, también traducible como «ecoangustia, ecomiedo o, incluso, ‘duelo medioambiental’» tal como explica Gemma San Cornelio, profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC e investigadora del grupo Mediaccions (Comunicación y cultura digital).
En una reciente publicación de la Universitat Oberta de Catalunya, varias voces ponen sobre la mesa lo que significa esta ecoansiedad, especialmente en las personas jóvenes y que San Cornelio explica como «emociones negativas que se desencadenan por la preocupación sobre las condiciones medioambientales». Una situación que genera sensación de angustia, miedo o palpitaciones, por esa desazón.
Conciencia ecológica entre los más jóvenes
Entre los motivos, comenta, están «las principales razones que llevan a la ecoansiedad es la falta de acción de los mandatarios a la hora de tomar medidas contundentes para evitar este deterioro del planeta». Es también una situación relativamente recurrente, entre las que la publicación de la UOC cita un estudio de la Universidad de Bath (Reino Unido), llamado Young People’s Voices on Climate Anxiety, Government Betrayal and Moral Injury: A Global Phenomenon, que habla de esa angustia climática relacionada con una respuesta inadecuada de las administraciones. Una especie de, dicho de otra manera, traición y abandono.
La situación, de la que también habla Enric Soler, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, relaciona ambas disyuntivas: «sufrimos ansiedad cuando percibimos una amenaza que supera nuestros recursos para hacerle frente». De esta manera, la ecoansiedad está relacionada con cambios climáticos que pueden suponer el calentamiento global, el deshielo, la deforestación o los cambios en los ecosistemas que están presentes en la mesa de debate.
«El cambio climático ya no es un constructo abstracto, sino algo que forma parte de nuestro día a día. La negación y la procrastinación extremas que hemos ejercido históricamente en este asunto hacen que lo percibamos como algo a lo que hemos llegado tarde», cataloga.
Según una encuesta de The Lancet, el 75% de los jóvenes entrevistados cree que el futuro es aterrador.
Estas valoraciones provienen de una encuesta realizada por The Lancet a 10.000 personas con edades comprendidas entre los seis y los 25 años de una decena de países diferentes. El resultado, poco halagüeño, arroja interesantes datos como que un 45% de los encuestados afirma que la preocupación por el clima afecta de forma negativa su vida cotidiana o que un 75% cree que «el futuro es aterrador». También, cierto catastrofismo se apodera así de las nuevas generaciones, donde un 56% asegura «que la humanidad está condenada».
Ecoansiedad: internacional e intergeneracional
A pesar de poder considerar la emergencia climática como un problema del primer mundo o de las sociedades más ricas o modernas, la realidad se traslada incluso a otros países con menor nivel de desarrollo económico. Avalan desde UOC al informe Who Cares, Who Does 2021 de la consultora Kantar, donde los datos avalarían la tesitura. Según el citado informe, la mayoría de los países desarrollados tienen más activos ecológicos (30 %) que los países con más dificultades económico-sociales (16 % de media).
La ecoansiedad se desencadena a través de emociones negativas por la preocupación sobre las condiciones medioambientales.
Sin embargo, la traslación al estudio de The Lancet, desmonta parte de esta preocupación y la extiende de manera internacional. En cualquier caso, advierte San Cornelio, que «que los países en desarrollo no pueden hacer tantos esfuerzos para reducir el impacto medioambiental». No es óbice la situación como para no ver en la encuesta datos significativos. Los datos muestran respuesta similares entre distintos países, citando en el ejemplo a Australia, La India, Filipinas o Finlandia.
El sesgo optimista
También, fiel a la resiliencia del ser humano, distintos mecanismos de defensa se activan para evitar la ecoansiedad. Bien como justificantes de causas o bien para pensar que nosotros no nos veremos afectados por esta emergencia climática. «Tenemos muchos argumentos y justificaciones sobre nuestro comportamiento ecológico», refrenda San Cornelio. Entre los más habituales, menciona «pensar que no nos corresponde a nosotros como ciudadanos, sino que son las empresas, las instituciones y los gobiernos los que deben tomar medidas» o la idea de compensación con el famoso ‘yo ya reciclo’.
Junto a ello, existe un sesgo optimista que permite relativizar ciertos daños y reducir la ansiedad o el estrés. «Es una característica humana que consiste en subestimar las posibilidades de que nos ocurran cosas negativas en el futuro», aclara. Con este prisma, pensaremos que «los efectos de la crisis solo van a padecerlos las personas y colectivos con menos recursos».
Una suerte de negación de la ecoansiedad que además, indica Soler, «está influido por las condiciones ambientales». Como cierre, explica que «cuanto más próximos nos encontremos a los refugiados climáticos, menos vamos a tender a pensar que a nosotros no nos va a tocar huir».