THE OBJECTIVE
MI YO SALVAJE

Godos y reyes, los tres

«Sabía despertar mi despotismo y ahí,  cumpliendo uno de mis deseos, con un poco de cabreo, todo me iba a funcionar mejor»

Godos y reyes, los tres

Dos personas mantienen una relación. | Pixabay

Proyecté mi mirada hacia el techo sin distinguir bien de dónde pendía. Volteé esa mirada proyectada hacia mí y, como a vista de pájaro, tuve una imagen completa de toda la escena. No tengo claro cómo había llegado hasta allí. A veces, la percepción del tiempo se acelera y parece que en pocos movimientos sobre el tablero se hubiera alcanzado mucha distancia del anterior. La respuesta era Saúl. Era él el que puso la torre entre mis dedos y me hizo correr en línea recta hasta llegar justo a donde quería verme estar. Saúl siempre ganaba las partidas, las mías; a mí me gustaba colaborar. 

Desde ahí arriba lo veía todo; a mí, a los hombres que me rodeaban, a Saúl. Eran tan guapos, tan sumamente atractivos que llegué a pensar que estaba en plena fantasía masturbatoria; pero no, estaba allí y se me escapó una risa al constatarlo. Estaba allí, bien despierta y despatarrada y esta carcajada hizo que Ágila me mirara desde mi vulva y lamiera lo que tenía entre manos con más entusiasmo. 

No estaba soñando, era real de realeza. Teudis, Ágila y Witerico me rodeaban y coronaban con sus penes expuestos, con sus pechos henchidos y sus rasgos faciales bien marcados, cada vértice del triángulo que trazaban a mi alrededor. Colgada en un columpio para juegos entre adultos cachondos, gobernaba este reino desde el poder absoluto que se me había concedido sobre estos tres reyes que eran para mí. Giraba el cuello hacia tres de los puntos cardinales y me encontraba a cada uno de ellos tres esperando la siguiente orden que saliera de mi aturullada garganta. 

Saúl observaba la escena con las piernas cruzadas, sentado en un sillón. Busqué el cuarto punto cardinal para encontrarlo. Advertí deleite en sus ojos. Yo no sé si podría devolverle un regalo en los mismos términos; tampoco sé si es algo que pudiera desear. Soy competitiva; una soberana enajenada que ahora gobierna este reino godo para los dos. Este cabrón de Saúl, me ha vuelto a ganar. Él siempre supo de mi rivalidad constante. También conocía el poder que la furia tenía en mis placeres. Este regalo generaba una nueva deuda entre los dos; sabía despertar mi despotismo y ahí,  cumpliendo uno de mis deseos, con un poco de cabreo, todo me iba a funcionar mejor.

A la derecha, Teudis sostenía una tremenda erección con la que me señalaba retante a la espera de mis palabras. No hablé, lo agarré de la polla, mejor.  No creí que tanta firmeza descarada mereciera una caricia. La succioné sin más preámbulo, sin entretenerme en lamerla o adorarla. Tampoco le miré a él, al dueño, no me interesaban su gusto o sus ganas. El gusto era mío, el de colmarme la boca con semejante rigidez, y para ello golpeé mi paladar tirándole del rabo a mi antojo. Las ganas me las daba Saúl, sabiéndome mirada por él desde el sofá donde acababa de cambiar de postura. 

Mientras, a la izquierda, Witerico parecía disfrutar la escena y agitaba violentamente su falo hasta que giré la cabeza y me lo zambullí en la garganta con la misma intensidad con la que venía de vapulear al rey anterior. Me la saqué de la boca y miré con cierto ritmo a cada lado, como alguien que sigue sin creerse donde está y lo niega en tono burlón; lo niega exageradamente para poder admirar bien la escena. « Mis dos brazos, con sus dos manos y sus dos pollas, una en cada una» , constaté como un problema matemático que acabara de resolver.  Atolondrada por la turbación, miré hacia mis pies donde apareció por sorpresa Saúl. Se reía mientras sostenía su pene erecto fuera del pantalón. Se había levantado del sofá y llevaba rato mirando la escena detrás de Ágila, que pacientemente, seguía lamiendo cada pliegue de mi vulva. Me agarró los pies y besó cada uno de los dedos con cariño. Ágila se apartó a un lado y Saúl tomó la corona de su glande para introducirlo en esta suya y reina, en esta reina de reyes. Me embistió sin miramientos y gesticuló un « Te espero fuera, pásalo bien»  insonoro.  Se fue y entonces agudicé la batalla de mi reino. 

Teudis me paseó su verga por la cara un rato largo. Le lamí el grueso de su glande resbaladizo como un helado. Unas manos enormes y cálidas tiraban de mis pezones y eso me izó la excitación hasta hacerme chillar. O no fueron los pezones; quizás fue la coreografía que Ágila y Witerico trazaban sobre mi piel, con lamidas de uno y una suave follada del otro, sin pausas, en plena armonía y sin sospecha de fin. 

Fuera, tranquilo y risueño, Saúl esperaba. Fuera, tranquilo y risueño me recibió Saúl. «Hola, mi reina», me dijo. «Te odio, cabrón», le respondí mientras entrelazaba mis dedos con los suyos y brindábamos con nuestra risa,  porque en el juego de lo nuestro, seguíamos ganando nosotros. 

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