THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Hola, qué haces

«Bajaré con la expectativa de lo que está por pasar en un está pasando que suena a golpe de zapato y escalón»

Hola, qué haces

Dos amantes se besan de noche en un portal. | Freepik

Saúl no pregunta qué hago cuando me escribe a las once de la noche preguntándome que qué hago. Saúl teclea una a una las letras que cosen sobre el bastidor la pregunta que no busca respuesta. No le interesa si estoy sumergida en las páginas de una novela, deslizándome sobre ellas como en un río silencioso, entregada a una corriente de palabras que me arrastran hacia un mundo que no es éste. No le interesa si gasto las últimas horas del día en abstraerme de la realidad desde el estudio y ande embebida entre subrayadores y folios a medio escribir con el ritmo hipnótico que sincroniza la mente y el cuerpo en una armonía instrumental al servicio de mi propósito. Le da exactamente igual que camine sobre las grietas, sombras y marcas de mi techo, recorriendo el mapa invisible de mis pensamientos en una pausa de lo cotidiano que cambia la estructura del tiempo, donde los minutos vagan mudos, inmóviles, errantes y serenos,  donde el alma parece flotar. 

Saúl teclea qué haces como una orden que me exhorta a ponerme al servicio de sus ganas de vernos. Ya. Su impaciencia hace que la ausencia de mi rostro le resulte insoportable, aunque eso quizás no tenga nada que ver con la paciencia. Es más cosa de la distancia que encarna la ausencia como la peor de las presencias. Es cosa del tenerse cerca, de confirmar la existencia de otro y del uno una vez nos ponemos al alcance de la mirada. Porque la angustia no merodea los territorios del tiempo sino los del espacio que permite hacer de nosotros una sola palabra. Qué importa que nos hayamos visto hace unos días, unos minutos, unas horas… Cuando Saúl quiere verme no hace sumas ni restas, me escribe qué haces sin importarle en absoluto lo que sea que haga en el haciendo o en el sin hacer. Un deseo disfrazado de un falso interés por todo aquello que no sea yo. 

Yo, que me alimento de sus ganas, suelto el postre que estaba a punto de morder. «En casa, viendo una peli, ¿por?» – le digo ocultando mi hambre. Que quiere verme, dice, parece que no sabe que lo sé. Dice también que le da igual que le diga que no estoy sola, que los niños hoy no están con su padre y que mañana a medio día podría ser. 

Para Saúl, mañana no forma parte del mismo mundo; es un rumor. Él prefiere el sabor tenue de la víspera en la que convive lo posible con lo que vendrá, como un subir de hombros en medio del trayecto. Me pide que suba los hombros con él. Me pide ver mis hombros subir junto a los de él. Quiere follarme. Me dejó pasar a su mundo de mañana y es en cada víspera donde me busca para follarnos y hacer el camino juntos.

Dice que solo sabe que quiere verme, que de todo lo demás no entiende, y por no entender que ni la razón le va. Quiere verme y es desde sus ganas de verme mañana que más intensas le resultan las ganas hoy.  Llevamos treinta minutos texteándonos. Son las once y media. Yo ardo desde hace los mismos minutos;  el móvil se iluminó y su qué haces me brilló en las entrañas.  Sigo escribiéndole; me gusta hacerle de rabiar. Si hago bien mis cálculos, a las doce en punto estaré bajando la escalera de mi edificio después de que al tocar el timbre un nudo invisible se retuerza en mi interior y me agite desde el estómago hasta la garganta con una cosquilla fluorescente. 

Bajaré las escaleras con el pulso acelerado y  el corazón desacompasado, con la contención de una alegría que me sacude desde dentro. Bajaré con la expectativa de lo que está por pasar en un está pasando que suena a golpe de zapato y escalón. Bajo transitando la espera de su abrazo, de sus ojos y su voz. Cada paso hacia el encuentro intensifica la sensación. Serán las doce y él dirá algo muy ingenioso y ocurrente alrededor de esto. A saber qué será. Tendremos tan solo unos pocos minutos y me bromeará acerca de la maternidad y sus goces. Seremos testigos presenciales de la existencia del otro y tan solo el abrazo, el olor, sus labios en mi oído, los míos en los suyos y las risas compartidas se aceptarán como prueba de este juicio sin final. Mañana os cuento. 

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