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Cinco partes de tu cuerpo (muy sensibles) que siempre olvidas proteger del sol

Confiarnos en primavera y verano y no protegernos a conciencia de los rayos UV puede suponer, sobre todo en según qué zonas, llenarnos de quemaduras

Cinco partes de tu cuerpo (muy sensibles) que siempre olvidas proteger del sol

Una mujer tomando el sol. | ©Unsplash.

Es ver un rayo de sol en la calle y los españoles nos echamos a ellas en busca de vitamina D y de llegar con cierto color al verano. No podemos culparnos, o no del todo, pero sí hemos de insistir en la necesidad de utilizar protección solar hasta en esos pequeños momentos.

Especialmente en primavera, momento en que nos lanzamos sin remisión en busca de los rayos de sol. Sin embargo, pocas veces tenemos en cuenta la radiación solar, su potencia y el nivel de los rayos UV que están llegando a nuestra piel. A eso hay que añadirle que no siempre venimos del todo preparados del invierno.

Durante meses, nuestra piel permanece en una suerte de letargo donde los rayos de sol inciden menos sobre la superficie terrestre, disminuyendo su virulencia. Al ‘soltarse la melena’, estos rayos de sol primaverales vuelven con las pilas cargadas y pueden llegar a ser especialmente agresivos, sobre todo con pieles delicadas o particularmente blancas.

Pasar del cero a cien en cuestión de pocos días es hacerle un flaco favor a nuestra dermis. Motivo por el que es habitual que durante las primeras insolaciones primaverales haya más rojeces, pequeñas quemaduras o los famosos angiomas. Más conocidos como ‘puntitos rojos’ o ‘puntos rubí’, estos lunares de intensos tonos burdeos son síntomas de envejecimiento de las células de la dermis y, como es obvio, se agravan con la aparición del sol.

Cómo protegerse del sol en primavera en distintas partes del cuerpo

Las pautas para tomar el sol o para hacerlo de una manera más sensata son extrapolables a cualquier temporada. Evitar las horas de mayor incidencia directa; utilizar cremas con factores de protección solar elevados de manera continua; utilizar la ropa como protección —gorros, gafas, camisetas…—, y evitar superficies reflectantes como la arena, la nieve o el agua son pautas siempre bien recibidas.

A ello hay que sumar ciertas precauciones extraordinarias, como la de vigilar la piel especialmente sensible de ciertas zonas. Podría ser el caso del conocido como escote español, cuyos riesgos dérmicos se elevan con el verano, pero no son las únicas zonas sensibles.

Cuando nos aplicamos cremas con factor de protección solar —para cuerpo y cara— es habitual que no lleguemos a todos los puntos de nuestro cuerpo o, peor aún, que dejemos algunos olvidados. Sin querer o por omisión, la realidad es que hay ciertas zonas de nuestra anatomía que además luego lamentan con especial virulencia el haberse quemado.

Bien por encontrarse en zonas muy sensibles o en rincones donde la fricción es constante, una quemadura en alguno de estos lugares puede convertirse en una tortura después de la insolación. Veamos pues de qué lugares hablamos y de cómo afectan las quemaduras en ellos.

Cinco puntos delicados de nuestro cuerpo al tomar el sol

Resulta obvio decir que nos parece fácil aplicarnos factor solar en cara, abdomen, torso, brazos o piernas. Son zonas muy expuestas a las que llegamos fácilmente y donde no hace falta una especial flexibilidad para acceder. Distinto es el caso de la espalda, tanto en la zona lumbar como en la parte de la columna dorsal. Si estamos solos siempre toca hacer un cierto escorzo, el cual puede dejar partes desprotegidas.

Sin embargo, casi un peor enemigo de nuestra piel primaveral son las insolaciones imprevistas. Pequeños paseos, salir a dar una vuelta, una tarde en una terraza… Todos estos condicionantes pueden, si nos pillan desprevenidos, atacar a algunos puntos especialmente indefensos de nuestro cuerpo que, además, suelen estar cubiertos la mayor parte del tiempo.

