THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Chúpate los dedos, te traigo un pastel

«Las instrucciones de Amanda habían sido bien sencillas y bien halladas: una venda, una botella de tequila y una canción»

Chúpate los dedos, te traigo un pastel

Una mujer en un tren con un vestido. | Freepik

Hay veces que chuparse los dedos procede de un gran disfrute, como hay veces que los deleites carnales vienen precedidos de acciones impúdicas. Bien lo sabía Amanda cuando compró un billete de ida sin vuelta a Barcelona. Llevaban un mes intercambiando mensajes a deshoras; descriptivos, altamente obscenos, muy cerdos. Saúl era para Amanda una foto de perfil del teléfono, no había ni una pista más, y aunque no era muy dada a este tipo de juegos, la distancia le tendió la mano de un « y por qué no, total, si está lejos, qué tengo que perder» que la agarró bien de la garganta.  Saúl se volvería a Buenos Aires antes de que terminara la primavera y esto la animó a subirse al tren para lanzarse sobre la boca de un hombre sin apellido.  

Listaron con multitud de verbos y adjetivos los diversos haceres que consumarían sobre el cuerpo del otro para el disfrute de ambos. Sin más gestos que los emojis y más tono que las mayúsculas y los signos de exclamación, esbozaron un encuentro tan crudo y sucio como apetecible. Nunca llegaron a creerse del todo lo que decían, o que algo de eso pudiera pasar. De eso hablaron cuando Amanda subió al tren con un billete sin vuelta y sin bragas. 

Anduvieron conectados cada una de las horas que el tren les acercaba de esa manera en la que solo sabían hablarse. Se sostenían la excitación con palabras que hilaban con soltura y fluían eléctricas como catenarias sobre la vía del tren, con ese hablar suelto que se tiene cuando alguien no te importa. O no te importa mucho. O crees que te importa menos de lo que es. 

Amanda no llevaba bragas porque él se lo había pedido . Le resultaba agradable sentir los pliegues de su propia carne hasta que el coño se le humedeció tanto que pensó que podría traspasar su vestido hasta el asiento. Este hombre, el que le importaba poco, ése que cree que no le importa nada, la esperaba a siete minutos andando al final del recorrido de un segundo tren que circundaba la ciudad. Babeaba él de pensarla como un caracol que va dejando su rastro hacia él por andenes, vías y calles que la traen desde el centro del país. No llevar bragas era agradable pero lo disfrutaban más por el punto que le sacaban de guarro. 

Las instrucciones de Amanda para él habían sido bien delineadas. Línea a línea, trazó la figura de un hombre sentado ,con los ojos vendados y la boca bien abierta para cuando la oyera entrar. Tendría que dejar la puerta abierta y fiarse de ella. Ella iba a plantarse donde él le había pedido que fuera y se fiaba de él. A ambos, cierta tensión les apretaba la garganta y a ambos, esta garganta encogida les tiraba del coño a ella y de los huevos a él; les atravesaba el calambre de la aventura, una con riesgos; riesgos que alimenta las ganas; ganas que podrían culminar en grandes disfrutes. Cómo privarse de ellos, cómo privarse el uno del otro si la promesa que anuncian tiene ese tono, ese timbre, ese color. 

Las instrucciones de Amanda fueron muy claras; iba a hundirle el coño en la boca; sudor y  fluidos como carta de presentación. Si no le gustaba, podría no ser un hombre para ella. ¿Quería que lo fuera? Fuera lo que fuere lo que creía importarle o que no, Amanda llegaría con su coño desplazado, con su coño lleno de kilómetros y palabras digitales de Saúl, y se lo plantaría en la boca para que bebiera de él, para que brindaran por el encuentro, por las muchas noches que pasaron intoxicados del otro hasta que uno de los dos anunciaba que pronto iba a amanecer.  

Las instrucciones de Amanda habían sido bien soñadas, bien sencillas y bien halladas: una venda, una botella de tequila y una canción.  Con tan solo una foto de perfil y un puñado de mensajes cerdos, Amanda empujó una puerta metálica que le daba paso a un espacio grande y destartalado; el salón de una nave industrial con halo bohemio y frío por el aparente desuso.  Un par de notas guiaron sus próximos pasos hacia la escalera que subiría sin oír la pequeña voz que le decía que saliera corriendo de allí. Quiere besarle y mirarle para saber con quién está. Quiere saber de antemano cómo será su lengua, el olor de su piel, el tacto de sus labios. Quiere acelerar el vídeo que proyecta su vida como una historia de acción y ver qué ocurre al final. Un spoiler que le calmaría el latido del corazón que le retumba en los oídos. Amanda presiente sin certeza y sube los peldaños hasta el final. 

Saúl está sentado en un sofá al fondo de una habitación enorme. Parece ser  un hombre pequeño hasta que le ve de cerca . No hablan ni se saludan, no dicen ni una sola palabra. Saúl tiene los ojos bien tapados. « ¿Quién está más loco de los dos? » , piensa Amanda al levantarse la falda. Le acerca el coño a su cara, lo suficientemente cerca para que pueda oler y decidir. Saúl extiende la lengua. Es amplia y jugosa, tanto como el pastel que está a punto de engullir. Más tarde, se chuparán los dedos; ninguno de los dos han venido a comerse con servilleta. 

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