Dejar de conducir: las seis señales que nos advierten de aparcar el volante
Conducir en la tercera edad puede ser un riesgo para nosotros mismos y para nuestros pasajeros. Por eso conviene conocer los riesgos y advertencias de hacerlo
Conducir es un pequeño símbolo de independencia, incluso ya en la adolescencia, pero el drama de dejar de conducir es una tarea complicada. Asumir que podemos empezar a ser un riesgo para nosotros mismos o para los demás es complicado. Accidente, pitidos, pérdida de reflejos, sensación de no enterarnos de qué está pasando… Hay una serie de señales, la mayoría de ellas externas, que nos indican que no somos los de antes.
No es solo una cuestión de edad, aunque evidentemente influye. Menos reflejos, menos movilidad, peor visión y peor audición… Los achaques nos martirizan a partir de la edad adulta y de la tercera edad son caballos de batalla que, si se trata de conducir, pueden ser especialmente peligrosos para nosotros y para los que nos rodean.
No es fácil asumirlo, pero es cierto que hay momentos en la vida en los que nos debemos plantear dejar de conducir. A pesar de que la DGT nos permita seguir renovando el carné de conducir o conseguirlo sea más fácil —esto es otro cantar—, hay que plantearse ciertos límites antes de que sea demasiado tarde. Es cierto que en España no hay un límite establecido para dejar de conducir y por tanto la decisión es propia, pero hay señales que nos indican que no somos los mismos de siempre.
Otro debate es aconsejar dejar de conducir o no, aún sabiendo que los riesgos de accidente crecen en los mayores de setenta años, pues no todas las personas pueden verse afectadas por los mismos problemas. E incluso puede ser que una persona con 75 años conduzca mejor y suponga un riesgo vial menor que una persona de 35 años que nunca coge el coche. Lo que sí es cierto es que, más allá de la recomendación o no, hay ciertos cambios que sí podríamos intentar acometer para reducir estos riesgos.
No conducir de noche (si nuestra vista no nos lo permite o las luces nos deslumbran con facilidad); procurar no coger el coche en las horas de más tráfico (supone una mayor exigencia); no hacerlo tampoco después de comer o en las horas centrales del día, o no conducir demasiadas horas seguidas (esto es aplicable para cualquier tipo de conductores, pero especialmente para los más veteranos) son algunas pautas lógicas para minimizar los peligros al volante.
Aún así, con todo y con eso, dejar de conducir es una decisión compleja que mina la autonomía de las personas mayores y por eso, si somos familiar o amigo de alguien que esté en esta circunstancia, debemos encontrar formas amables y respetuosas de indicar que quizá sea el momento de tomar el relevo o de cambiar algunos hábitos.
Dejar de conducir: las señales que nos avisan de aparcar el volante
En España, según Cleverea, compañía tecnológica española insurtech que diseña y comercializa seguros digitales, hay más de dos millones de conductores veteranos que superan los 65 años. No quiere decir esto que la edad de jubilación sea la frontera para dejar de conducir, pero sí que debemos prestar atención a ese deterioro que puede sorprendernos al volante.
Es cierto que de los 65 años en adelante las renovaciones del carnet de conducir se producen cada cinco años, pero también es verdad que las circunstancias pueden cambiar enormemente en ese período. De hecho, un centro de reconocimiento podría estipular que un conductor necesitase renovaciones y revisiones anuales. Una realidad que puede cambiar con facilidad por dolencias cardíacas, cirugías, deterioro cognitivo, enfermedades degenerativas o incluso patologías que a priori no deberían influir al volante como la diabetes o la hipertensión.
Desorientación y pérdida durante la ruta
Los navegadores nos han solucionado muchas papeletas al volante, pero también han permitido que muchas veces dejemos de fijarnos tanto en la carretera o en la conducción para ir centrados en lo que el GPS nos canta. Esto nos ha acomodado, es cierto, pero también ha supuesto perder parte de esa rutina que nos exigía conocer de antemano por dónde íbamos.
Trasladado al hecho de dejar de conducir, sentir desorientación o perdernos en rutas que anteriormente realizábamos con mucha facilidad como ir a casa de los hijos, volver del trabajo o ir hacia nuestro lugar de vacaciones puede ser una señal de un inicio de cierto deterioro cognitivo. Además del riesgo añadido que supone para la conducción el hecho de prestar más atención al navegador que a la propia conducción.
Conducir de noche
Jóvenes, adultos y ancianos ven peor de noche que de día. Eso es innegable a cualquier edad, pero puede que defectos refractarios como la miopía o la hipermetropía, además de otras patologías como el astigmatismo la presbicia o incluso complicaciones asociadas a la tensión ocular alta puedan ser complicaciones que hagan de conducir de noche una tortura.
