THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Museo de orgasmos: Saúl

«Di tres pasos hacia atrás antes de volver a acercarme con ojos relamidos»

Museo de orgasmos: Saúl

Una mujer sola en un museo. | Freepik

Para poder apreciar el acabado di tres pasos adelante. Aparecieron los detalles que hacían de Saúl alguien real. Había poca armonía en el vello que le salpicaba algunas zonas de las piernas. Un muslo algo más poblado que el otro aunque sólo apreciable a aquellos que escudriñaban los milímetros de su piel como yo lo hacía. Del ombligo pendía un reguero castaño de pelo sedoso que desembocaba en el oleaje hirsuto de su pelvis; cientos de hebras entrelazadas que daban un aspecto triangular a su entrepierna. La muñeca pendía flácida; apenas mostraba fuerza de sostén para el pene aún erecto que colgaba de su mano. La boca se mostraba jugosa, como si, de jugar con la saliva, unas pompas acabaran de explotar. Los ojos estaban abiertos y la mirada ausente. 

Di tres pasos hacia atrás antes de volver a acercarme con ojos relamidos. La figura de Saúl  se extendía en un lienzo de gran tamaño. A la derecha, el rótulo informaba de que lo que allí acontecía era el descanso extático de Saúl tras eyacular abundantemente. El caudal de su semen trazaba el camino discontinuo de una serpiente. Unas gotas parecían caer aún de su glande, húmedo, rosado y brillante como una piel a estrenar. El vello arremolinado de su muslo izquierdo recogía pequeñas lágrimas que parecían rocío. Su lefa era tan blanca como apetecible me era un vaso de leche caliente en un día frío de invierno. 

El pene aún no se le había vaciado y las venas que lo alimentaban se presentaban henchidas, rebosantes aún de su sangre latiente, viva. 

La cabeza se le inclinaba sobre un hombro y desde ahí los espectadores accedían a su mirada de frente. No era el óleo el responsable de que los ojos de Saúl nos atravesara a todos como si fuésemos calamares de cristal. No era la mirada de un cadáver sin vida; estaba llena de historia y en su silencio y en su ausencia se apreciaba un suspiro; el de los que por unos segundos descansan de la incertidumbre. Un momento de paz, un instante de nada. La nada relaja el rostro de Saúl sin matarlo; su polla hinchada lo llena de vida. 

Quedé atrapada ante el cuadro de Saúl preguntándome por su historia. El autor había decidido no revelarnos ese secreto. ¿A quién miraba? ¿Había alguien al otro lado, quizás? ¿Cómo había llegado eyacular de ese modo? ¿Qué veía Saúl, qué imaginaba? ¿Se la había zarandeado descargando toda la rabia en su polla como si fuera un muñeco de trapo? ¿Se había estimulado escupiéndose sobre el glande y frotando el tercio más cercano? ¿Era Saúl uno de esos hombres que se acariciaban los huevos en cada batida? ¿Cómo se reflejaban en su cuerpo los signos de la excitación?¿Cuándo se había dejado arrastrar por el reflejo que le contraía el perineo? ¿Se le habrían tensado cada músculo? ¿Habría gesticulado o emitido algún sonido gutural en el orgasmo? ¿Gemiría Saúl como el chillido de una rata asustada o  como un oso hambriento dentro de una caverna? ¿Por qué seguía allí postrado sin limpiarse? ¿Qué pasaría después? ¿Se quedaría dormido? ¿Se fundiría en un tierno abrazo? ¿Se levantaría a mear? 

Volví a acercarme al cuadro, esta vez con un paso más; quizás ante un cuerpo caliente Saúl despertaba del letargo y me ofrecía su mano lechosa para tirar de mí y arrastrarme a su lado. Capté la atención del vigilante de sala y de una turista con aire distraído que me miró con desdén. Mi nariz, a centímetros de su polla babeante. Habría sacado la lengua para ensartar alguna de esas perlas que aún se le resbalaban en el continuo del movimiento capturado. Saúl  permanecería eternamente eyaculante y eyaculado. El éxtasis de su descanso sin más futuro que estar allí de ese modo me estimuló la envidia, la excitación y las ganas. Di cinco pasos atrás para mejorar el ángulo y deslizándome por el suelo como un ave ligera, corrí con todas mis fuerzas antes de que el vigilante o ninguno de los turistas de la sala pudieran siquiera verme saltar hacia él. 

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