THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Mil lenguas de viaje submarino

«Se retaron con las miradas, no saben cuánto rato, y la polla resbaló hacia fuera con el empuje de la carne cruda y fuerte de Amanda»

Mil lenguas de viaje submarino

Una pareja se besa sensualmente | Unsplash

Cayeron en el sofá alelados, atontados por la cerveza, los kilómetros de paseo en moto y la sorpresa de un encuentro inesperado. El jóven Saúl, renacido como un hombre adulto a los ojos de Amanda, le susurraba palabras incoherentes al oído. No había parado de hacerlo desde que la propuesta del bar terminó sobre la moto que manejaba Amanda bajo las instrucciones de él que les dirigía a su casa. Le empujó suavemente deshaciéndose del tornillo que su lengua simulaba al taladrársele. «Me meo, Saúl, espera, ya vuelvo». Buscó entre las puertas del pasillo aquella que abría hacia azulejos y loza. La dejó entreabierta y se sentó a mear. La luz blanca del aseo y los segundos de silencio y soledad golpearon la cabeza de Amanda. Tuvo ganas de salir corriendo, también de meter la cabeza entre las piernas y quedarse dormida ahí, con las bragas en las rodillas y el culo al aire. Hizo el recuento de horas, relatos y bebidas que acababan de intercambiar y sintió el vértigo de lo imprevisto. «Qué hago aquí, cachonda como una mona. ¿Y si me voy a casa sin pensarlo mucho más? Quizás le pille aún despierto».

Crujieron las bisagras de la puerta. Saúl entró sin invitación ni permiso y se sentó de rodillas delante de las piernas abiertas de Amanda como el que adora a algún tipo de deidad. «¿No has acabado?» , le dijo mientras metía una de sus manos en el chorro ardiente y transparente que brotaba desde su vulva. Se bendijo. Saúl agitaba la mano logrando que algunas gotas santificaran su rostro babeante de pecados carnales; hundió su cabeza entre las piernas de ella y la lamió con todo tipo de ofensas al pudor; gemía, blabeaba, escupía y hocicaba su nariz aspirándola tan fuerte como una raya de coca. Fue a besarla y Amanda se quitó. 

«Una media sonrisa se le dibujaba entre los pliegues de la polla que anunciaba descapullarse sin llegar a hacerlo del todo»

Saúl la descalzó de sus botas Sendra, tiró con fuerza de los pantalones ajustados que le mordían los tobillos con rabia, le arrancó las bragas detrás y tiró de ella hacia el suelo. El resto de los jugos en el coño de Amanda hizo que se deslizara un poco al caer. Se desnudó Saúl con la misma prisa y sin mesura e intercalaron sus piernas para comenzar a frotarse. Él no tenía un pene grande ni erecto. Una media sonrisa se le dibujaba entre los pliegues de la polla que anunciaba descapullarse sin llegar a hacerlo del todo. La cogió entre los dedos y la presionó hasta colársela dentro. «Voy a hacer lo mismo que acabas de hacer tú pero dentro de ti». Amanda no se asustó, simplemente creyó que eso sería imposible y se rió provocándole con un «no tienes huevos, chaval» . Se retaron con las miradas, no saben cuánto rato, y la polla resbaló hacia fuera con el empuje de la carne cruda y fuerte de Amanda.  «Cerdo» , le insultó ella mientras la penetraba la dureza de sus dedos. «Cerda tú, verás» , le contestó mientras los agitaba para montarla al punto de nieve. Y del coño le emergió un manantial sin cauce, una fuga descomunal que anuncia el quiebre de la presa; y luego otra y alguna otra más. Iniciaron un baile de culos entretejidos y resbaladizos por el gres porcelánico del baño que les empujó hasta el otro lado de la puerta. La polla de Saúl, cabizbaja, se paseaba por el suelo entarimado del corredor. El esfuerzo les llenó de sudor que, junto al charco que manó de Amanda con la fuerza de una tromba de verano, les inició en un viaje de mil lenguas salivosas y submarinos del que saldrían algunas horas, días o puede que un puñado de meses después. 

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