La realidad es que la visión nocturna es una complicación muy abundante en conductores sénior, momento en que empiezan a aparecer destellos o flashazos de las luces de otras coches o de la señalética luminosa de la carretera, además de reducirse la visión lateral sobremanera, pues queda ajena a los focos de nuestro propio vehículo.
Más percances y distracciones de los habituales
Según MSD Manuals, «los conductores de edad avanzada presentan tasas más elevadas de infracciones viales, accidentes y muertes que los demás grupos de edad mayores de 25 años», una realidad que puede tener distintos orígenes y que, sin embargo, nos lleva al mismo punto: dejar de conducir.
No se trata siempre de accidentes graves, pero sí de raspones, choques, percances o incluso toques en aparcamientos y garajes. Además, la propia debilidad de la edad provoca que los accidentes que involucren a personas de la tercera edad sean más mortales que en otras franjas de edad. A ello se suma pequeños fallos como pasarnos desvíos, frenazos inesperados, darnos cuenta de que estamos yendo demasiado rápido o demasiado deprisa, que quizá nos alerten para dejar de conducir.
Dificultad de movimientos
Menor flexibilidad y menor elasticidad son dos patrones muy habituales a medida que envejecemos, aún intentando poner remedio a través del deporte, pero la realidad es que detalles tan triviales como embragar, cambiar las marchas o simplemente girar el cuello para ver una incorporación se hacen más cuesta arriba a medida que envejecemos.
No es que debamos ser un atleta olímpico para ponernos al volante, pero sí al menos tener una cierta maniobrabilidad que nos permita fijarnos en los retrovisores, en el resto de coches o que nos permita tener margen de reacción para cualquier imprevista como frenazos, acelerones, alcances o incorporaciones de última hora.
Pitidos, avisos, multas…
‘Dormirnos’ en un semáforo; más multas de lo habitual por pequeños detalles como aparcar en lugares prohibidos o por infracciones de velocidad leves; avisos al volante de personas que van con nosotros y nos advierten de que aparecen otros coches, peatones o de que semáforo va a ponerse en rojo… Todos estos detalles cuando se acumulan y no habían sido frecuentes pueden ser otra señal evidente de que debemos dejar de conducir.
Situaciones como ver al resto de pasajeros en tensión cuando antes lo lo estaban, o de que son ellos los que nos informan de ciertos riesgos al volante, propios o ajenos, como salirnos del carril, saltarnos semáforos o no ver la incorporación de terceros, pueden ser pruebas de que nuestra destreza como conductores no está en su mejor momento.
Tensión en ciertos momentos clave
No se trata de que estemos perfectamente relajados durante la conducción, pues siempre hay que mantenerse alerta, pero una cosa es estar en guardia y otra cosa atenazados al volante por ciertas situaciones como podrían ser entrar y salir en una rotonda; encontrar un desvío y cogerlo a tiempo; realizar un adelantamiento, o incorporarnos a una autovía o autopista.
Si en estos momentos sentimos que nos agarrotamos y que enfrentarnos a estas situaciones nos estresa hasta el punto de bloquearnos o de que prefiramos elegir una u otra ruta para evitar estos problemas podrían ser síntomas de que dejar de conducir está más cerca de lo que pensamos.
Como afrontar el dejar de conducir
Revisiones oculares periódicas que nos permitan ver mejor, controlar nuestra audición para evitar perder oído (sentido fundamental durante la conducción) o tomar ciertas decisiones como cambiar de coche (quizá un automático o un coche más manejable o menos potente) podrían ser medidas para postergar el dejar de conducir.
También es conveniente, como explican desde Cleverea, en mantenerse activo y entrenar fuerza, flexibilidad o elasticidad, pues lo necesitamos para gestos tan corrientes como entrar y salir del coche o incluso aparcar. Tampoco ganaremos nada tirando de coquetería y prescindiendo de los audífonos o pensando que estamos ‘hechos unos chavales’ a pesar de tomar medicaciones que puedan interferir en la conducción, tal y como informan muchos prospectos.
Aún así, hay ciertas pautas que siguen avalando desde Cleverea, como explica sobre dejar de conducir Javier Bosch, su consejero delegado: «La pérdida del carné es inevitable, un duelo que llegará a todos aquellos que tengan la suerte de cumplir muchos años. Es duro, pero no es el fin, y en ningún caso debe implicar renunciar a viajar, salir con amigos, ir a cenar».
Ir familiarizándose con la decisión, hacerlo de manera paulatina, no esperar a tener sustos o incluso y aunque suene crudo, pero por una cuestión económica donde conducir es cada vez más caro y restrictivo, pueden ser los impulsos que necesitamos para dejar de conducir.