Hay ciertas partes muy expuestas, como son los brazos o la cara, que son también zonas que suelen ponerse morenas antes por esa sobreexposición. Sin embargo, hay ciertos ‘tesoros’ o recovecos donde el sol llega con mucha beligerancia en primavera y verano y a los que no damos importancia o donde las distracciones se pueden pagar caras.

Pies: empeines y plantas

Sí, los tenemos muy a mano y una vez que alguien se quema el empeine, aprende la lección de por vida. Una de las quemaduras más dolorosas, no solo por lo delicado de la piel, sino por el continuo uso que hacemos de ella, y cuya solución es evidentemente fácil: aplicar con generosidad la crema solar por todo el cuerpo.

Sin embargo, algunas de las pequeñas trampas que el buen tiempos nos prepara tienen que ver con ellos. Calzados abiertos como sandalias o chanclas, además de tacones, cuñas o manoletinas pueden dejar más parte del empeine al aire que de costumbre. Un paseo por la playa o una jornada de campo, sin prestar atención a los pies, puede suponer la vía libre para sufrir con dedos y pies quemados.

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Las plantas de los pies y los talones son zonas especialmente sensibles a las quemaduras. ©Unsplash.

Lo mismo sucede con las plantas de los pies, donde las quemaduras ya multiplican el dolor, y que suelen achicharrarse cuando nos echamos una siesta en piscinas o playas, tumbándonos boca abajo y dejándolas demasiado expuestas. Apenas media hora de sol sin protección bastarán para convertir un rato de ocio en una tortura que durará varios días.

Corva

Científicamente se conoce como fosa poplítea, pero popularmente la conocemos como corva o corvejón. Se trata de esa pequeña depresión, ligeramente romboidal, que une muslo y pierna en su parte posterior y cuya parte delantera coincide con la rodilla.

Es una parte clave del cuerpo en los movimientos de flexión del tren inferior y, como en caso de las plantas de los pies, una zona delicada. Rara vez recibe sol directamente a lo largo del año, incluso en verano, momento en que una siesta boca abajo o alguna actividad deportiva que la deje a la intemperie puede complicarnos el día. Especialmente sensible, principalmente por su gran utilidad, una corva quemada también puede ser muy molesta porque pocas son las ocasiones en las que no las estamos utilizando.

Cuero cabelludo (también es tu cuerpo)

Aquellos que no van sobrados de cabello sienten con más potencia los avisos solares sobre calvas, pero no son los únicos. No solo nos quemamos la piel, sino que también podemos maltratar el cuero cabelludo, que no es otra cosa que la piel sobre la cual crece el cabello, que sigue siendo parte del cuerpo. La descamación, la rojez o la inflamación de esta zona son causas habituales de malestar tras las insolaciones y, como en tantas otras partes del cuerpo, también se puede proteger.

Lo más sensato es siempre tener la cabeza cubierta ante la exposición solar, pues además genera otros malestares (principalmente dolor de cabeza, mareos y agotamiento). Por eso, además de utilizar ropa para protegerlo, también podemos utilizar cremas solares especialmente diseñadas para esta zona.

Orejas

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Es habitual que una siesta al sol se convierta en una fuente potencial de quemaduras. ©Unsplash.

Tanto en la parte superior del pabellón auditivo como en su cara interna, además del lóbulo, son zonas especialmente sensibles a la insolación y, en ocasiones, fáciles de desproteger. Las quemaduras son especialmente molestas, sobre todo cuando nos vamos a dormir, pues es habitual que pongamos las orejas contra la almohada y no controlemos el movimiento.

Sí es cierto que es una zona que protegemos con más frecuencia cuando hacemos el clásico gesto de embadurnarnos la cara de crema solar, pero si no lo hacemos y, por ejemplo, carecemos de gorra, es habitual que las orejas sufran más de la cuenta con el sol.

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