Dulces de Semana Santa: cuatro bombas calóricas y nutricionales a evitar
Por suerte y por desgracia, la espada de Damocles gastronómica supone enfrentar a placer con calorías
Hubo un tiempo en los que los dulces de Semana Santa, amén de consumirse solo en esas fechas, tampoco suponían un ataque directo a los kilos de más. Algunos de ellos, de hecho, nacían como una forma de aprovechamiento, como es el caso de las torrijas, para rescatar el pan duro del día anterior.
A ello hay que sumar que la atención a los principios del ayuno de Pascua y Cuaresma eran más estrictos, razón por la que una torrija bien calórica podía ser buena forma de romper el ayuno. No están solas, evidentemente. Dentro de la categoría de dulces de Semana Santa hay que mencionar también a los buñuelos, a la leche frita o a los pestiños.
Todos, en mayor o menor medida, cumplen con la misma directriz: romper el ayuno a base de hidratos de carbono y azúcares simples. Fuera de ellos, decenas de preparaciones tradicionales y regionales que sería imposible enumerar por completo. Robiols, alpisteras, flores fritas, borrachuelos, rosquetes, huesillos, monas de Pascua, panquemaos, toñas… El juego que obradores y sartenes dan en Semana Santa a la cocina dulce es proverbial.
Por suerte y por desgracia, la espada de Damocles gastronómica supone enfrentar a placer con calorías. Cuando nuestra Semana Santa era más austera y también nuestro estilo de vida, estos dulces tenían algo de bula nutricional. Ahora, sin cumplir con el ayuno y con un estilo de vida sedentario, cargado de comida a cualquier hora, tienen menos sentido.
Los cuatro enemigos nutricionales de los dulces de Semana Santa
Hemos hablado de lo que se conoce como frutas de sartén —es decir, todo aquel dulce que se cocina frito—, pero también de ingentes cantidades de azúcar. También esto último es extrapolable a cualquier tipo de edulcorante, aunque el azúcar sea relativamente reciente.
Junto a ello, no se puede dejar de mencionar el origen de estas recetas, a costa principalmente de harina de trigo refinada. Si al remate le sumamos que cada vez estos dulces están más desestacionalizados, tenemos un pequeño y calórico Apocalipsis al que enfrentarnos.
Azúcares simples
Huelga decir que las calorías vacías que el azúcar supone es una fuente importantísima de energía rápida. Lo malo es que quizá no necesitemos ese extra de combustible —que tampoco le hará ilusión a nuestra salud dental—, incluso si cambiamos su origen.
Hay opciones de hacer dulces de Semana Santa algo menos calóricos si utilizamos otros edulcorantes como la sacarina o el aspartamo, pero pierden gracia culinaria. Aún apostando por otros endulzantes naturales como la miel, el sirope de arce o la miel de palma, tampoco estaremos consiguiendo arreglar en demasía la ingesta calórica.
En el caso de una torrija promedio, de unos 230 gramos, hablamos de alrededor de 550kcal en una sola ración. Trasladado al total del día, una persona necesitaría diariamente ingerir entre 1.600 y 2.500kcal, en función de sexo o requerimientos, así que una torrija puede ser un auténtico festín.
Además, como veremos más abajo, no es solo el azúcar simple el que va a suponer un plus de carbohidratos sino que, por definición, cualquier dulce de repostería u obrador va a ser un terreno cargado de hidratos de carbono.
Grasas
La ventana a la salvación que se abre a los dulces de Semana Santa en cuanto a grasas está en que, generalmente, serán insaturadas. La mayoría van a provenir de la fritura, habitualmente en aceite de oliva o aceite de girasol, razón por la que suelen ser monoinsaturadas o poliinsaturadas.
Eso no significa que nos podamos conceder una barra libre de dulces cuaresmales que, sin embargo, podemos aligerar en grasas. La opción, aunque no suene canónica, pasa por alternativas como la plancha, el horno o la freidora de aire, que nos permitirá aligerar las frituras.
Si aún así no pasamos por ese aro, recordemos que lo mejor será escurrir a conciencia el dulce en cuestión. Además, también podemos apostar por dulces que exijan otro tipo de cocción, como es el panquemado, la toña o los huesillos, que al ser horneados, recogen menos calorías.
Esto no significa que, por ejemplo, una torrija promedio suponga más de 30 gramos de grasas totales, cantidad nada desdeñable. Los culpables serían el propio pan, que no deja de absorber aceite, y el huevo en el que se reboza, que también favorece esa absorción.
Hidratos de carbono
La harina de trigo refinada es la absoluta protagonista de las bases de los dulces de Cuaresma. Lo es en el pan que necesitamos para las torrijas y, a partir de ahí, para prácticamente todo lo demás. A veces además se ‘engorda’ la receta, aunque no es frecuente, a base de manteca de cerdo —que aumentaría las grasas totales— y con otros productos como la leche.
Sin embargo, el grueso de las calorías de este tipo de dulces van a venir a través de los hidratos de carbono. Algunos provendrán del azúcar, como mencionamos antes, y otros serán carbohidratos a costa de la harina y sus derivados. Ambos son formas de obtener energía de forma más o menos rápida, pero en este caso, podríamos decir que llueve sobre mojado. Más aún cuando vemos la disponibilidad de los dulces de Semana Santa.
Nuestras exigencias nutricionales actuales no son las mismas que cuando abuelos y abuelas se entregaban a la Semana Santa con devoción. Primer por el tipo de trabajo, en la mayoría de ocasiones, y luego por esa adscripción a los preceptos cuaresmales. Por este motivo, si además de una comilona más o menos profusa, nos entregamos también a un postre a costa de hidratos de carbono, las calorías seguirán aumentando.
La desestacionalización
Hubo un tiempo en que los postres tenían su calendario bien definido. En Cuaresma, torrijas y pestiños; hacia Todos los Santos, huesos y buñuelos de viento; en Navidad, turrones, mazapanes y polvorones, y durante la Epifanía, roscón de Reyes. Ahora han saltado esos corsés calendarizados y algunos de ellos los vemos todo el año. No todos, también por fortuna o por pesar, y tampoco verlos todo el año significa consumirlos, pero la tentación está ahí. Incluso en los dulces de Semana Santa.
Quizá el caso más plausible es el de las torrijas, que se pueden encontrar con mucha facilidad en pastelerías y confiterías de toda España en casi cualquier momento del año. Esto no significa que vayan a engordar más o menos, pero sí que aumentan las posibilidades de la tentación.